Quisiera intentar penetrar en las vidas de mis antepasados, desde la distancia, desde la barrera del tiempo que nos acontece. Esgrimir excusas para comprender la era que me han confiado. Hacer lecturas y adueñarme de palabras extrañas en fajas de colores: violeta, rojo, amarillo, y negro, un renegrido tejido, un luto sufrido por tantas vidas eclipsadas.
La Segunda república española. Un acontecimiento que cambiaría el curso de la historia de nuestro país. Después le sucederían otros avatares, hasta llegar a la situación más trágica que puede llegar un pueblo. Mis abuelos, mis padres, son hijos de estos episodios nacionales. Se darían las coyunturas para que vivieran vestidos de miedos y temores, comiendo esperanzas y sueños. Se moldearían sus vidas para no olvidar, como esas tinajas rayadas de barro, y recogerían unos frutos de la tierra con manos mojadas, ora en sudor, ora en lamentos.
Hay quien vivió (mis abuelos) un cambio de siglo y esa república, esa guerra civil y una política metamorfoseada; y otros, mis padres, coexistirían con la sorpresa descomedida y la inercia copada de décadas de transición, democracia, incertidumbre y mensajería whatsapp. Calados hasta los
huesos de un sentimiento de estar fuera de juego; sentirse en la casilla 64 del juego de la oca. Su desafío fue valioso, las miradas de humildad y honradez delatan estos hechos. Sus fotos son un firme abrazo y el tesón del náufrago que afronta la vida. Mis queridas Buenas Personas, esos tiempos que os tocó vivir…
Un 14 de abril, un 14 con crisis, como hoy. Con ideales y pasiones, tal vez… no como hoy. Y yo me pregunto ¿Qué mueve a un pueblo? ¿Qué le agita para que se acueste monárquico y se levante republicano? república, monarquía son palabras que se me escapan… yo nací en una transición calmada. En 1931 se proclama una república, en 1939 termina una guerra civil. Muchos emigran, muchos se exilian, muchos mueren… En solo una década. Visto desde esta perspectiva parece corto el tiempo… Les he escuchado hablar de miedos; les he visto guardar y almacenar alimentos; les he observado como ahorraban hasta la última peseta. Yo, esa niña, persuadida por la inocencia, agregada a una escena, figurante de un recuerdo: Esas noches de tormenta a la luz de un quinque de petróleo. Mi padre escribía el jornal diario, con esa lentitud temblorosa, susurrándole a las letras para que cayeran sobre su libreta de labriego. Mi madre, abstraída en sus esquelas de cocina o macerando su memoria empeñada en recordar esas muestras de crochet con puntos calados que había visto en un escaparate o vestidas en una visita
fortuita. Siempre me asombraba esa fina memoria visual que tenía ella, podía tejer esos detalles de lazadas y arcos de cadenas en “papel de una raya”. Palabras que solo ella llegaba a comprender con su natural lenguaje. Los dos tenían una caligrafía ingenua, propia de los años 40, impasible a cualquier error ortográfico. Lecturas, pocas, ninguna, no había tiempo de descanso entre sol y sol. Solo a ratos paseaban la mirada por párrafos de libros, lo más inverosímiles que otros desechaban, o por revistas con la sonrisa de entonces, escogidas por burgueses de entonces. Revistas que tenían anuncios borrosos con escasos colores y algunas letras caídas por la humedad. Yo siempre curioseaba en esas cajas de cartón ajadas. Se podía encontrar mezclados con esos semanarios algún cuaderno grapado de papel sepia con noticias bélicas de mediados de los treinta, recortes escogidos por el señorico pegados uno junto a otro, palabras sin dibujos que no llegaba a comprender: La marcha hacia el Este del Gran Reich, Discurso de Chamberlain, Declaración contra Alemania del Gobierno Norteamericano, Francia en pie de guerra, La cruzada inglesa contra Hitler.., cerraba decepcionada los recortes y ojeaba los dibujos de esos capítulos encuadernados en tela de flores multicolores que me atraían más.
La sociedad española, ese mundo que mis abuelos conocieron entonces era mitad campesina y analfabeta y no había experimentado aún la revolución industrial. Siglos de atraso. Solo supervivencia y subsistir. Por entonces les llega la república, se comenzaría a hablar de derechos y libertades. Me pregunto si mis abuelos votarían entonces en ese primer sufragio del 23 de abril del 1933, celebraban elecciones municipales y por primera vez en la historia de España las mujeres podían votar. Estoy segura que nunca
sabrían que entonces ya se reconocía el matrimonio civil y el divorcio. Ellos vivían aislados en el campo, ajenos a estos cambios. Se hablaba de reformas laborales, convenios colectivos y sindicatos. Sé que aprendieron a leer y escribir, pero se perdieron los escenarios del teatro de Lope de Vega y de Calderón de la Barca, y muy alejada de ellos, rodaría la barraca de García Lorca.
A mis padres les llegó de lleno la otra cara de los tiempos: la guerra civil, la era de la depresión económica: los enfrentamientos ideológicos, el miedo del profundo analfabetismo, el desempleo creciente, la hostilidad callejera, las revueltas anarquistas, asesinatos de uno y otro bando, golpes de estado militares y huelgas revolucionarias. Un cataclismo donde el resto del mundo quedaba al margen. Se aislaba la España de la juventud de mis padres. Toros, cine y NO-DO. Los grupos inversores extranjeros no les interesaba entonces meterse en esta trifulca ideológica que acontecía, sobre todo por miedo a perder sus negocios en España. Telefónica era norteamericana, los ferrocarriles, franceses, y los tranvías y las eléctricas, de capital belga y británico.
Ahora escribo mis episodios, los actuales, los que están yuxtapuestos a estos de mis antepasados, desde la cercanía, desde la barrera del tiempo que me acontece. Escéptica de la era en la que vivo: europeísmo, globalización, mundo cibernético, lámparas con esos diodos ledes y el poder más allá del poder: recelos, intransigencias y divisiones que siguen rompiendo las costuras.
“Esta ha sido la historia de mis antepasados, una empatía retórica, un arrebato nostálgico con sombras proyectadas y esa lucha de clases. Es una tentativa trascendental de comprender lo que acontece a mis espaldas”.
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