La ausencia como un cuento

La ausencia como un cuento

mónica borgogno

04/09/2019

1.

Una casa chica es para sueños pequeños, dicen. Cuando me vaya de acá, cuando se venza el contrato, cuando comience otro duelo, cuando desarme los estantes que empiezan a caer solos, cuando enrolle las pobres cortinas, esas que inventamos y que ya empiezan a deshilacharse. Ese día tendré que poner en cajas y bolsos y valijas, otros pequeños sueños.

2.

El miércoles robé un malvón indiscretamente, en pleno día, haciendo ruido. Con la mano derecha le retorcí el tallo sin muchos cuidados y me lo traje a casa aplastado entre otras bolsas.

3.

Quisiera volar en medio de la lluvia de hojas que ocurre en este instante. Encontrarte quizás en ese amarillo desprendido de los otoños.

4.

Serenos, estos días de septiembre. Y no es la siesta, es la tristeza de las monedas que no alcanzan, los tomates que crecen lentos, el gato que duerme y duerme, la retirada de los amores. Todos huyen de la calle, todos perseguimos a alguien, nadie se detiene, todos siguen. La fábula de las flores me la contaron hace rato y nunca la creí. Tristes, estos días. Ya no pueden inventarse más ceremonias de interior. Jugábamos y un día la pelota pasó del otro lado y nadie tuvo ganas de ir a buscarla.

5.

Mi padre otra vez conmigo, en medio del campo, tan cerca del yunque con el que jugábamos. Tan paciente y firme, conmigo. En medio del campo jugábamos, tan cerca de las gallinas, robando huevos, tan subidas al tractor como si supiéramos, tan a la hora de la siesta siempre comiendo granadas, adivinando por qué ladraban los perros, siempre.

6.

De las manos de madre todos saben hablar y cantar. De las manos de mi padre, sólo yo, recién ahora. El tiempo de la infancia agiganta las cosas, los espacios, las distancias. Sin embargo las manos de mi padre siempre fueron gigantes, transparentes, limpias. Las mías en cambio, son largas, gigantes tal vez pero flacas, flacas, y cuando llega el fin de año le brotan unas ausencias.

7.

Un perro vino a tu entierro, justo cuando el cura decía que la muerte no es el fin.

Hablamos de la caza de perdices en días de mayo cuando éramos chicas.

Nos acordamos de una que ya muerta de pronto dio su último estertor desparramando unas plumas grises en el citroen. Seguíamos acordándonos.

Al rato descubrimos una perdiz, otra. Sobrevoló bajito y pareció que guiaba el camino al campo. O fue un simple guiño.

Unos teros enamorados se persiguieron al sol mientras te despedíamos en silencio, nublados.

8.

La ausencia es el tiempo que pasa y te agujerea

los pocos recuerdos, te saquea las palabras. Es la necesidad de ver al que no está, en una bandada, en una niña con capucha que te pregunta si estás bien, en una hoja que cae delante del parabrisas, tan justo en mayo.

9.

La muerte siempre va tan apurada y te deja así, sin tiempo para despedidas.

Se había trepado a las higueras como si tuviera 15 años. Parecía que las estuviera montando, que no tuviera miedo a caer. Desde abajo le decíamos “ya está bien Daniel”, porque era un exceso, pero le arrimábamos las bolsas y más tarde, nosotras haríamos un dulce de higos que nunca hicimos.

10.

Y queda zambullirse en la llovizna que calla y encalla, que moja las plumas de las cotorras empobrecidas. Esta llovizna que trae y atrae el canto de dos notas del crespín que hace poco aprendimos a escuchar.

11.

Un día me agarró de la mano y no me soltó más. Yo pedí disculpas por habérsela soltado. El me apretó más fuerte, me miró y me dijo “yo también”. Creo que ahí descubrí que nos queríamos. No fue al inicio de un noviazgo, fue después de un sacudón grande. Desde entonces, la mano que me dio se convirtió en una trenza. Fue un día revelador, más que felicidad tal vez.

12.

Un árbol de magnolia y toda la esperanza puesta en él, cactus, tunas, higueras, maíz por todos lados, un caquis en plena pampa y tantas otras especies que no supe reconocer había en su palacio. El los reconocía hasta por su nombre en latín. Y miel y panales y abejas, había.

Quisiera que mi casa tenga ese olor de la cera dulzona de las obreras, que había en la suya. Quisiera su manía por reparar maquinarias cansadas o inventar paredes con restos. Quisiera esa perra que lo esperaba y acompañaba. Qué va a ser de ella y de nosotros, ahora.

13.

Dos eucaliptos se funden como si nada, parecen uno. Son los más altos y chillones, son la distinción del paraje. Entre las ramas más altas y peladas los loros pusieron la corona, un nido que se pronuncia a la siesta y no deja hablar a los paisanos, los niños, las parejas. Desde la casa de las cotorras, tan arriba, se deben ver las lomadas y el ocaso, que ya tapan las nuevas construcciones del pueblo. De pura envidia, las dejamos que cotorreen y nos avisen qué tantos colores ven.

14.

El frasco de miel que me regaló aquel verano, este verano en el campo, está sobre la mesada. El frasco, como un termómetro: miel que desborda, reposa, baja su nivel de a poco. Cuando solo quede para una cucharadita o dedo por pasar, el recuerdo será otro.

15.

Hoy se escucha apenas el sonido de la llovizna, tan leve y sostenido como misterioso. Acerca un murmullo de voces, fotos en blanco y negro, otros años. Uno abre la ventana y descubre que la memoria empieza a mojarse cada vez que llueve así de constante.

16.

Vivir en las montañas,

o cerca.

Como vivir en las nubes

o parecido,

oliendo los siempreverdes.

Si así llega la muerte,

bienvenida.

Mirando la estrella más brillante

se nubló de a poco mi campo visual,

seguía oliendo el verano,

entre ríos y peperinas.

Si así llega la muerte,

como una nube poderosa,

un algodón que me cubre la vista,

de a poco, bienvenida.

Un gato da vueltas entre mis piernas

y me hace tropezar.

¿Si así me topara con la muerte?

Ojalá ese día sople un viento

de esos que despeinan a todos

y hacen volar los vestidos.

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