La gaviota epiléptica

La gaviota epiléptica

ARP

15/09/2019

Soy gaviota

No pongo la calefacción. Duermo

con tantos jerséis como recuerdos. Paseo

con tantos pensamientos como sarpullidos.

Asfaltos que rugen a mediodía

con la esperanza de encontrar

un quehacer, un algo más que

ser plano

ser tirado

ser pisado.

Retiro el polvo de los pasos de peatones

para guardármelos en las suelas y poder al llegar a casa,

volver a descubrir la ciudad. Duermo

con tantas pesadillas como hermanas que nunca tuve. Revoloteo

tumbada

como una gaviota epiléptica. En la cama

sufro

como una abuela sonriente.

Sabedora del desastre,

abro párpados y mejillas:

la primera noche tranquila vendrá,

sabedora de la miopía de mi alma, vendrá

mientras revoloteo epiléptica.

Vuelo sin vuelo, no vuelo a ciegas, vuelo ciega. Cae,

mi ojo cae del cielo a la tierra,

bombardea la superficie terrestre.

Cae.

No sé quién soy,

soy una gaviota tuerta con un ojo en el cielo y otro torturado en la tierra.

No sé quién soy,

soy una gaviota tuerta que espera el tiempo,

en breve seré gaviota ciega y luego gaviota que se pudre.

Planeo muda en un mundo de

carteles, autoescuelas, depilaciones, supermercados baratos,

ferreterías, discotecas, 24 horas, …. Aleteo muda entre ofertas

y hace tiempo que no veo señales de escuela,

cerca:

– ¡Cuidado con atropellar al niño de la mochila!

Me deslizo muda en una nocturnidad

salvaje

de copas sujetas sin ganas de beber,

con ganas de ahogarse,

atropellando,

en la vagina o en el recto de otro,

con ganas de ahogarse

en las sonrisas de empleo y futuro y poder y éxito.

Me elevo muda, sin porvenir,

mi pecho se apresura al cielo.

Dejo de estar encorvada porque me han dicho que no soy cuervo para volar torcida.

Dejo de mirar al suelo porque me han dicho que no soy paloma que busca migajas,

Dejo de mirar

porque algo de esta vida ya no dice.

Piso vuestras sombras ruidosas

que aparentan silentes cuando suben al autobús.

Fijo en mi retina de gaviota aturdida

ese atisbo de felicidad

que todo hombre carga ilusionado,

colgado del cuello,

barriendo la acera,

camino al trabajo.

Cruzo mis garras arrodillada en la orilla

mientras observo hambrienta el cielo.

Espero

con las manos resecas de tanto mirarme

sabiendo que debajo todos llevamos huesos.

Si mis manos fueran cazadores y cazaran cuerpos,

viviría arropada de mentira y calor,

las plumas se me caerían alegres y desearía estrellarme

y vivir en la tierra.

Si desde el cielo pudiese ver

peregrinos extrañados de sus cuerpos,

que compartieran locuras y justicias,

me estrellaría directa hacia aquí

para sentir mi sombra honda en nuestra soledad.

Pero entonces recuerdo

que estoy absorta en el aleteo miedoso de mis alas.

Y no puedo negar que le temo a este miedo de tener miedo.


Morir paseando

Es fácil morir paseando,

dejar que el cuerpo se vuelva mudo

con los motores de la mañana.

Olvidar el dedo

en la primera esquina

para dejar de señalar allí donde uno ya no ve.

Es fácil que a uno se le caiga un dedo

como se cae sin percibirlo un pinta labios del bolso femenino,

y el dedo permanece inerte en la imperfección de la acera,

imperfección de tu cara que todavía conservas.

Es fácil dejar la sonrisa

abandonada y solitaria

en cualquier bar mugriento de Madrid,

dejar que se fría y chamusque como un churro en chocolate.


Infancia

«Pienso en ellos en los muertos
En los que vi caer
En los que están grabados en mi alma
En los que aún están cayendo en mis miradas”
Altazor, Vicente Huidobro.

Recuerdo un nido tuyo,

donde aunque sin color

aquél nido volaba por el aire.

Quizás un arcoíris invisible lo sujetaba.

Era un nido como otros,

maraña incubadora,

refugio de lo peor y de lo mejor.

Destructor,

el nido,

un nido igual que otros

se cayó.

Como aquellos ojos que miran demasiado,

el nido

aquél nido se estrelló.

Mortal,

quebró,

agotado ante la mirada de familiares y amigos.

Dejando,

siempre dejando,

las ramas escaparon al tacto

y a la vista sólo quedó

la suciedad de los huevos abiertos.

Los fetos gritaron en busca,

sin saber que ya no había en la tierra

nidos vacíos para ellos.

Ya sólo sin palabras,

como hormigas invisibles que hacen magia en la cabeza,

ya sólo descifrar,

descubrir,

volar,

volando,

-quizá respirando-,

respirando,

ya sólo descubrir.


Known only to God


Me buscaste en un pequeño cementerio verde de Madrid.

Me buscaste y yo intentaba entender por qué morimos.

Me buscaste mientras mis ojos aguardaban la respuesta en la arena que rodea las tumbas.

Me preguntaste quién era aquella ante la que me arrodillaba.

Yo te dije que era mi madre,

que a veces no recordaba su cara,

que a veces pensaba en los cuadros de Munch para acordarme de su cara.

No lloré

pero te dije llorando:

– Cuando sea madre, volaré como ella.

Y tú debiste pensar que eso era lo que todas decían de sus gaviotas muertas.

Yo pensé que lo pensarías,

y entonces pensé que no tenías ni idea.

Tú me dijiste que venías a ver a tu hermano,

te pregunté dónde estaba que no le veía.

Me señalaste:

-Aquí, la tumba de al lado.

Hace un tiempo, la última vez que visité a mi madre, me había fijado:

10/10/2000 – 10/10/2010.

Te reíste, y me reí,

10,

y entonces,

entonces quise dejar de arrodillarme ante mi madre para arrodillarme ante ti

y pedirte que me explicaras,

que me explicaras por qué nos pasaba esto,

por qué todos teníamos que acabar gaviotas como mi madre y tu hermano.

Pero en lugar de eso, caminamos en silencio hasta la fuente del cementerio

y rellenamos los cubos de agua del cementerio.

Los cubos de agua del cementerio eran cubos verdes que íbamos a rellenar

con agua verde de la fuente del cementerio.

Cuando salió el agua verde de la fuente del cementerio

pensé en todos los muertos

y en si el color del agua era verde por ellos.

Tus botas pisaban fuerte y tu sonrisa era cortés,

muy cortés,

antiguamente cortés,

y yo sólo quería decirte

que había mucho que no entendía

y que todas las mañana me sentía presa de una parálisis.

Me preguntaste si me gustaban las fotos en las tumbas,

te dije que no,

que sólo la de mi madre,

– La de los demás muertos, no.

¿Y los epitafios?

  • Los epitafios… sólo los de los soldados muertos sin identificar.

Y en inglés:


Known only to God.


Caminamos en silencio, de vuelta hacia las tumbas,

escuché el viento

-hacía tiempo que no lo escuchaba-

y me acordé de los poetas que hablaban de él

como de un alguien en movimiento.

Eso era el viento del cementerio:

un alguien que caminaba con nosotros,

que nos empujaba hacia las tumbas gaviotas de mi madre y de tu hermano.

Echamos el agua verde de la fuente del cementerio sobre la arena que rodea las tumbas:

– Ojalá nazcan flores…

Y el cubo verde de agua verde de la fuente del cementerio

se quedó vacío.

Nos quedamos parados

mirando las tumbas de mi madre y de tu hermano.

Y entonces,

entonces el viento

detuvo sus brazos con nosotros,

dejó de acariciarnos el detrás de las orejas,

y se paró, él también,

a arrodillarse.

Cansancio

«Llueve y hay tristeza»
Cuento cosas del huésped que me habita,
Miguel Sánchez Robles.

Cansancio estelar,

aguja brillante

que cose tu presencia,

y la de él, y la de aquél,

y la del otro.

La Tierra:

máquina de coser vivos.


Enamoramiento


La tráquea:

instrumento de donde se escapan los besos

tubo de metal por el que salen doloridos, al encuentro del aire.

Aire compartido por dos desconocidos,

gaviotas voladoras

que deambulan por los charcos de las soledades,

que salpican el agua de los charcos de las soledades.

El charco de tu soledad me ha calado hondo,

hasta la tráquea.

No quiero dejarla escapar, tu soledad.


Rebeldía


Cuando el olor se te quede impregnado

en las uñas con las que te agarraste,

saca impaciente todo lo vivo que has hecho.

No muestres tu inocencia,

no seas el culpable sino el propulsor de tu muerte

y haz como si ya lo hubiésemos hablado.


Fieles costumbres

de las hojas resecas.

Crudos crujidos.


Grita que te caíste del nido

que olías a vinagre y a pájaro muerto

y que intentaste por lo sagrado

encontrar el hueco que te asignaron

en el jardín de tu padre.

Pide que te devuelvan al rellano del que te echaron.

Castigada

diles

que tú también eres hija de las hojas

y que respiras oxígeno como los árboles.

¡Grita que no eres infeliz!

¡Grita que tu salvación no pasa por ti misma!

¡Grita que no sientes la soledad hasta en los dedos de los pies!

Y entenderás gritando que no has entendido nada

de lo que te enseñaron.


Bostezos lentos

de un musgo retraído.

Suelo mojado.

Escupe donde soñaste,

corta el silencio como si cortases tus venas,

sigue gritando hasta que sientas que se te escapa

y cuando el aullido se haga escultura,

cuando dejéis de desearme que sea comprensiva con la vida,

cuando manchéis vuestras sábanas de sangre rabiosa,

volveré muerta para acariciaros.


Pausa


No llegué a entender las sombras

y mira que hablabais de ellas,

de las sombras que tanto dicen y muestran y significan,

y yo no sé de qué sombras hablabais,

ni si habías mirado a la mía a los ojos.

Bicho deforme,

sombra amarga entre las sombras,

si solo soy,

¡yo!,

sin sombra,

la gaviota de la que te hablé.

El cielo no proyecta sombras,

sólo deja ser entre las nubes.

Mientras, en la calle,

tú caminas con aire desgarbado como el que acumula confianza con el paso.

Vas proyectando tu sombra,

voy pisándote sin que lo sepas.


Qué bello es vivir


Silente es una palabra que utilizan los poetas.


Poeta, tisa

1. m. y f. Persona que compone obras poéticas.

2. m. y f. Persona dotada de gracia o sensibilidad poética.

Yo no soy poeta,

soy gaviota.

Yo no estoy dotada de gracia,

solo vuelo.

Yo no soy digna

de entrar en tu casa.

Ni una palabra tuya bastará para sanarme.

Gaviota ciega y sin brío:

llueve y hay tristeza.

Ni una mirada tuya bastará para sanarme.

Sentí decir en el aire,

sentí decirte en el aire:

¡ni una esperanza tuya bastará para sanarme!

¿Hipo o graznido?

El valor, aplastado por la brisa.

Vuelvo a casa sin nada entre las manos.

¿Pelo o plumas?

Transformación de bestia en ave.

Bello no es una palabra bella,

no es palabra de gaviota.

Bello es una palabra fea

¡qué bello es vivir!


Fe antes de

Volví,

y escondida entre la arena

que rodea las tumbas,

las ahogué escarbando con afán la tierra.

Todas,

ahogadas:

ni una esperanza tuya bastará para sanarme.

Muertas,

todas,

ni una viva.

Cuando hube acabado,

miré hambrienta el cielo,

miré cabezota.

Y con las tripas crujiendo,

obstinada,

esperé hasta entender.

Esperé

Esperé

Esperé

Esperé

Esperé

Esperé ¡aire!

“Tiene que estar asustada, continúa él.
Y lo estoy.
Entonces volará. “
Hacia la boda, John Berger.

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