No podía encontrar la manera de volverme ilegible en su manera de ser.
Donde no haya paz, habrá otras virtudes.
Es importante acordar las discordancias como también, la traición.
Cuando recuerdo las peleas, me siento culpable de los deseos de salir corriendo.
No sabía cómo lucir con mis ingenios en intentar zafar de los enredos nefastos de mis argumentos.
Tampoco remediar el sentimiento de culpa, ante las esmeraldas de sus ojos como el agua del arroyo al amanecer de un invierno.
La dulzura de sus gestos eran la forma de hacer hincapié a sus palabras.
Yo la miraba complacido en la manera que lucían sus pelos rozando sus hermosos hombros.
Las pequeñas montañitas de azúcar a que llaman los mortales pechos.
Esos dientes de mármol deseo de todo romano.
Esa piel de terciopelo que brilla en el calor.
Sus hechizos que deja al viento haciendo gestos de izquierda a derecha de manera rabiosa y descarnada.
No pude evitar ver el suelo.
Labios rojos de frambuesa y contornos que Dios lo ha dibujado.
Entonces, como cualquier tonto no contuve la presión de la imperfección y la llené a besos.
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