10 de mayo de 2010

Era una tarde digamos que normal del verano pueblerino. Yo, un niño también normal a mis 6 años. Debo decir que un poquito precoz; pero normal. Ocupaba mis tarde jugando, y de paso mirando o husmeando en compañía de uno o dos amigo en las fotografías de mujeres descalzas de los pies a la cabeza, en esas revistas dizque para clientes de las peluquerías del pueblo, sospecho que las ponían adrede, porque les divertía nuestra notoria y normal reacción que veían con gran disimulo. Transcurría esa tarde normal de verano… muy normal; con los trajines callejeros, sin tomar en cuenta el cronómetro del devenir infantil. Y cosa normal; el regreso a casa tuvo un retraso anormal. ¡Voy entrando furtivamente a casa! ¡Todo está en penumbra! Se ve la luz parpadeante de una vela allá adentro, entre el horno del pan y el tablero del amasijo. A esa luz difusa, entregada en la tarea de hacer leña, está mi mamá. ¡Con que febril empeño va labrando la madera! ¡Qué forma de poner en condiciones ese pedazo burdo de leña! Al fin logra convertirla en una cómoda tablita de unos cuarenta centímetros de largo, con empuñadura para su mano y libre de astillas a lo largo de esa “Raja Labrada”… -Ven acá- me dice fingiéndose severa (Como La Guaja), me duele en el alma pegarte, pero me duele más ver cómo te pega tu padre. Al instante entro en pánico y pretendo echarme a correr; pero unas manos de esas comedidamente normales de una hermana mayor, impide y frustra mi huida y aun con el pantalón mojado porque ya me oriné del susto, le lleva con mamá para que empiece la fiesta correctiva… Lloro anticipadamente, grito que reconozco ser un hijo de… Mamá ahora si bien enojada por mis groserías, me da el primer tablazo. Lanzo aquel grito histórico e inolvidable: -¡Me hinco pero No!- Repito y clamo a toda voz, pero sigue pegando, pegando, pegando… ¡Con que ternura sigue pegando! No es demasiado el rigor. Pega una y otra vez. Con cariño en su mano y lágrimas en sus ojos claros. Pega y solloza. –¡Me hinco pero no!-… Solloza y pega…“Que normal me parece hoy recordarte y evocarte en lo que perecen recientes las fuertes caricias de “tus rajas labradas” en la casi penumbra de nuestro viejo amasijo y que luminosa recuerdo tu cara hermosa adornada con las diamantinas lágrimas que titilan refulgentes al tenor de mis recuerdos… no es que sea masoquista, pero… ¡Que normales me parecen hoy esas rajas labradas!.

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