Arrancaron en el ardiente deseo de la carrera milenaria, río al interior, cauce de viseras, células aglomeradas en movimiento, desordenadas, extraviadas en la anarquía de una carrera hasta la muerte en un útero rozando los treinta.

Miles de miles con las horas contadas. Deseo irresistible por completarse. La primera aventura, el primer viaje, el estreno en la lucha feroz. Brutales en el intento por llegar primero. Últimas letras del alfabeto, semi vivientes en la velocidad, hábiles en las curvas, corriendo, brincando, listas para llegar al micro sol que les espera con la potencia de un microscópico Big Bang.

La sobrevivencia, lucha en su máxima expresión, el triunfo del más fuerte, del mas rápido, donde el premio es el castigo, y ganar, el único objetivo. Desesperación en la carrera de la biología, ciega y muda, incorruptible, la que representa el orden de un Dios que nada perdona. Veintitrés cromosomas que custodian el código infinito de todas las rencarnaciones, el que se rompe, el que se vierte, el que se ha de multiplicar.

Y allá en el sótano, ansiosos por tantos fracasos, esperanzados en la posibilidad de ser más que dos, más que tres, en el vaivén de las caderas, conjuraron a todos sus antepasados que prestos se acercaron a la ventana para atestiguar el único milagro. Espiaban por decenas, eran las almas perdidas de los antepasados que, en fila, emocionados, sospechaban recibían una nueva oportunidad para regresar con un pedacito de lo que fueron. Muertos todos en espera de la resurrección, llamados entre segundos extendidos, aparentando minutos, cortes en el camino del tiempo que les conectaban a distintas dimensiones y abrían la oportunidad para, desde la ansiosa espera, se solidificaran dentro de la construcción del más joven de sus parientes. Solitarias vibraciones esotéricas, con la oportunidad de volver a vivir en un nuevo experimento. Masa fresca, cárnica, dominada por esas añoradas leyes naturales que les arrojaron en una tediosa y aburrida libertad. Y esa noche de pulso acelerado, se les presentaba una nueva oportunidad de sentir hambre y frío, sufrir de pasión en la búsqueda de un beso, de un abrazo. La pretensión de dejar ser, por un rato, seres aturdidos en la noche del olvido.

– Tendrá tus ojos –

– Tendrá tu boca-

Las dos almas más viejas, sabiéndose invisibles, se acercaron hasta los pies de la cama, y en un segundo todas las demás rodeaban el lecho. Una de ellas podía apostar que su corazón de soldado latiría en ese cigoto en mitosis, otra, que fue religiosa, rezaba para que le cumplieran el milagro y un pedazo de su alma le contaminara.

– Tocaré el violín de nuevo- dijo Don Genaro enseñando sus pequeños dientes

– Bañare de crema el arroz – pensaba Delia lamiendo sus labios

Por su parte a Jesus le preocupaba que el hígado que se construiría en breve, recibiera su propensión a una cirrosis precoz. También a Alberto le inquietaba convidarle de sus arterias coronarias poco resistentes. Marcela, una prima que poco convivía con los dos que vivos se desentendían del entorno, estaba presente, ella murió hace muchos años, muy joven, de cáncer de mama, y no podía desaprovechar la oportunidad de retornar. Los lazos familiares a todos arrastran cuando se abre la posibilidad de un breve regreso. Gabriel como siempre, reservado, alejado del grupo, pedía la oportunidad de formar parte de ese coctel, él también había partido muy temprano a pesar de haber dado una batalla heroica contra la muerte.

– Yo cantaré de noche y de día – decía por su parte Carmelita que era de las últimas en abandonar la vida, pero por ser la abuela materna se sentía con más derechos que los demás.

Al poco tiempo la habitación comenzó a quedarse vacía, la repartición terminó, el huevo ya estaba en plena proyección y se construía una nueva esperanza, contaminada de inmensos medios, de inseguridades y complicaciones, pero, antes que nada, se trataba de la gran oportunidad para vencer todas las limitaciones de las psicologías que en meses le tratarían de encadenar y quien sabe, si triunfa en su paso por la vida, entonces, posiblemente, alguno de nosotros, trascenderá.

– David le ponderemos- Se rompió el silencio. Su mujer le abrazó y desnudos, se perdieron en un sueño profundo.

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