Cuando dices a la gente que eres andaluza, pero llevas casi toda la vida viviendo en Cataluña, siempre te atacan con la misma pregunta:
– Y que te sientes más? Catalana o andaluza…?
Es difícil contestar a eso, cuando uno se siente en tierra de nadie. No reniego de mis raíces ni de mi tierra actual, pero no soy capaz de sentirme ni de aquí, ni de allí.
Corrían los años ochenta cuando mi familia y yo dejamos atrás los paisajes de campos repletos de olivos para instalarnos en un pueblo del Prepirineo rodeados de campos muy diferentes, bosques y montañas nevadas.
Mi padre era talador de bosques, una profesión casi inexistente hoy en día, llevaba ya un tiempo pisando estas tierras. Pese a mi corta edad, unos 6 años, recuerdo muchas cosas de nuestra llegada, a un mundo totalmente diferente al nuestro. Llegamos con una furgoneta repleta de cosas viejas, que mi padre había pagado para que nos trajera junto a él.
Recuerdo esas indicaciones que nos dio un hombre mayor del pueblo, del cual no entendimos nada… el conductor dedujo por sus gestos que la frase: «Heu de donar la volta al poble» quería decir, tenéis que rodear algo… Mis dos hermanos y yo, nos reímos de esa frase inocentemente.
Otro recuerdo imborrable es el día que salimos de nuestro humilde piso, desconcertados, nerviosos, contentos, dispuesto a conocer el nuevo pueblo. Iniciamos el paseo por el majestuoso puente que lleva a la entrada del precioso pueblo medieval, cuando de golpe nuestro ojos vieron algo, que sólo en la televisión habíamos visto antes… un parque! con sus columpios básicos de esa época. Y como si de unos lobos liberados, tras años en cautividad, corrimos e incluso saltamos un muro al no saber como acceder a ese tesoro. Cuanta inocencia y que pueblerinos éramos…
El colegio no fue cosa fácil, los niños crueles por naturaleza quisieron dejar claro, aunque no les entendía una sola palabra, que no era del todo bien recibida. Por esa época no existía la inmigración tal y como hoy la conocemos, me refiero a otras razas. En esa época, la inmigración éramos nosotros, los del sur. Los que venían a buscarse la vida buenamente a una tierra que ofrecía nuevas oportunidades, como si de América se tratase muchísimas familias andaluzas habían cruzado el país en busca de una nueva vida y que a la larga gratamente encontraron.
Que fea es la palabra «inmigrante», cuanto daño hace esa palabra, que durante años oí de algunos niños y no tan niños, algo crueles.
Pasé mi infancia viviendo en tierra de otros, no era mi tierra ya que no había nacido ahí, de la que procedía tampoco era mi tierra, ya que no había vivido ahí, así que para mi era tierra de nadie.
Todo eso cambió con la llegada de la inmigración de otras razas, entonces esos cuatro gatos de baja cultura ya tenían otro punto de mira, en quien focalizar todos sus reproches, en cuanto a tierra, trabajo y otras banalidades.
Adoro Cataluña, no pienso irme jamás y adoro Andalucía con todo ese arte que tiene, pero no puedo ni quiero decidir de donde soy. No quiero ser nacionalista, no quiero tener que posicionarme, ni que mis hijos se posicionen, no quiero que llamen al marroquí «moro», no quiero que Juan Gabriel sea «el sudaca», no quiero que se hable de rumanos o que simplemente sean «los del este».
Esos niños crecerán, muchos nacerán aquí y todavía habrá gente que quiera preguntarles, si se sienten de aquí o de allí…
Por eso a día de hoy hay millones de personas, que al igual que yo, no pueden ni quieren elegir de donde sentirse, así que ellos también serán de los que se sienten en tierra de nadie, simplemente ciudadanos del mundo.
FIN.
OPINIONES Y COMENTARIOS