I

ALBADA

De repente uno se despierta y ella se ha ido, no se sabe dónde, pero te ha dejado como un perfume, como el pliegue intangible de una sábana que demoras en retirar para empezar el día, porque no quieres empezar el día tan cabrón de oficina y eso que plasmó Neruda en aquel poema, recuerdas, Desespendiente, y estás atrapado dulce en la nostalgia lechosa de un cuerpo, dulcemente encantado en la idea de que es temprano todavía, aunque suenan demasiados coches como pájaros negros del amanecer, y estás solo en la penumbra del cuarto sin saber muy bien si ella volverá, mientras asoma ese animal curioso del recuerdo, y se acurruca a tus pies compasivamente. Entonces caes en la cuenta de ser terriblemente un náufrago, es la sospecha que recorre tu piel, y tratas de llegar a alguna orilla, eso espantoso que llaman cotidianidad, y que desborda todos los días, como un líquido oscuro y pegajoso.

Intentas retener las últimas imágenes, cuando todo latía en un mismo sonido de animales desbocados y miel sorprendida, y parecía imposible sentir más alto y más hondo en el abrazo, y sus besos te buscaban en los últimos rincones, como si fueras a desaparecer de un momento a otro contagiado de luz y de deseo.

Y tienes pensamientos de oro, aquí, entre las olas, como todos los náufragos.

II

Canción para un lunes

Me gustaría decirte tantas cosas,

ahora que se ha instalado

el silencio entre nosotros,

como un inquilino impuesto

por el Ayuntamiento.

Me gustaría decirte, o sea, escribirte

no veinte poemas de desamor,

sino este verso limpio de amarguras.

Tiré al contenedor

los reproches oscuros de la página,

quería dejarla blanca,

inmaculada,

escribible otra vez,

para nosotros.

Pero ni el cuerpo manda.

No hay momento en que mi piel

no huela al último segundo

de alegría,

rota alegría de esta tarde tranquila,

indiferente, de domingo

que no me lleva

a ningún lunes de esperanza.

Ya lo dijo el poeta: Lo tan real, hoy lunes.

III

Los olores, lo que más recuerdo.

Un plato agrio en una cocina abandonada.

Dulces de alcoba sobre una piel fresca.

La hierbabuena empapada

junto a los adoquines de una calle nocturna.

IV

Hoy Lázaro recuerda

aquel momento de la resurrección.

La mañana llena de sol y aire nuevo,

paseas la mirada por una larga playa,

como se lleva a la novia de la mano,

como se acercan tus labios a los suyos.

La mañana es tan tuya y tan alta

que no deseas otra cosa en esta vida.

Y guardas ese instante como gema preciosa

que ningún ladrón

de invierno te robaría.

Y, sin embargo, cuando la tarde entra

como un afilado cuchillo en tu carne

piensas resucitar más tarde,

más alto, más Lázaro que nunca, desalojado

por la luz de otro recuerdo.

V

Si tuviera la suficiente fuerza

para contar lo que nos pasa

por ese río oscuro de la sangre.

Si yo tuviera las palabras precisas,

como hojas nítidas,

antes de desaparecer bajo las aguas,

en un torbellino querido por mis ojos,

las hojas que una tarde contemplaba

en el patio lleno de sol y de ti, amor.

Si no supiera que el rastro torpe que dejo

no te acercará hasta esta orilla

de árboles desnudos.

Hace frío ya

y parece fácil decir adiós

como lo hacen

los árboles y los animales.

Mi sangre circula tranquila

por un cauce seco, rellenándolo.

Como el maestro, mi corazón espera…

Pero la vida, ¿dónde?

VI

¿Dónde podemos vivir,

salvo en los lunes?

VII

Sólo un instante se te ofrece
aunque nos mienten mucho desde niños.
Sólo un azul muy pálido entre las manos
y mecerlo muy bajo como una canción.

Sólo un instante sin medida
en tu espalda sin miedo
puede darme el sentido.

VIII

Losa negra, inmóvil, sin apenas estrellas,
hay días en que la ausencia sabe

a material de obra
antes del edificio levantado.
Días de hierro y polvo.

Otros, en cambio,
llegan hasta mis manos,
en la tarde serena
buscando
el alimento de mi alma.

Yo los cobijo entonces
como a una hermana

pequeña y egoísta,
y le prometo cosas

que luego olvidaré.

Pero hay días

en que la ausencia
sabe a tu nombre completo.
Y aunque no le doy tregua,
tú y yo sabemos,

definitivamente,
que la ausencia es un fuego

con vocación de olvido.

IX

Con permiso del señor Benedetti,

hagamos un trato.

Si me acerco despacio

hasta tocar tu piel
no temas, no,

deja en paz tus fusiles,
pues es el alma lo que busco,
sí, el alma consabida,
esa muchacha desnuda

que se ofrece detrás

del último pliegue del deseo,

porque el deseo

te arrebata y te esconde,
y me embarca

en el río infinito de tu cuerpo,
y yo no puedo negarme

a esa hermosura
que llamamos amor, y sexo y ay,
el grito último

de gaviota enajenada.
Todo esto está muy bien,
(incluso tu disfraz de gaviota),
pero escucha,
yo vine sólo
para saber de ti,
y aunque me acerque mucho,
con permiso del señor Benedetti,
hacer un trato con tu alma.

X

He probado el silencio.

Quedarme sin palabras.

Sin las tuyas.

Una tarde sin whatsapp.

Una lenta tarde llena de minutos

que caen

como si fuera invierno.

Una tarde insufrible

con mi cabeza de león melancólico

entre las piernas

alejándome

alejándote.

Lo llaman amor y otras cosas peores.

XI

Para ver Medellín

sólo tuve que subirme al avión de tus ojos

y a la claridad de océano de tu sonrisa.

No fueron necesarias imágenes en google

ni videos de youtube.

Tampoco guías de viaje

que mienten aventuras imposibles.

Para ver Medellín

tu piel como una patria noble

para nacer de nuevo en ella,

para ser ciudadano del único país

que habito en el recuerdo

cuando no estoy contigo:

cuando son las palabras,

los bailes,

los desnudos,

la tierra que pisamos

en horas solo nuestras.

Para ver Medellín,

me bastas tú.

XII

Todo lo que no digo está en ti.

Mis palabras, asustadas,

en esta orilla.

La frontera se cruza en el silencio

de piel con piel.

Vecina íntima, compañera,

atrévete a cruzar la orilla

torpe de mis palabras.

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