Mar de Tethys
Con lentitud,
respirar cerca de tu piel,
para ver cada poro estremecerse y abrirse en flor.
Estimulando cada vello,
recorriendo milímetros de terreno agreste y suave,
con la respiración
lenta.
Aspiro cada humor cristalino
que escapa del bosque salvaje, entre cerros.
Pequeños besos que succionan
suspiros en el Mar de Tethys,
primitivo paraíso peninsular,
no eras desierto,
navegas en gemidos contusos
entre vaivenes y derivas.
Naufragio sensual,
tus respiraciones que explotan,
como cañones tratando de hundir la nao.
Millones de años llegan a este punto en tu piel
y en la mirada ausente.
La lentitud no es eterna,
el mundo se derrumba,
escombros de agua en Ciénega
donde nadar a oscuras.
Te siento en cada nervio de mi cuerpo,
Cálida, invasora.
Viviendo tus ojos en otro mundo,
Lejano pero íntimo,
tal vez, dentro de una molécula de agua primigenia.
Es tu boca medio abierta,
caverna iluminada de medias palabras,
medios silencios y algunos suspiros.
Mar interior,
humedal prehistórico,
grandes lunas y fuertes vientos.
Peces ciegos,
Tortugas blandas y bisagras.
El tiempo se detiene
en tus arenas y plantas carnívoras.
Es tu naturaleza salvaje,
De cielo abierto,
tus ojos emergen de las Ciénegas,
Como lágrimas saladas
en un mar de yeso que ciega.
Dor-mi-da.
Ausente de mí.
Segundos
de tu existencia única.
Segundos de gritar
género y especie.
Un beso,
para renacer
en tus pechos,
en tu cabello,
en tu nombre.
Cerro del muerto
Fue una catástrofe morir en tu boca.
Cayendo desde el cielo,
abatido y sin alas,
ahogado en la linfa
de tantos gritos ahogados,
arrojando flores a los vientos.
Una mujer se derramó por la ribera
para sembrar las flores reptantes,
florecieron verbos casi humanos.
Sopló la brisa de otoño,
las flores del desierto son salvajes,
pequeñas e hirientes.
Nada de rosas o nardos,
nada de ninfas ni hadas,
Este desierto sabe de luna, cascabeles,
viento y suculentas de todos los verdes.
Las cactáceas blanden sus espadas al sol.
Un ejército vacuno
toma por asalto la linfa.
Su alimento es la tierra, el agua,
el sol y todo lo endémico.
El desierto se desertifica.
Y el muerto seguirá muerto,
tirado, tragando cielo.
Y nuestra naturaleza es abrazarnos,
Morir con los brazos al sol como las noas,
Y la lluvia y las montañas;
O morir rodando
Como las estepicursores
esparcen toros que embisten pies
y renacen por todo el desierto.
La muerte nunca es muerte,
el cerro exhala estrellas,
fecunda el universo.
La muerte nunca es muerte,
cuando de tu boca caigo
como promesa,
desertificando el desierto.
Río Mezquites
El río mezquites
al cielo despelleja,
Descarnada, una estrella.
Nocturno desierto
Las estrellas caen,
sí,
la luz cae,
aunque yo:
espero
todo el tiempo que te lleve
caminar,
cada curva del enredado cerebro,
por cada conexión neuronal.
años (tal vez),
siglos (es probable),
nunca (seguro),
la recorrerás hasta llegar a la cordura.
La mente es intrincada,
inacabable.
Luz.
A las cuatro y media de la mañana,
cientos de proyectiles llegan al óvulo.
Pareciera que hay vida después de la muerte.
Vida molecular,
Estallan sus partículas al mundo porvenir.
Inalcanzable,
a la velocidad de la luz;
la luz se estira por las deformidades del espacio.
La luz lo es todo y a la vez nada.
Y pasamos la vida descifrando luz.
Lo intentamos.
Pero la luz es esquiva.
Incluso más que el tiempo
y aun así el tiempo es una ilusión.
La muerte también lo es,
heredamos al mundo átomos y pensamientos:
pequeños haces de luz atrapados en la memoria.
El universo cae,
las estrellas caen a través de la deformación del tiempo
y el espacio.
Un agujero en espiral
Y plano.
Caminas, con la mirada al horizonte,
Por la superficie de un sueño pisoteado.
No somos únicos,
Somos imitantes de la historia visual.
Esperando,
que un día, los fragmentos de luz en mi memoria
caigan en un espiral
directamente a las arenas de este desierto.
Locos en un rincón del universo
No hay tiempo.
No existe como sustancia,
Millones de años es un instante.
El tiempo no transcurre,
lo inventamos para no volvernos locos.
Envejecemos como criaturas orgánicas,
pero eso a nuestras moléculas las tiene sin cuidado,
ellas saben de eternidades.
Ellas formarán nuevos universos,
y tal vez ya hayan transitado otros antes.
Somos mortales para no volvernos locos,
todo lo que tiene conciencia muere,
si la conciencia fuera eterna,
pediríamos la muerte a gritos.
Somos irritantes porque estamos perdidos
en un solitario vecindario,
creyéndonos únicos e irrepetibles.
Matamos el cielo estrellado por arrogancia.
Para no darnos cuenta de que orbitamos
la estrella más solitaria de todas,
en la periferia de la vía láctea,
nadie nos visita.
Los dioses nos abandonaron hace tiempo
a nuestra suerte.
Ensimismados,
Huérfanos,
Humanos
atrapados en el tiempo,
en nuestra oscuridad,
en paradigmas viciosos,
creyendo que evolucionamos,
crecemos,
pero en realidad involucionamos y
somos olvidados.
Las moléculas quedan liberadas
para seguir rolando por el universo,
locas, libres, carnívoras.
Vive en un asteroide al oeste del atardecer,
perdida entre las nubes caídas al mar.
Ahora, es el lecho seco del mar de Tethys.
Donde los peces son granos de arena,
Y el ruido es robado por un asteroide,
tal vez un platillo volador caído de las Perseidas.
No llegaste para explicar el vacío.
El vacío omnisciente del desierto.
En el corazón.
Sólo un vacío.
Nunca fue lo mismo
recorrer paisajes de piel rosada,
besar rincones de oscuros andares y provocar suspiros
obsesivos, porque las arenas de mi desierto son irrepetibles.
Y duele. No volver pisar esas cálidas arenas a orillas
de la laguna, que no es laguna,
a menos que caiga el cielo en nubes.
Y pasa, al menos dos por vida.
Para ahogarnos en la espesura de la noche,
amarga noche melancólica,
pero fresca ante el brillo de tu rostro encendido.
Y duele. No volver a sumergirse en la sangre de tus ojos.
Y no va a dejar de doler, en el río, en las piedras.
Voz
A Rocío
Tu voz,
como una partícula de arena,
es un universo
que llena al desierto de luz,
callada.
El desierto puede ser todo, menos
callado.
Los perros ladran,
las aves gritan los espacios vacíos,
el viento vuela partículas de tierra.
No existen los silencios,
el cerro escucha inmóvil su propia voz.
El desierto en el corazón,
es más callado que el desierto de tierra.
Más extremo, más sensible.
Más oscuro, si es que eso puede ser posible.
Pero hay algunos abrazos, entrañables, poderosos.
Y si me preguntas ¿por qué?
No podré darte razón,
Será que, así lo decidí hace años,
cuando me sumergí en tu mirada aceituna, viva,
aunque por momentos miran al suelo buscando
cenizas entre la tierra.
Te acepté toda, enmarañada, ensortijada, enlutada.
En esplendor y oscuridad,
en tiempo y humo,
esperanza y desierto.
Y es que un misterioso vacío espectral
vive en la oblicuidad de tu ojo.
En mis manos, un temblor,
En tu boca la sequedad y un intenso vacío,
como los besos, ausentes, desérticos.
En tus manos amasas historias trágicas,
pero es que la vida no es un paraíso,
la muerte y la podredumbre se suceden
en un ciclo sin fin.
Fuimos expulsados del paraíso.
Del día a la noche,
al acecho de la medusa
y las bestias mitológicas
del fondo de la tierra,
del desierto, de la selva, del mar.
Del cielo y la superficie terrena.
No hay paraísos, tan sólo una voz callada
desértica.
Eclipse
Domingo, de luna roja y eclipse,
la sombra provocó una sombra enigmática
en tu ojo izquierdo.
No tuve algún pensamiento,
en el desierto los eclipses difunden miseria,
en ti el eclipse deja una capa plateada en la piel.
El eclipse es un beso desértico,
la sequedad de los labios,
el cansancio de los días.
La luna roja,
el silencio de las aves,
el calor del mundo.
Tu silencio, el mío.
La boca de la cueva
Un coyote acechando la liebre.
Tu nombre es eclipse,
Tu nombre es desierto.
Tus labios están secos.
El universo es una roca
Al fin amanece,
debo quedarme inmóvil,
soy una lagartija esperando
a que calienten los sueños apenas encontrados.
Las extremidades al sol sobre esta roca.
Para una lagartija
el desierto está densamente poblado,
lo pequeño es abundante
y el universo son las rocas.
Mi universo fue una roca,
Inamovible.
De áspero tacto,
pero rodeada de suaves nubes.
Mi universo fue una roca,
durante el día sonríe
y al anochecer baila
la música de la holósfera.
Todavía lo hace,
no le importan los alacranes
y ciempiés que buscan la humedad guardada
de la última lluvia.
Esa noche, un torrente salvaje de arrojos
se precipitaron, y casi reviven el Mar de Tethys.
Pero la tierra estaba sedienta,
El cansancio y la sequía absorbieron cada grito de lluvia.
Mi universo fue una roca encendida.
Soy lagartija,
Sobre una roca de tez muda,
al sol.
Inmóvil,
al desamparo
de hambrientos cazadores diurnos.
La vida consiste en comer
o ser música,
o desierto,
de todas formas, vivimos en la holósfera
y mi universo es una roca.
Los días han pasado
Los ríos se secan.
Los peces mueren.
Arenas de miles y miles años
descansan al sol.
Los días han pasado,
El calor y el frío se suceden,
El viento que produce la montaña no cesa.
Mis pasos, llenos de sombra
caminan por 70 millones de años.
Mis pasos fósiles, dinosáuricos y petrificados.
Sobreviviente de extinciones masivas y eras glaciares,
de los silencios y los ruidos estruendosos
como el de una erupción.
El aire corre a través de las rocas afiladas.
Las larvas petrificadas de tu voz,
los distantes días en que el mar lo cubría todo.
Hoy tan sólo unas cuantas pozas de agua primigenia,
Resguardan el origen de la vida.
Entiendo que toda vida es pasajera,
que todo se evapora, muere o queda reducido a cenizas.
Que la materia vuelve al círculo cósmico.
Pero tu silencio debe ser de protesta, porque
saquean tu sangre, tus peces, tu aire,
y hasta el aliento de tu vida.
Grabación de audio
Estoy bien,
mira, sonrío y todo,
ni siquiera se me quiebra la voz,
ni me detengo a pensar demasiado tiempo.
Tampoco es para que se diga que estaba deprimido,
ni que extrañaba demasiado otra vida,
como dice Buda, nada permanece.
Soy libre,
tanto como un pez fuera del agua.
La soledad la cargo como al sol sobre los hombros.
Es maravilloso desaparecer, de la inminente responsabilidad,
llevar recuerdos tatuados y exhibirlos con orgullo.
Y la voz murmura todo el tiempo. El infierno.
La intriga del futuro, no me interesa tanto.
La decaída del cuerpo, es lo que duele.
Todas las soledades, los silencios, la mudez, los sinsentidos,
se acumulan en el pecho,
de esa hinchazón que luego formarán las lágrimas
que caerán en lluvia por los deshilados del corazón.
Pero ni creas que estoy triste,
me apetece la tranquilidad y la eterna irresponsabilidad.
Me apetece no tener los recuerdos
ni tu voz, taladrándome la sien.
O hablarles todo el día a las piedras
enquistadas en la memoria, en los riñones,
en los testículos.
Quiero abrazar el desierto.
Escuchar los ecos de los hadrosaurios,
ceratópidos, tiranosaúridos, dromaeosaúridos
y ornimímidos, que alguna vez pisaron estas arenas.
Ver sus fantasmagóricas apariciones,
aplastando todo a su paso.
Arrasando todo a su paso.
¿Me escuchas alguna vez?
¿Escucharás esta grabación?
Estoy bien.
La profundidad
A Liz
Fue un parpadeo,
lo suficiente para ver en tus ojos
el abismo,
irreverente y oscuro.
Cayó una ventisca violenta.
Árboles cayeron destrozados.
La ciudad se desarma,
mientras me desarmo en tu boca
y la sangre escurre dejando un rastro de placer.
Ya no hay profundidad. Tu mano irreverente
la destrozó en un segundo.
Un parpadeo. Y me pierdo en tus ojos. Morí.
Porque todo pasado muere.
Y ahora eres tú
solamente tú: mi desierto.
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