¡¡Que personaje!!

Desde chico, siempre preguntábamos sobre él, ¿Porque tenía ése trabajo? ¿Por qué vestía así? ¿Quién era su esposa? ¿Donde vivía? ¿Tenía hijos?

Las respuestas siempre a media voz, con frases entrecortadas convirtieron al Tío Simón, en un pariente raro, que todos (los mayores) rehusaban hablar sobre él, por lo menos delante de nosotros, los chicos.

Para mí, igual que a todos los demás pequeños, siempre fue una incógnita, que traté por todos los medios de descifrarla, lográndolo cuando ya fuí mayorcito.

Tenía un puesto de venta de diarios en la estación de trenes, en uno de los barrios del Gran Buenos Aires, Ciudadela, justo en frente de la casa de mis abuelos maternos, razón por la cual, cada vez que los visitábamos y la estadía era de varios días, cruzaba la calle, corría a la estación para acercarme a ese distinto y raro mundo, tan alejado y exclusivo, del que yo estaba acostumbrado.

Había en la estación, dos andenes, el puesto de mi tío estaba en el inferior, o sea que debía bajar unas escaleras inmensas con muchos escalones; cuando me veía llegar, al principio no me reconocía, pero enseguida, al pasar el asombro, se sonreía, me agarraba y me levantaba en sus brazos, llenándome de besos y abrazos; era un hombre alto, fornido, con barba sin afeitar. Siempre con un cigarrillo en la boca, una boina en la cabeza, y alrededor del cuello una echarpe negro; en camiseta pero con saco.

En fin, un personaje extraído de alguna revista tanguera, típico canillita, con un timbre de voz carrasposo, tosiendo cada tanto, gritando los nombres de los diarios, y alguna noticia candente, que yo entendía la mitad de las palabras.

Me preguntaba por mis padres, por mis abuelos, y por la familia en general, lo cual me asombraba enormemente, teniendo en cuenta que mi abuela, su hermana, vivía a escasos metros del puesto, exactamente en la vereda de enfrente.

Otra de las exuberancias de este estrafalario pariente, era enviar por intermedio de un emisario, una percha con un traje, camisa y demás prendas necesarias, todo ello en un prolijo estuche, a la casa donde tal día se realizaría una reunión familiar, a las cuales siempre era invitado, y nunca faltaba.

Llegaba unas horas antes de lo previsto, entraba directamente al baño, se duchaba, afeitaba, se vestía y aparecía; saludaba a cada uno en particular, para luego mezclarse entre los parientes, pasando desapercibido.

Era significativo, que todos nosotros, los chicos, estábamos durante casi toda la fiesta, alrededor de él, escuchando raros cuentos, riéndonos, y recibiendo las pilas de golosinas que guardaba siempre en sus bolsillos.

Tío Simón, ¿donde estás?

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