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Esta es una historia de la calle. Sucedió en la avenida Insurgentes de la Ciudad de México, misma que la atraviesa de sur a norte y que, según dicen, es la más larga del mundo con sus casi 30 kilómetros de largo.
Yo, con mis 80 años de vida, me he ido quedando sola con una colección de muertos muy queridos entre familiares y amigos, y otra colección de recuerdos (buenos, malos, tristes, alegres), algunos que he querido olvidar, sin lograrlo del todo, y otros que he ido olvidando a pesar de mis intentos por retenerlos.
Hace unos días, caminando a media mañana por una zona comercial de la avenida mencionada, donde la actividad vehicular y humana es abrumadora, y la gente, por una u otra razón tiene prisa, yo, que no tenía especial apuro, caminaba tranquilamente cuando llevé mi vista hacia la acera de enfrente y me fijé en un hombre viejo, bien vestido, de aspecto agradable, a quien reconocí inmediatamente, a pesar de los 60 años de distancia en nuestras vidas. Este hombre fue mi primera pasión, mi gran amor de estudiante, la locura ingenua y fresca de los 18 años…
Reconocí tus ojos, esos, en los que reflejé mi amor tantas veces. Sentí esa ternura que me enseñó tu juventud y esa emoción de las primeras caricias. Tuve la tentación de cruzar la calle y hablarte, pero no caí en ella. También me invadió la pena de 60 años de no verte.
No quise saber con qué y con quién se habían llenado tus días, ni qué había sido de tu vida. No quise tener que contarte sobre las veces en que me invadió la tristeza por no tenerte a mi lado.
Caminamos 60 años por senderos distintos, y nuestros destinos se cruzaron por esos momentos en los que te encontré, para volver a sentir el calor de nuestro gran amor, y, al mismo tiempo, la nostalgia del tiempo que no pudimos estar juntos.
Después de no sé cuántos besos ajenos a ti, al verte, en mi mente te volví a besar como la primera vez, con la emoción de los juveniles contactos y la memoria de ese amor que se quedó en el tiempo. Con el vacío que me dejó el que te fueras de mi lado. Con el calor que no me diste. Con el cúmulo de recuerdos que creí olvidados y que en esos instantes renacieron. Me enfrenté con tu imagen, sentí el dolor de perderte, y por unos segundos te volví a amar, comprendí que algo estaba muerto dentro de mí por causa de tu olvido, de tu ausencia, de mi vida sin ti. Mi vida llena de otras cosas, de otras historias, de otras personas, de otros amores. Pero sin ti.
Y me alejé por aquella avenida antes de que me vieras, antes de que pudieras descubrirme y enterarme de tus recuerdos o de tus olvidos.
Me alejé envuelta en mi soledad, con el sabor agridulce de mi memoria y con los ojos arrasados de lágrimas.
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