Mi padre acariciaba la barriga de mi madre intentando comunicar conmigo. Su aspiración era legítima, pero imposible, porque yo me limitaba a gravitar despreocupadamente envuelto en líquido amniótico, completamente ajeno a las esperanzas y sueños de esa pareja de jóvenes veinteañeros que habían decidido regalarme la vida.

Pasadas unas pocas semanas de tregua salió la temida preguntita, pongamos que la hizo mi madre, aunque pudo ser cualquiera de los dos, el orden de los factores no altera el desastre. ¿Qué nombre le ponemos? Cuatro simples palabras que supusieron todo un terremoto matrimonial. Mi padre aprovechó el envite para lanzar su ofensiva, bien preparada y meditada que, como todas las de ese estilo, estaba destinada al rotundo fracaso.

– A mí me gustaría llamarle Rodrigo.

Dicha apuesta fue acompañada, como decía, de una argumentación bien elaborada que voy a omitir porque solo interesaría, entiendo, a aquellos padres o madres que quieren llamar Rodrigo a su pequeño que está en camino y es fácil concluir, sin ser temerarios, que serán pocos los lectores en tal condición.

Mi madre recogió el guante rápidamente y, en lo que se tarda en coger cariñosamente a tu pareja del cuello y sentarse en su regazo, dio cumplida respuesta.

– Pues yo tenía pensado llamarle como tú, Nacho.

Hay que reconocer que muchos padres estarían encantados de recibir tal proposición, salvo aquellos que se llaman Evaristo y guardan un ápice de sensatez, pero para mi padre supuso un ataque en la línea de flotación. No tenía nada en contra de su nombre, pero era ya consciente de que me iba a contagiar un montón de sus fobias y sus filias (como ese entrañable Atleti) y quería, al menos, liberarme de heredar su nombre.

El primer round acabó en empate técnico, es decir, ganó mi madre, pero nadie fue a la lona. Quedaba tela por cortar. No estaba todo el pescado vendido. Las espadas estaban en todo lo alto. Y a quien madruga Dios le ayuda. Sé que este último refrán está de rondón pero necesitaba ponerlo, y eso que la última vez que me levanté al alba fue en 1983.

Pasaron los meses y las posiciones se movieron poco, ambos confiaban en que, según se acercara el nacimiento de un servidor, el otro daría su brazo a torcer. A pocos días de salir de cuentas la situación empezaba a ser incómoda. Llamar a tu hijo sin nombre en sus primeras horas «el niño», «el bebé» o no te digo ya «ese» podría haber causado destrozos irreparables en mí, así que como buenos padres que ya eran (y siempre han sido), consiguieron llegar a una solución de entendimiento que, en algunos lugares de la meseta central, se conoce comúnmente como «ni pa ti, ni pa mi». Decidieron que me llamaría Carlos. Sin más datos el nombre puede parecer completamente neutral pero la cosa cambia si sabemos que a mi padre le encantaba Charles Bronson. También sentía admiración por Omar Shariff, pero afortunadamente un poco menos.

Poco a poco ambos se fueron haciendo a la idea de que su primogénito se llamaría Carlos y parecía que el conflicto llegaba a su fin y todo volvía a la calma. Evidentemente el menda que suscribe esto no lo podía permitir, así que decidí nacer el 31 de julio. Y para esa minoría que no domina el Santoral añadiré que es el día de San Ignacio.

Evidentemente la fecha no pasó inadvertida, especialmente para mi madre, que una vez recuperada del parto, volvió a la carga con no pocas razones de peso.

– Es una señal- espetó sin contemplaciones.

Mi padre intentó resistirse pero a veces el mundo conspira en tu contra, o en tu favor, según se mire. No sé si en mis primeras horas de vida se le escaparía algún “Carlitos” pero desde el momento en que nací ese día, precisamente ese día y no ninguno de los 364 restantes (365 si era año bisiesto que siempre hay algún purista), él sabía, en el fondo de su corazón, que iba a compartir nombre con su pequeño. Y es que en la vida, a veces, no queda otra que aceptar tu destino.

Aquí estamos el día de mi primer cumpleaños…y de mi Santo.


Nota: Siento que mi nombre sea un “spoiler” de la historia. Me hubiera gustado registrarme en este concurso como “Carlos” para conseguir así un final sorpresa que nada tendría que envidiar al del Sexto Sentido, pero las Bases son muy precisas y rigurosas con aquello de registrarse con el verdadero nombre. Así que las reclamaciones al club Fuentetaja.

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