Otra vez en este oscuro pasillo que nada me hace sentir. Camino por él sin ningún sentido y sin dirección. Observo lo que pasa y los que pasan y sigo sin reconocer nada ni a nadie. Oigo los sonidos y lo que dicen pero me siguen expresando incoherencias. Les hablo pero muchas veces no me oyen, por eso me obligan a chillarles. Intento explicarles que la que grita no soy yo, ni la que escucha, ni la que mira, ni tan siquiera la que padece; pero no entienden que el que lo hace, lo hace en mi nombre: debe ser alguien que intenta ocupar mi espacio al no disponer de uno propio. No puedo entender que alguien usurpe el espacio de los demás.

¡Por fin otra puerta! Espero que ésta me permita conseguir lo que anhelo: volver a mi vida para siempre y no retornar al oscuro pasillo de nuevo. Una vida que, hasta que conocí ésta, se me antojaba muy poco atractiva. Ahora sé que era la más maravillosa de las vidas, simplemente porque era mía y sólo mía; la de ahora tiene ratos, cada vez más prolongados, que siento que no me pertenecen, pertenecen a otro que no sé quién es. Es un extraño que se ha instaurado cada vez más en cada habitáculo de mi esencia y no me permite ser yo misma. Ese extraño que me roba palabras, caminos, pasados, experiencias y, lo peor, el semblante de los que me quieren. Todavía recuerdo vagamente el instante en el que ese mismo extraño me obligó, sin querer darme otra oportunidad, a introducirme en aquel apagado túnel que desembocó en este pasillo que, al verlo, creía que no tenía ningún fin.

Qué confundida estaba, como otras miles de veces en mi anterior vida en las que me fie de mis impresiones, sensaciones y creencias. Éstas se nos desbaratan porque están basadas en esas emociones que no atienden ni a razones ni a hechos; son todas infundadas y pretenden hacer realidad los sueños que queremos que se materialicen pero, finalmente, se truncan y, al despertarnos, se evaporan y suben hacia las nubes, donde pertenecen.

¡Sabía que esta puerta iba a ser peor que la anterior! Cada vez hay menos y, las pocas con las que me encuentro, me expulsan de mi realidad más rápidamente. Parece que el extraño, que segundo a segundo se está apoderando de mi interior, consigue su cometido más eficazmente de lo que yo esperaba. Mi fin está desbocado y se me acerca cada vez más rápido. Parece que lo puedo olfatear e incluso distinguir allá, a lo lejos, en el fondo de este oscuro pasillo.

Cada vez que la luz entra con todo su colorido en mi interior deseo con todas las fuerzas que ese fin venga raudo y me lleve con él como al resto que estamos en esta misma situación. Creo que todos los que deambulamos perdidos en estos pasillos oscuros y sin comprensión deseamos lo mismo.

Menos mal, ¡una ventana! ¿Qué me mostrará tras sus cortinas? Espero que esta vez su persiana me deje observar por un poco más de tiempo, tiempo que noto que se me acaba inexorablemente. ¿Podré ver caras conocidas o será una falsa ventana? Cada vez que me encuentro con una de estas últimas se me quitan las ganas de seguir, se me desmoronan las pocas esperanzas que aún me quedan y menguan a pasos agigantados, a un ritmo que mi yo no cree que pueda soportar durante mucho tiempo. El recipiente donde las guardaba se resquebrajó ya hace bastante, haciendo que muchas de ellas se derramasen. Las esperanzas que así se pierden caen al abismo disipándose en la vacía nada y no pueden recuperarse nunca.

Ahora que compruebo que es una de esas ventanas que me permite ver con total nitidez, no me queda más que dar las gracias y lanzarlas hacia el infinito que hay detrás del cielo que ya no veo. Tengo que dárselas al que las recibe diciéndole con mi mano en el corazón: ‘Muchas gracias por dejarme ver de nuevo sus caritas, aunque no sea por mucho tiempo’. Además, esta ventana es la mejor de todas porque casi ninguna cara me parece ajena. Creo que están casi todos al otro lado de ésta; intuyo que no falta nadie. Me cuesta recordar en mi pasado, ése que sólo a veces puedo traerme al presente, otro momento en el que estuviéramos todos reunidos. Será porque han visto a través del cristal, a mi espalda, el fin que me acecha y que le llegará a todos irremediablemente. Esa es la única verdad en el mundo de las realidades que es totalmente cierta y nadie puede desmentir ni esquivar.

Les digo adiós pero sale: ‘¡HOLA!’. Ellos también me saludan con alegría y, a la vez, pena. No pueden reprimir las lágrimas ni pueden ocultármelas. Sus lágrimas las atisbo, las huelo y hasta las escucho cuando les brotan cada una y a cada uno. Se creen que he vuelto cuando realmente me estoy yendo. Quizás también lo sepan. Les digo que les quiero con mi alma, ya que las emociones que allí cohabitan él, el extraño que ahora sólo me comparte, no podrá arrebatármelas jamás. Los sentimientos que residen en ese lugar me los llevaré conmigo allá donde vaya.

Intento decirles de nuevo adiós y prorrumpe un: ‘¡HASTA PRONTO!’. Tengo que apremiarme en mi despedida porque oigo los pasos del fin retumbar cada vez más cerca. Siento cómo me coge en volandas como si fuera una muñeca. De repente la persiana se cierra bruscamente y se abre la última puerta, allá al fondo. ¡Puedo verla ya! ¿Todo termina o quizás empieza? Puede que allí las dimensiones espacio tiempo pierdan toda su dimensión. Hasta que no la cruce no lo sabré y nadie lo sabrá porque tras traspasarla, tras cerrarse, la cerradura desaparecerá; incluso cualquier vestigio de que allí hubiera una puerta pasará a la historia de los sin recuerdos.

Fin: ‘¡OS ESPERO!’

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