Siempre vivirá en mi corazón. Dicen que madre sólo hay una; pero no es verdad. Se puede tener más de una madre. Es más, yo estoy convencida de que tenemos más de una, gracias a Dios. Las historia invisible de las mujeres se sustenta siempre sobre pilares construidos por otras mujeres y no únicamente la madre. Las hermanas, abuelas, bisabuelas,… incluso suegras y cuñadas constituyen muchas veces la base de nuestro mundo femenino, de la sabiduría que nos ayuda a poder con casi todo. Pero también existen las tías. En mi caso la tía Engracia ha sido una pieza fundamental en mi vida. Gracias a ella soy yo misma.

Dicen que nos parecemos mucho, al fin y al cabo tenemos unos cuantos genes en común. Me alegra parecerme a ella ya que me parece francamente guapa.

Granadina de nacimiento, corría por sus venas la gracia de Andalucía. A pesar de que el destino le había reservado buenas dosis de sufrimiento. Todos reían con sus bromas, todos aceptaban su hospitalidad y agradecían su generosidad. Yo tuve la gran suerte de poder compartir con ella algunos años de mi vida. A la muerte de su madre, mi abuela Almudena, conseguí la autorización de mis padres para ir a vivir con ella a Valencia con la excusa de poder así estudiar allí el bachillerato. En mi pueblo solamente había escuela primaria y para estudios secundarios había que desplazarse a la ciudad o estudiar libre con gran esfuerzo.

Mi versión de la guerra española y sus secuelas es la versión que ella me transmitió. Sufrió los efectos del odio de las guerras fratricidas por partida doble. Al principio de la contienda, en zona roja, vio cómo sacaban de su casa a su padre y a su esposo.

– A mi padre – me explicaba – aún podría entenderlo, había sido de la CEDA, si es que eso era un delito. Lo que no podía, ni puedo entender, es lo de mi marido. Era un comerciante que no había hecho daño a nadie. Además ni siquiera era de derechas, ¡si era socialista!

Perdió también su casa, su pequeño negocio y, lo que es peor, sus hijos a causa del hambre y la enfermedad que vino luego. Sobrevivió gracias a que la acogieron como refugiada en un pueblo de la sierra, donde a cambio de su trabajo como maestra le proporcionaron casa y comida.

– El alcalde era anarquista – me dijo – así es que yo siempre he mirado a los anarquistas con simpatía, quizás con gratitud. Todos no serán iguales; pero algunos anarquistas fueron muy buenos conmigo.

Al finalizar la guerra volvió a Granada. Ella había estudiado allí magisterio en su juventud. La mujer de Giner de los Ríos fue su profesora en la Escuela Normal. Las hermanas de García Lorca habían sido sus amigas.

-Recuerdo a García Lorca cuando íbamos a misa diciendo que parecíamos mosquitos en leche con esos velos tan negros – Las palabras de mi tía resuenan aún en mis oídos.

Contactó con alguna amiga y quiso ver a las demás. Le dijeron que no era conveniente ya que muchas de ellas eran viudas reciente por la acción directa del otro bando «los nacionales». Mi tía insistió no obstante en acudir a la reunión de amigas. Nada más entrar se dirigió a cada una de ellas diciendo:

– ¡Ay amiga! ¿Cómo no te voy a entender si a las dos nos ha pasado lo mismo? A mi marido lo mataron los rojos, y al tuyo los nacionales que a mí me habían hecho creer que eran héroes y santos y ahora veo que no. –

Esta fue para mí la mejor lección sobre los efectos de la fratricida guerra civil española así como el final de la dicotomía absoluta entre buenos y malos.

Esta conversación con mi tía y su influencia en mi vida posterior es un pequeño ejemplo de los miles de cosas que aprendí a su lado. Me ayudó a salvar muchos escollos y a superar gran cantidad de handicaps en la difícil etapa de la pubertad y adolescencia.

Siempre le he estado agradecida por todo lo que me quiso y todo lo que hizo por mí. Mientras yo viva siempre estará en mi corazón.

FIN

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