La Familia es lo primero

La Familia es lo primero

Juan Cruz Lara

09/09/2016

Rosana salía poco de casa porque tenía dos hijos a los que atender y un hombre en su vida. Lo justo daba paseos por el pueblo y poco más. Su vida giraba en torno a la panadería, de la que se sentía muy orgullosa porque era el legado que su padre le había dejado. Y sus hijos, que, aunque niños todavía, se daban cuenta de lo que ocurría. Era guapa sin duda. Tenía un largo cabello cardado que le llegaba casi hasta la altura de la cintura y de no ser porque a veces se lo recogía con un moño bien elaborado, casi se lo podía pisar al agacharse. Su cara tostada manifestaba que su mejor amigo era el sol, el cual ennoblecía aún más los rasgos particulares de su fisonomía facial, en la que sus pequeños ojos quedaban escondidos y expresaban cierta incertidumbre en su mirada. Sus carnosos labios dejaban entrever una amplia sonrisa, a veces fingida, que daba al conjunto un precioso semblante. Bajando por el mentón y atravesando su frágil garganta, se apreciaban unas prominentes dotaciones que eran la envidia de cualquier mujer, y siguiendo hacia abajo, podía apreciarse una cintura acorde con su cuerpo bien estructurado y proporcionado. Piernas bien formadas que, subiendo por las rodillas y traspasando los muslos se llegaba a unos perfectos glúteos que hacían la función de almohadillas.

Iban a trasladar a su pareja a otro lugar en el que las sombras del pasado lo habían vuelto a reclamar, y ella se veía obligada a seguirlo hasta el mismo confín de un mundo desconocido en el que tendría que afrontar una nueva vida para la que no estaba preparada, pero que con el tiempo acomodaría a su gusto. Aún no era consciente del cambio tan brusco que iba a dar y se preguntaba qué iba a hacer allí una vez estuvieran instalados. Ahora tendría que rehacer nuevamente todo aquello que había conseguido. Tendría que verse empaquetando casi una vida en una maleta: sus recuerdos, sus penas, sus alegrías, pero sobre todo, a los seres queridos que había ido conociendo a lo largo de los años. Personas con las que había convivido diariamente y que se negaba a relegar al olvido. Compañeros con los que había pasado días inolvidables, y gente de su entorno a la que apreciaba demasiado. Esto era suficiente motivo como para no cambiar, pero su mundo se había trastocado irremediablemente y no podía hacer nada. El destino había jugado bien sus cartas. La sonrisa que impregnaba su rostro ya no era tal, y la brillantez con que sus preciosos ojos miraban habían cambiado, dejando una fina niebla que no le permitía ver el mundo al que se dirigía. Años atrás habría podido remediar lo que ahora se le imponía por imperativo y no tendría que basar su incertidumbre en una nueva aventura que no sabía si iba a tener buen comienzo; pero tenía sobradas razones para hacer aquel viaje sin retorno en el que las cartas ya estaban echadas.

La vida en ese lugar iba a ser dura; sobre todo por el clima, porque el sol hacía su aparición solamente unas pocas veces al año, esto era lo que más le molestaba, pues estaba acostumbrada a asomarse a la ventana con los primeros rayos. Su piel tostada, con el tiempo se tornaría clara como el día por la falta de esos días soleados y calurosos que a ella tanto le gustaban; pero estaba decidida, no tenía otra opción. En cambio, él podía elegir, pero la llamada del pasado era más fuerte que su propia persona, y el destino le tenía preparado gratas sorpresas que sin duda aprovecharía al máximo. Había acogido bien este cambio que le favorecía sobremanera, pues antaño anduvo por esos lugares a los que ya estaba acostumbrado y que eran como un regalo. Un regalo contra el que Rosana había estado luchando desde el mismo momento en que lo conoció. Un momento en el que él ya le había advertido de que llegaría, y cuando sucediera ya no habría vuelta atrás. Ella guardaba un as bajo la manga que podría utilizar si las cosas no llegaran a funcionar como él había predicho y aunque llevaban demasiados años juntos, esto no era justificación suficiente para no optar por utilizarlo. La única razón por la que se permitía abandonar toda su vida anterior, todas sus vivencias y todo lo que había construido era lo que la naturaleza había previsto para ellos. Sus hijos.

FIN

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