Algunas metáforas para que el dolor no sea tan literal.

Había un chico..

El amaba el verano. Sintiendo lo contrario por el invierno.

Tuvo que tomarse el tiempo de poder ver con otros ojos, lo que los fríos vientos del sur solían traen.

Mañanas oscuras, vidrios empañados.

Más de un suéter y una bufanda que parecía incomodarlo demasiado.

Sus manos se entorpecían con cada movimiento ya que los guantes aislaban el frío arrasador.

Su tiempo libre, transcurría dentro de casa entre películas viejas, música en replay y dulces.

Un día, pensó que lo mejor seria salir a caminar un poco. Con cierta inseguridad, decidió repetir la misma acción, otra vez.

Y así, conforme pasaban los días, el iba encontrando pequeños detalles en estos días de invierno: más largos, más oscuros, más desolados.

Se atrevió a pensar en que tal vez, esta época del año podía ser maravillosa también.

Llego a decir, que pararse frente a la ventana, con un café en mano mientras la lluvia caía y parecía congelarse en el aire, era algo inspirador. Lo motivaba a sentir algo, mas allá de lo que el esperaba.

No tardo en habituarse, aprendió a sentirse cómodo a las 6 a.m antes de que el sol dejara ver alguno de sus rayos.

Claro que, los días pasaron y con el los meses. El frío perdía su fuerza, las hojas de los árboles ya podían moverse mejor, sin el peso de la nieve sobre ellas.

El sol, desde temprano, iluminaba todo a su paso. Acabando con la oscuridad que el invierno intentaba dejar.

Parecía ayer, cuando el disfrutaba su café, frente a la ventana mientras la lluvia caía en pausa.

Parecía ayer, cuando el demostró interés en algo diferente.

Hoy, no hace más que disfrutar de la piscina, reafirmando su creencia de que el invierno, jamás valió la pena.

Olvido la calma en la lluvia, lo cálido de las mantas. Olvido sus sonrisas espontáneas, las mismas que ese invierno «sin sentido” le habían enseñado a lucir..