Alabanza al hombre
¿Por qué desnudarme de ésta forma,
mostrar mis miserias,
mis partes más oscuras?
¿Por qué dejar caer esa armadura
que me salva,
que me permite vivir?
Mostrar mi cuerpo lívido,
hermoso en su deformidad de hombre.
Mi alma, tranquila, entre terrores y angustias,
un tiempo infinito en las entrañas de mi cuarto,
en la mañana silenciosa de mi barrio,
en la ciudad palpitante como un hormiguero,
en el campo y la llanura,
en las montañas al otro lado del río.
¿Por qué exponerme de esta forma obscena,
vender mis deseos,
entregarles mi autoestima.
esperar su respuesta
buscar una sonrisa?
¿Qué tan pobre puedo llegar a ser?
¿Hasta dónde sostener
este intento desesperado
de no vaciarme
de gritar en silencio,
que existe el hombre,
Que en sus sentimientos más bajos
sólo puede haber verdad?
El hombre,
inseguro e imperfecto,
digno de ser contemplado
como una obra de arte.
O una insignificante parte de Dios.
Perfectos desconocidos
Me escribió un amigo
para contarme de un poeta.
De su casa,
de su obra signada, de montañas y pájaros.
De su vida tranquila, de pueblo y monte.
Mi amigo anda en ese mundo.
Me preguntó si conocía al poeta
y le dije que no.
Ni siquiera ahora, unas horas más tarde,
me acuerdo de su nombre.
Sus poemas quedaron flotando por ahí,
anónimos.
Como mi propio pájaro,
azul con manchas rojas,
anónimo también.
Flotando sobre calles de asfalto.
En los libros que leo.
Nadando en ríos de vino.
Nadando y cantando,
a paso lento,
entre la multitud citadina,
entre millones de rostros desconocidos,
sin nombres,
como todos nosotros.
María
Dice de salir a pasear y tomar unas cervezas.
Estuve todo el día encerrado,
me gusta la idea de respirar un poco aire fresco.
Pasa a buscarme por mi casa con su moto.
Se ve bien con el casco y el pelo rubio cayendo por la espalda.
Le hablo al oído, le acaricio el hombro cuando lo hago.
Me gusta su olor.
Bordeamos la playa hasta encontrar unos médanos.
Nos sentamos en la arena, abrimos unas latas, charlamos.
Somos extremadamente torpes y graciosos.
No nos interesa nada de lo que cuenta el otro
pero hay un cuidado dulce en las formas y los gestos.
Los dos queremos pasar horas en una cama desnudos.
Pero no sabemos cómo hacerlo.
Y chocamos como tontos cada vez que queremos abrazarnos.
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