Marcos se giró en la cama para mirar el despertador. Aún quedaban 3 horas para que amaneciera. Trató de coger el sueño de nuevo pero el sonido de la lluvia golpeando la ventana lo desveló. Miró a su lado y observó que Johana dormía. Tumbado bocarriba, sintiendo su respiración junto a él, se sorprendió al ser consciente de cómo le había cambiado la vida en el último año. La tarde en la que habían coincidido por primera vez le parecía tan lejana. Sólo había transcurrido un año desde aquel día en el que, animado por su compañero de trabajo, acudió a una visita guiada por Edimburgo. Los viajes de negocios le agotaban. Había viajado a la capital de Escocia más de siete veces en lo que iba de año y cada una de sus visitas se habían limitado al trayecto que unía el aeropuerto con las oficinas de sus asociados. Solía regresar a Madrid en el último vuelo después de las interminables reuniones de la mañana, pero, en esa ocasión, había cambiado el billete para el día siguiente. Pensó que estaría bien modificar su rutina por una vez.

Lo de la visita guiada fue un plan improvisado. Su compañero Steven le había hablado de esta actividad donde te enseñaban la ciudad a cambio de la voluntad y aquel día se acercaron hasta la plaza donde se reunían los interesados para organizarse por grupos según el idioma. Ellos se situaron frente al cartel de español y allí se presentó Johana que, con su paraguas blanco, pidió que le siguieran los que querían hacer la visita en este idioma.

Entre explicación y explicación, Marcos se acercó a ella para preguntarle dudas acerca de lo que comentaba y poco a poco fueron entablando una conversación. Marcos se recordaba a sí mismo sin parar de hablar y, aunque en un principio pensó que era una chica reservada, ahora se daba cuenta de que quizás había sido él el que no le había dejado hablar. Recordó su frustración al no tener más tiempo para conocerla mejor y su alegría cuando volvieron a encontrarse paseando por Madrid. También le vino a la mente el nudo en el pecho al ver que empujaba un cochecito de bebé y el sentimiento de culpa cuando al preguntarle por el padre de la criatura, ella le dijo que era viuda. Recordó la vergüenza que pasó y su deseo de que la tierra se abriera bajo sus pies y lo tragara sin dejar rastro. Pero la vida quiso que coincidieran de nuevo y tras un paseo por el Retiro, un café en Santa Ana y encuentros esporádicos en el autobús, él se había armado de valor y le invitó a salir formalmente.

Un ruido fuerte y prolongado lo trajo de vuelta al presente. Agudizó el oído y detrás del repiqueteo de la lluvia, otro trueno retumbó en la lejanía. Cuando identificó el sonido, regresó a sus pensamientos. Había tenido tantos miedos, tantas inseguridades. Sonrió al recordar su mayor miedo: ser el padre del hijo de otro hombre. Y, para ser justos, el pequeño Mateo no se lo había puesto fácil.

Durante los primeros meses de relación, el niño lo había ignorado por completo. Era imposible que salieran los tres juntos porque cualquier actividad que realizaran acababa con Mateo llorisqueando, persiguiendo a su madre por el parque, por la calle o por la casa. No importaba lo que hiciera Marcos por agradar al pequeño. Si se quedaban solos un momento, el niño lloraba y chillaba como un loco llamando la atención de cualquiera que estuviera en un radio de un kilómetro a la redonda.

Con el paso de los meses su relación con Mateo había mejorado considerablemente. Cuando Johana y él decidieron irse a vivir juntos, temieron que Mateo volviera a las andadas, pero aquello le había dado estabilidad y Marcos había empezado a adquirir tareas propias de un padre como acompañarlo al colegio, darle la cena o ayudarle con los deberes. Desde fuera podía parecer que eran una familia feliz y más ahora que Johana y él esperaban un hijo común.

La ilusión con la que Mateo había recibido la noticia le sorprendió gratamente. Aquella noche se había ido a dormir abrazado a uno de sus peluches favoritos diciendo que cuando su hermanito naciera se lo iba a regalar para que jugara. Y, aun así, Marcos sentía que le faltaba algo. A pesar de ejercer como padre de Mateo, el niño seguía acudiendo a su madre si tenía miedo, le dolía algo o necesitaba cualquier cosa. Nunca habría imaginado que eso pudiera afectarle de aquella manera. Entendía que el vínculo con su madre era especialmente estrecho, pero, en ocasiones, se sorprendía observándolos y deseando poder sentir algo parecido algún día. Quería a Mateo como si fuera su propio hijo y temía que el niño no fuera consciente de eso.

La lluvia continuaba azotando con fuerza. Marcos se imaginaba el agua corriendo entre las macetas del patio y pensó en asomarse para comprobar que estaba todo bien. Entonces un relámpago iluminó el interior del dormitorio acompañado por un estruendo ensordecedor detrás del cual oyó el grito desesperado de Mateo que lo llamaba. Creyó haber oído mal, pero ante la segunda llamada del niño, Johana se despertó y girándose en la cama le dijo: “te llama a ti, ¿puedes ir?” Marcos saltó de la cama y corrió a la habitación del pequeño que lloraba sentado en su cuna asustado por la tormenta. El niño buscó los brazos protectores de Marcos que lo abrazó con fuerza mientras le repetía “estoy aquí, estoy contigo, todo está bien”. Cuando se hubo calmado, Marcos volvió a dejarle en la cuna, acercó una silla y se sentó a su lado para esperar a que se durmiera. Viéndolo allí sentado, el niño alcanzó su mano y se agarró a ella.

En ese momento, la emoción le embargó al comprender que ya nada los separaría.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS