El añejo vermú.
Desdichado vermú…
Vino blanco y ajenjo.
Comisuras dibujadas en declive atolondrada,
palabras lacerantes en una garganta disecada.
La mano apretada y la espalda encorvada.
Ojos verdes cual parque deshabitado,
un arbusto desahuciado,
cuatro ramas flacas, sus extremidades fastidiadas.
¡La reina lo ha matado!
¡La reina lo ha matado!
Hiel de triunfo,
confite perecedero.
Si era más fácil dormir con el perro.
La cama congelada,
los pies podridos en la almohada.
Dedos entumecidos
y se fue rígido porque estaba adormecido,
como el hielo en la nevera que contenía su pelo escondido.
Ella no enlutó ni un segundo,
si e lo merecía o no, era interrogante sin rumbo, harina de otro costal,
algo que a ella no le correspondía dictaminar,
y cuyo costo no podría acrecentar la lista larga que ya debía costear
ante quien resultare que la fuese a juzgar.
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