ALA NORTE
Noches
Cierro los ojos,
para ser yo quien decide la noche.
El abismo a bocanadas
cansa.
Como un parto.
Saco a pasear mi vulnerabilidad,
recién salida de la crisálida.
Aún respiro.
Muy Sabias
a tí, Caro.
Quisiera poder decirte,
que voy a lograr todo aquello
a lo que ya no tienes acceso.
Pero soy una mortal
a la que no se le da muy bien la vida.
Eso sí, yo lo intento
con todas las neuronas que siguen intactas
y con las que simulan árboles milenarios,
por todos los aprendizajes.
Hace tiempo que dejé de cuestionar
la aleatoriedad del destino.
Veo tu foto,
esa en la que tienes la mirada perdida,
en la que me reconozco con los mismos gestos,
y no puedo evitar sonreir
recordando aquella tarde en la clínica,
cuando te dije que éramos afortunadas.
Sí, lo dije con convicción.
«Se aprende a través del sufrimiento.»
Entonces me miraste como en la foto
y creo que ahora, si pudieras, me preguntarías
¿Para qué tanta sabiduría?
Inundaciones
Espero de cuclillas
a que pase el temporal.
Estudio al azar algunas de las gotas kamikazes,
cuyo objetivo es que yo estalle.
Me cubro de racionalidad
y murmullo:
«es solo el equilibrio homeostático»
como si el hecho de repetir vocablos
me permitiera ganar el significado.
Un analgésico de esperanza.
Cada día cierra una posibilidad
y me protejo del agua que cae
ignorando con decisión,
aquella que colinda con mi cuerpo,
gana fuerza,
zarandea mis miembros en contra de mi voluntad
y puede llegar a ahogarme.
Me he llegado a preguntar,
cuánto más podré resistir.
Cuido mis neuronas,
el único elemento de este cuerpo,
que envejece a respiraciones arrítmicas,
con capacidad de salvarme.
Lo demás no importa,
nada importa,
pero… si nada importa
¿Para qué vivir?
ALA SUR
En las yemas de mis dedos
¿Por qué escogiste esconderte allí?
Ahora no puedo averiguarlo,
me encuentro en el centro del vendaval
y necesito mis manos
para sobrevivir:
coge las amarras,
agarra el timón,
no te hundas.
Sobre todo, no te hundas.
Pero el viento trae el rumor de tus palabras nuevas
y mi cara confunde el agua del mar
con las lágrimas mías, que son tuyas.
Entonces cierro los ojos,
huele a otoño,
acerco los dedos a mis labios
y, por un instante,
son nuestras bocas que bailan despacio
y se mecen suaves.
Después me miras
y tus ojos encierran toda la resignación de la madurez.
Una ola me golpea y estalla el sueño,
mis manos vuelven a sus labores
y tú te vuelves a acurrucar
en la yema de mis dedos.
Una flor
Nada más poético que tu corazón calentito y anatómico.
Invencibles
En las noches tranquilas
mi pecho mullido te sirve de almohada,
te arrullo con sueños y adjetivos,
hasta que te rindes indefenso,
con el peso de tu brazo en mis costillas.
En las noches de tormenta
recuesto mi cabeza en el lugar más seguro del mundo,
que es justo debajo de tu hombro,
y escucho tus latidos,
mientras juegas con mis cabellos de bailarina frustrada
y me aseguras que estarás allí,
para tomarme de la mano,
cada vez que me equivoque.
Así hasta que tu brazo ya no pese tanto
y a mí no me queden equivocaciones.
Juntos, seríamos invencibles.
Eso, en otra vida y otra dimensión.
Ignorancia
No sé acomodarme a las rutinas.
No sé acatar las normas solo porque sí.
No sé a qué hueles.
No sé beber Martini.
No sé respetar a los que tienen un título superior,
si no tienen también bondad.
No sé cómo son tus manos.
No sé dejar de aprender.
No sé aceptar el «Yo soy así y de aquí no me muevo».
No sé a qué saben los huevos pouché.
No sé cómo suena tu risa.
y no sé si disfrutaría tus besos.
Es curioso que en medio de tanta ignorancia,
a ratos te eche de menos.
Sangrando
El atardecer se sonroja
cuando desvisto todos los secretos.
Escojo algunas palabras nuestras
y las acaricio con mucho cuidado,
las reagrupo para obtener un significado nuevo.
Tardo, quizás, mucho.
El cielo me da la espalda.
Oscurece.
Estoy desnuda y sola.
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