Pisoteada, humillada, con un moretón, me observé aquel día.
No sabía que pasaba,No sabía que pensar, sólo miraba a mi hija en el suelo que no paraba de llorar.
Vestida de negro, con cierta palidez, la miré mientras la abrazaba aquel vil hombre que me hizo padecer.
¡Por fin, recordé!, como cambio cada beso por un golpe y una traición.
Sentí remordimiento porque nunca dije nada, solo atinaba siempre a quedarme callada.
Ahora como un alma en el vacío he quedado estancada, y sin poder hacer nada por mi hija desamparada.
¡No…! Grité amargamente al enterarme que mi hija se casaba, con un hombre tan cruel como su padre.
Pasaron los días y las noches, y sólo recibía reproches, golpes y más golpes.
Era su mirada vacía, la que me hizo pensar en Dios y en la opción de como volver a la vida.
Más no pude hacer nada, más que observar lo que sucedía y darme cuenta que mi hija pronto en madre se convertiría.
Otro golpe, soterraron en su cara y al ver a su hija entre lágrimas, tomó la decisión que su rumbo cambiaría.
Salió a oscuras como los gatos, sigilosa y en silencio pues necesitaba parar cada gota de maltrato.
Es común, en el mundo actual escuchar estas historias. Pero, ha llegado el momento de cambiar nuestro cuento.
Las mujeres no somos más sumisas, aisladas para servir sino seres capaces de luchar por sí para ser feliz
A partir de ahora, se callaron los bosques, los ríos, y la tempestad pues las mujeres acabamos, de parar nuestra muerte brutal.
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