Un crepitar del armario:
acerco el oído madera adentro.
Al poco
escucho un himno silencioso
entonado por algún fantasma vegetal.
Un grito seco y sostenido
aunque bello en su exactitud.
Un canto de fiereza inerte
un llanto de olivo
desarbolado.
***
Respiro la luz del laboratorio
su olor a cloro raspa la piel.
Entre las muestras, un tejido
canceroso
de alguien muerto
hace lustros.
Es cuanto queda de él
una etiqueta
un nombre.
Y la certeza de que las células
amotinadas
siguen multiplicándose.
***
Descuartizada
en el chino de la esquina
(un segundo de incredulidad).
Levanto la garrafa de plástico
y leo los ingredientes:
medusa, sal y agua.
Así ha acabado
tu vuelo venenoso
de mariposa marina.
Troceada
como un espejo
roto.
***
No recuerdo ni un solo cumpleaños
sin aquellas varillas de fósforo.
Refulgían
con luces y chispazos.
Pero los artificios
duran solo
lo justo.
El tiempo que la pólvora
convertía esa ilusión
de ojos deslumbrados
en simples alambres
ardientes
que quemaban los dedos.
***
Hablo y aparece mi hermana
«Tienes la misma voz que papá»
«Creía que lo estaba escuchando».
Me intriga esa voz que no recuerdo.
Murió cuando era muy pequeño
y la voz es lo primero que se olvida.
Imposto una voz ausente
habla por mí
sin que pueda rebelarme
me acompaña
esta voz de segunda mano
esta invocación del pasado.
***
Amanezco
con el día degollado
en los cristales.
Con los ruidos ciegos
aún exigiendo confianza en los sentidos
busco a tientas mis defensas:
la camisa sin planchar, los huesos entumecidos
la frente de lunes laboral, los zapatos fríos.
A la habitación, cerrada, ascienden las voces
de la calle, su realidad urgente.
El fragor de un mundo que insiste:
las sirenas de la policía
el grito de un niño
los pasos del vecino de arriba.
Y aquí me sospecho: mecánico, artificial
sonriente.
Fuera de cobertura.
***
Guardé tu voz
como un extraño ámbar.
Entonces, un día
activé el buzón del móvil.
Ahí estabas, riéndote
«date prisa»
«vas a llegar tarde», decías.
Lo escuché varias veces
salí hacia donde me citabas.
Y allí te encontré, esperándome
como si los años no fueran
más que un preludio de tus ojos.
***
La radio amarilla
de mi madre muerta
me cae en el pie.
Dolor.
Cosas así pasan
al ordenar un garaje.
Que la radio que reunió nuestras fechas
esa que quién sabe cuántas noticias
desvaneció en el aire
cuántas canciones
me caiga en el pie.
La recojo y la sostengo
entre las manos:
Ahora me recorre por dentro
intenta ajustar
el dial adecuado.
***
La mujer que amé sigue enviándome correos:
«¿Do you want to fuck like a world champion?»
Alguien ha esclavizado la voluntad
de su procesador, que escupe cada día
miles de ofertas para mejorar
el sexo en el planeta.
Ella no sabe nada de todo esto
de su ordenador zombi, de las ofertas
hechas con su nombre, de mis pensamientos.
Hay algo extraño en este tipo de
despedida.
***
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