– ¡Oye, chica! ¡Perdona! ¡Chica!- La vecina del bajo me llamaba desde su puerta.
Yo llegaba del trabajo y acababa de abrir el portal. Era como si hubiera estado esperándome. Sólo llevaba dos meses en Madrid. Mientras viví en Salamanca, siempre lo hice en el mismo edificio de la misma calle con los mismos vecinos, a los que conozco como si fueran de mi familia. Creí que en la capital sería diferente: no conocer a nadie, no dar explicaciones, una vida anónima… Y de pronto, esa señora mayor, de unos ochenta años, enfundada en una bata azul y con zapatillas rosas, reclamaba mi atención como si nos conociéramos de toda la vida.
– Siento asaltarte así, pero sé que no llevas mucho en el edificio y que no te tratas con ellos… Pero no quiero hablar aquí. Nos vigilan. Eres la única que puede ayudarme. Te invito a un café en la esquina.- Tiró de mí hacia la calle. Se apoyaba en su carrito de la compra como si fuera un andador, pero del esfuerzo y de los nervios hablaba entrecortadamente. Miraba sin cesar al portal mientras recorríamos la distancia que nos separaba del bar. Entramos y pidió dos cafés sin preguntarme.
– Ahora ya podemos hablar. Siento si te he asustado. Llevo dos semanas sin salir de casa. He pasado los últimos siete días mirando por la mirilla y entonces vi cuando te cruzaste con ellos. El resto les saluda, tú bajaste la cabeza.
Resulta que esta señora quería hablar conmigo porque soy vergonzosa con los desconocidos… ¡Ya me decía mi madre que había que cuidar las formas! ¡Pero no pensé que me fuera a meter en un lío así!
– Hace un año que falleció mi hermana, que vivía justo encima de mí. La casa pasó a mis sobrinos (esos malditos desagradecidos) que se la vendieron a dos hombres. Y ahí empezaron mis problemas. Esos señores, que siempre van de traje son… ¡No me atrevo a decírtelo!…
– Tranquila- le cogí la mano arrugada que tenía apoyada en la mesa. Estaba destrozada. Unos pocos lagrimones y muchos mocos empezaron a caer por su cara. Busqué un pañuelo y se lo tendí.
– Gracias, cariño, es que estoy muy sola y llevo meses aterrada… No salgo de casa, no como… Todo empezó hace medio año: me metieron papeles dentro del buzón. Luego empezaron a hacer pis en mi puerta cada vez que pasaban. Nunca les pillé haciéndolo, pero sé que eran ellos…
– ¿Cómo lo sabe? – murmuré. No sabía a quién se refería, pero empecé a pensar que no estaba muy bien de la cabeza.
– Entiendo que es raro… al principio no estaba segura, hasta que apareció una caca en mi puerta y me decidí a ir a la comisaría. Ese día me condené. No sé cómo, pero se enteraron y cuando llegué a casa me hicieron algo: perdí de golpe toda la energía y me desmayé en la entrada. Me desperté en el suelo y como no me podía levantar, tuve que arrastrarme hasta la habitación y fue cuando noté que ellos también se arrastraban por el piso de arriba. Era como los imanes cuando se mueven a la vez a través de una hoja de papel… No sé si me entiendes… Conseguí subir a la cama y ahí pasé un día entero, después, cada vez que me movía por la casa… ¡otra vez el imán!… Me estaban chupando las fuerzas… sabes lo que quiero decir ¿no? ¡Son vampiros! Nena, ¡VAMPIROS!
La miraba estupefacta. Si no fuera porque me daba mucha pena me habría reído.
– ¡Todo encaja! ¡Sólo salen cuando se pone el sol! Y usan sus poderes para vengarse de mí por haber hablado con la policía. ¡No van a parar hasta acabar conmigo!… ¡Tienes que ayudarme! ¡Tengo miedo! ¿Qué hago? No quiero volver a casa y no tengo a nadie: mi hermana ha muerto, mis amigas han muerto, mis sobrinos no quieren saber nada de mí, soy soltera, tengo ochenta y nueve años y… y necesito tu ayuda. Eres la única que puede hacerlo…
¡Madre mía! Me acababa de caer una abuela con problemas como regalo de segundo mes en Madrid… Al final decidí acompañarla al Centro de Salud. Nos citaron con la Trabajadora Social, que se ocupó de todo, incluso del piso. Mientras se arreglaban las cosas se instaló en mi casa, en mi cama y yo dormí en el sofá.
Fui varias veces a su piso porque ella no se atrevía a volver. Era pequeño, oscuro, muy pasado de moda, lleno de muebles y cuadros. Miles de recuerdos. Una vida entera resumida en esas cuatro paredes, y que tuvo que dejar atrás porque a la residencia sólo pudo llevarse una maleta. Los sobrinos nunca aparecieron.
Más o menos cada quince días voy a visitarla. Jugamos a las cartas. Está muy animada e integrada. Habla por los codos con todos. Incluso ha rejuvenecido. Ya no habla de vampiros.
Ayer me crucé con dos señores trajeados en la escalera. Supe, por la descripción, que eran “ellos”. Les saludé en voz baja y seguí mi camino sonriendo. Pensé en ella ¡pobre loca! Algo me hizo girarme. Me estaban mirando. Un escalofrío recorrió mi espalda. Sentí que las fuerzas me abandonaban…
No es que crea nada, pero ¿alguien sabe de algún apartamento barato que se alquile?
OPINIONES Y COMENTARIOS