El oleaje golpea el alma
y el barco sigue tambaleante
en una red infinita de espuma y salitre.
Hay necesidad de soltar el lastre
pero con el se iría al infortunio la tripulación.
Toca al capitán llevar el barco hacia la tormenta
y esperar la incertidumbre
esperar la ola que catapulte hacia el estallido y la muerte
esperar la esperanza que permita evadir las montañas
de aguas irreconocibles e inauditas
y transitar algún camino hacia aguas pacíficas.
Debería soltar el lastre y llenarme los ojos y el corazón de aire libre.
Soltar el lastre
que es así como se apellida la soledad
soltar el lastre y dejar que la infamia
se pudra en su viaje de vuelta a lo indecible.
En las tardes me torno irreconciliable
y me acuerdo de las antiguas batallas y las lágrimas
del enfrentamiento contra el amanecer y la ternura.
En las tardes cuando todo lo que viene con el crepúsculo
pronuncia las derrotas
me quedo mirando mi piel deshabitada
y entran ciudades por mis poros
como si fuesen colibríes obstinados
que no cantan porque no tienen destinatarios.
No siempre y a tiempo nos percatamos de que nos hemos vuelto atardecer
no siempre ni a tiempo estamos conscientes
cuando pronunciamos la palabra morir.
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