Buscando un objeto en el cuarto
de los tiliches, me encontré con aquella pequeña figura de barro, ese borrego lo había conservado durante años.

En un instante me llevo a aquel pequeño de 8 años que recorría con asombro los puestos ambulantes de la época decembrina, el inconfundible olor de las cañas, mandarinas y tejocotes, ese crisol de aromas y colores que forman el heno, el musgo y la fruta.

El suave olor a pólvora me indicaba lo cerca que me encontraba de mi objetivo, con un par de monedas hexagonales como domingo en mi bolsillo me encontraba dispuesto a comprar un par de palomas, de las grandes, un paquete completo de cohetes,
algunos buscapiés y un cucurucho de “Brujas”, esos garbanzos bañados con plomo
que al lanzarlos al piso con un tira-mocos hacia saltar hasta el más gallo.

De regreso a casa de mi abuela y con mi arsenal completo, medisponía a esconder “El Parque” en un lugar seguro, ya que tenía estrictamente prohibido jugar con pirotecnia,
prohibición cortesía de un accidente que tuvo uno de mis tíos en su infancia y que le dejo marcas de por vida, la emoción por ver volar las latas y escuchar el estruendo que producían los cohetes era superior a mis temores, además es bien sabido que nadie experimenta en cabeza ajena. Había encontrado el lugar ideal, al final del jardín se
encontraba un viejo cuarto que servía como pequeña bodega y guarida de suministros para las parrilladas los domingos.

En un rincón de aquel espacio se encontraba un viejo catre cubierto con un montón de trapos, debajo de aquella maraña de telas deje mi tesoro y regrese al jardín a esperar la llegada de misprimos, en ese momento mi abuela me llamo a comer, con una expresión de
sobresalto al sentirme descubierto y con ese cargo de conciencia que provoca el
realizar actos a escondidas obedecí inmediatamente, fui a lavarme las manos para
borrar cualquier rastro que delatara mis recientes compras.

Manolo el mayor de mis primos llego con su novia Alicia, mi abuela los conmino a acompañarnos en el comedor a lo que Manolo se negó alegando que acababan de comer con los padres de Alicia que mejor saldrían a platicar al jardín.

No bien había terminado mi postre, cuando vi entrar a Alicia gritando a la casa – Agua, agua, pronto que se quema-

Al salir al Jardín vi como con desesperación Manolo lanzaba cubetadas de tierra al interior del cuartito consumido por las llamas y el sonido de mi preciada adquisición consumiéndose.

Después de 20 angustiosos minutos y de consumir prácticamente todo en su interior el incendio fue controlado.

Mi abuela más asustada que molesta pregunto qué había pasado, a lo que Manolo respondió con cierto titubeo que probablemente algún corto circuito en la instalación, cosa totalmente improbable ya que no existía ninguna toma de corriente ni cable alguno que pudiera provocarlo.

Solo en el cumpleaños de la abuela veía tanta familia reunida, al enterarse de lo sucedido fueron llegando los 10 hermanos de mi padre, se escuchaban discusiones y teorías de lo que pudo haber pasado, todos hablando como expertos en peritaje policial.

Solo yo sabía una parte de lo que podía haber pasado, pero no entendía como se generó la combustión.

Me encontraba sentado en el cuarto de televisión cuando escuche a Alicia hablar con Manolo:

– No entiendo que paso entramos al cuarto nos recostamos en el catre y cuando las caricias se tornaron más intensas sentí un calor extremo, al principio pensé que era
parte de la situación, estallidos y chispas eran demasiado irreales, reaccione cuando vi que te levantaste de golpe y corrí a pedir ayuda.

– Lo sé y me he tenido que inventar un cuento pero tenemos que estar de acuerdo para no delatarnos, diremos que entramos a fumar a escondidas y que una brasa del cigarro provoco el incendio. Aun así no entiendo que pudo haber pasado.

Al escuchar esto todo tenía sentido la fricción de los cuerpos entre las telas había activado el poder de las “Brujas”, no tuve más remedio que contarle a Manolo de mi arsenal guardado justo en aquel catre, donde él y Alicia descubrían los placeres del amor.

Manolo sabía que si mi padre se enteraba no quedaría en un simple castigo, que sería severamente azotado hasta dejar mis nalgas más rojas que un jitomate maduro.

Por lo que decidió tomar la culpa del incidente, ya tenía una historia bastante creíble y su padre mi tío Fermín era más tolerante con situaciones así.

Manolo tomo una pieza del nacimiento y la puso en mi mano, como pacto de mi silencio yo guardaría la honra de Alicia a cambio de su culpa.

Actualmente Alicia y Manolo siguen casados, hoy con la pieza de barro en la mano y el teléfono en la otra me veo dispuesto a encontrarme con ellos para refrendar la fraternidad y la complicidad que suele darse en las familias.

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