Oda a la poesía y a la muerte

¡El poeta no ha muerto!

Dios ha muerto.

La revolución ha muerto.

Nietzsche está muerto.

¡A los poetas no lo mata ni la muerte!

¿Y la poesía?

Si la buscan la podéis encontrar en las salas de opio,

en el vientre hinchado,

en la especie perpetuada y en los lupanares,

buscad en los jardines,

en los vestidos floreados, en la sonrisa de los niños.

En las estaciones de trenes cuando los amantes se despiden para siempre,

en los puertos cuando zarpan los barcos a ninguna parte.

¡La poesía no ha muerto!

Lorca ha muerto.

El comunismo ha muerto.

Españoles… Franco ha muerto.

¡La poesía no!

La encontrarán palpitante en las manos de los músicos,

en las orquestas de ultramar, en las partituras de Mozart

en los compases de Coltrane, ¡en los violines de Vivaldi!

Mozart ha muerto,

Coltrane ha muerto,

Vivaldi ha muerto,

uno detrás de otro como un círculo interminable.

Su poesía aún sigue entre nosotros.

En los museos y en las cúpulas de los templos encontrarán a la poesía,

en las pinceladas de Velázquez, en los colores de Gauguin,

en Los Fusilamientos, de Goya.

Los dioses morirán,

sus paredes y sus techos se derrumbarán

pero la poesía sobrevivirá.

¡La poesía no ha muerto!

Jesús ha muerto.

La religión ha muerto.

Torquemada está muerto.

¡Pero la poesía, no!

¡La poesía resucitará al tercer día!

En la belleza será fácil encontrarla,

en las caderas pronunciadas y en los senos de las mujeres valientes;

su cuerpo se desplomará como esos templos en ruinas

y su cabello será la ceniza de otro fuego,

y aunque mueran, porque morirán,

la poesía permanecerá en su sello fecundo

y en el recuerdo de los hombres que las amaron.

¡La poesía no ha muerto!

La Gioconda ha muerto.

El Romanticismo ha muerto.

Artistas… Leonardo ha muerto.

Pero la poesía aún no.

Yo mismo moriré,

un día estallará mi pecho

o mi cabeza se abrirá como un papiro.

Y este poema me sobrevivirá,

aunque lo entierren conmigo,

aunque el fuego lo azote implacable

o el olvido lo aleje indiferente.

Yo estaré viviendo en sus palabras.

¡Los poetas no sabemos morir!

¡Y a la poesía no la mata ni la muerte!



POEMA 2

Yo no elijo las palabras,

son ellas las que me eligen a mí.

Yo las escribo, obedezco.

Estoy atento a que los poemas me elijan, en ese sentido soy un elegido.

Hoy este poema me ha elegido para que lo escriba.

La poesía me ha elegido.

Así como son tantas las cosas que nos eligen.

El amor nos elije, yo no elijo amar,

ocurre,

a veces ocurre

y no podemos hacer nada.

Sucede.

Ya nos eligieron.

Abelardo y Eloísa no se eligieron. El amor los eligió, por sobre cualquier mandato.

No elegimos llorar de desamor, y tampoco esta tristeza.

Las lágrimas nos eligen. Lloran con nosotros.

El dolor nos elige

¿quién podría elegir al dolor?

Es el dolor que nos elige, nos invade.

Nos usurpa, nos subleva.

La muerte nos elige.

Ya nos ha elegido y no hace otra

cosa que esperarnos.

La muerte nos elige, a todos.

Nosotros no elegimos nada.




Salvar al mundo

Yo sé que les puedo parecer un loco

flameando esta bandera sin colores,

un demente en las primeras planas de un diario local.

Pero no voy a matar a mi familia

con la escopeta de caza de mi abuelo

ni dejaré las hornallas encendidas por la noche.

no tendré mi día de furia, menos inmolarme,

por ninguna causa absurda o bandera

o frontera trazada sobre un mapa.

Todos los días ocurre lo mismo

lo mismo todos los días y

todas las noches lo mismo.

Yo sé que somos imperfectos, que hay pestes

y que los peces flotan moribundos como restos de un

naufragio,

a riesgo de ser cursi y ser colgado en el olvido,

voy a decir una locura:

hoy podemos salvar al mundo,

y no es porque el mundo importe demasiado,

es porque yo también soy el culpable.

Una vez tuve fiebre y vi el final.

No pienso darte el gusto.

No voy a ahogarme en whisky,

ni perderme en mil burdeles,

ni inyectarme heroína,

ni morfina, ni basura, ni TV.

¿Acaso no ven que los estoy llamando a gritos?

Dejen esas banderas, abandonen a sus ídolos,

pinchen esos globos amarillos,

o verdes, o rojos, o negros.

Dejen a sus líderes sentados de culo en sus tumbas doradas

derriben sus estatuas, sus ideologías,

sus obituarios manchados de mentiras,

despierten a puño limpio al nuevo hombre, a la mujer más

puta y amorosa, desnúdense, sientan el pasto en los pies descalzos,

bajen los vidrios de las ventanillas.

Yo sé que a muchos les parece una locura

“¡otro demente y su disparatado manifiesto!”

ya es hora de dejar todos los dogmas, todos los «ismos»,

todas las pancartas, los panfletos que nos atan

¿Somos pocos o muchos?

no me importa

los que podemos ver que hay algo

más, un poco más allá de esa pantalla,

de ese dios de logaritmos,

de esa fría niebla que nos separa.

¡Por favor, hagan algo! ¡Despiadados!

Qué me cuelguen desnudo, y que se rían

de mí, de mi discurso sin adornos, no me importa,

pero detengan a los siniestros hombrecitos

que dan cuerda “a los infiernos más floridos”.

Hay que cambiar la música de los titiriteros.

Hay que emparchar el ojo impreso en el billete

verde, rojo, o negro.

Inventemos todo de nuevo,

somos imperfectos,

pero mira a tu lado en la cama

decidme si no vale la pena.

¿Estás solo?

No importa.

Cuando hoy, mañana o dentro de un año

despiertes en el medio de una noche incierta

y te acerques a la cuna de tu hijo,

tal vez valga la pena.

Todos los días te inyectan un poquito más

de mierda perfumada,

de una mierda que no ves y no tocas.

Pero a mí no me engañas, en algún momento

en algún instante de tu vida

sabes que está en tus venas,

ya es tarde y aspiras,

sabes que está hace siglos

como el suero de un enfermo,

durante todos los días y todas las noches

invisible y fatal, ocurre lo mismo

lo mismo todos los días y

todas las noches lo mismo.

¿Pero qué se puede hacer?

te preguntas con el cepillo de dientes en la boca,

con esa cara demacrada en el espejo.

Bueno, el bote está pesado,

habría que empezar arrojando lo inservible,

dejar sólo lo indispensable

mientras buscamos tierra firme.

¡Qué se hunda el barco viejo de doctrinas!

¡Qué se hunda, él y todos sus capitanes!

A los botes los músicos, las bailarinas, los enfermos.

¡Hoy vamos a salvar al mundo!

Por favor, ya basta de rojos,

de verdes,

de amarillos.

Hoy, voy a salvar al mundo,

voy hacerlo,

¿me van a dejar

solo?

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