Concierto para un paradigma y un retorno.

Concierto para un paradigma y un retorno.

Había una vez una flor que vivía en el Jardín de la Vida y había perdido sus colores, porque no recordaba que podía acceder a la Magia del País del Arcoíris. Las ocupaciones del Jardín de la Vida la habían distraído, y había olvidado que su color, como el de muchos de sus ancestros, se nutría de la Música. Su vida era plana y descolorida.

Un día despertó, y se preguntó: -¿Qué me está pasando?-. Una sabia abeja que revoloteaba por ahí, le ayudó a ver que su compañero, el grillo, de vez en cuando le mordía las hojas, a pesar de que decía amarla tanto. Fue así como empezó a entender que no era feliz, y que en parte por eso sus pétalos estaban perdiendo su color y su perfume.

Y ocurrió entonces que llegó al Jardín de la Vida una hermosa libélula que tenía el don de hacer Música con sus alas; cuando tocaba, accedía a la Magia del País del Arcoíris, y de ella brotaban las notas más dulces y llenas de vida que la flor hubiera escuchado jamás. La libélula pasó junto a la flor y la miró con pasión, como hacía mucho no la miraba nadie. La flor se dejó abrazar por la Magia en la mirada de la libélula, y notó cómo volvió el color a sus pétalos, dulce pero violentamente. De pronto, para la flor, el Jardín de la Vida estaba envuelto en un torbellino, en un caos. Ya nada era como antes, pues muchas de sus creencias ancestrales se derrumbaron estrepitosamente.

En medio del caos, la flor pudo ver, con dolor, la escasez en que vivía; pudo ver también cómo sus pétalos estaban tan descoloridos y faltos de perfume a consecuencia de sus propias elecciones, y de la lealtad a sus creencias. Pudo ver que el vínculo entre ella y el grillo no era de Amor, y que estaba edificado sobre herencias familiares de amores infelices y de lealtades en el desamor, que se venían perpetuando generación tras generación.

Ocurrió que la flor se enamoró de golpe de la libélula, porque su música y su mirada la pusieron en contacto con su propia esencia, con la Magia y con el Amor. Ya no volvió a ser la misma, y sus pétalos envejecidos y sus hojas muertas, cayeron a la llegada del otoño, para renacer más fuertes después de la última helada de primavera. La luz del País del Arcoíris que hoy sentía dentro de ella, contrastaba con la Nada que había sentido durante tanto tiempo.

La flor amaba en silencio a la libélula. Cuando la veía pasar, susurraba palabras de amor discretamente, y ella, aunque la escuchaba, se pasaba de largo. La flor se entristecía un poco, pero acudía a la Música para elevar su espíritu, y su esperanza y su ilusión se renovaban: -Quizá algún día la libélula se pose en mí, y pueda verme reflejada en sus ojos-.

Sin embargo, la libélula no volvió a mirar a la flor con esa mirada llena de Magia. Poco a poco, y con dolor, la flor fue comprendiendo que la libélula no le correspondía a su amor. Un día hizo un último intento, pues se negaba a abandonar la esperanza, y la invitó a acercarse. Pero la libélula volvió a pasar de largo, esta vez con una indiferencia más evidente. Dolida, la flor lloró lágrimas de tristeza y frustración.

La sabia abeja se dio cuenta del dolor de la bella flor, y le ayudó a ver que, a pesar de ser una historia sin un final feliz, la suya era una hermosa historia, pues la libélula había cumplido una misión en su vida: había motivado su transmutación, que en realidad era un retorno a su esencia, un reencuentro con su alma.

Poco a poco, la aceptación y la gratitud empezaron a llenar el alma de la flor, quien decidió abandonar sus sueños de amores imposibles escuchando otra vez la música de la libélula; así lo hizo, y mientras escuchaba comprendió que el amor es como la Música, que es hermosa porque fluye: no se pueden atrapar las notas, porque no se puede poseer el aire que vibra y suena. Sólo se puede permitir que el alma sea tocada por cada uno de los miles de efímeros instantes que conforman una sinfonía. Y aunque las notas sean pasajeras, sus frutos permanecen en el corazón.

La flor comprendió que así había sido su breve y hermosa historia con la libélula, como la Música…

Con el tiempo, la flor tomó una decisión largamente postergada: ser leal a sí misma y no permitir más que el grillo siguiera lastimando sus hojas. Su decisión sorprendió a todos los habitantes del Jardín de la Vida, quienes pedían razones que les permitieran “entenderla”. Pero ella había dejado de ser más un tierno capullo, y le bastaba la certeza de saber que quien verdaderamente la ame no la lastimaría. El Amor que la libélula despertó en su vida, le reveló un rincón de su alma que no conocía, desde donde era capaz de amar sin dolor y en libertad.

La flor guarda para sí las enseñanzas que le dejó su historia con la libélula: no dejar que se apague la pasión en su vida y siempre hacer aquéllo que le devuelva el color a los pétalos… el brillo a los ojos… También se queda con la convicción de que la Magia existe. Y sabe con certeza que, algún día, sin darse cuenta la libélula y ella se conectarán con esa Magia a través de la Música. Y entonces compartirán por un instante bajo el Arcoíris, donde todo lo bello coexiste, donde la Música no termina nunca. Y en ese instante, al menos por un instante, no habrá barreras entre sus almas, que sin duda viajan juntas desde la eternidad.

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