Aquel viejo terreno ha tenido sus puertas cerradas por casi diez años, al menos eso creo.
Las máquinas y los ladrillos siendo apilados me despertaban por las mañanas, ningún amanecer pasaba sin el sonido cálido de los trabajadores o sin el olor de la tierra llegando a mi casa; yo vivía a lado de la fábrica del abuelo.
El polvo ensuciaba mis zapatos cada vez que corría en ese lugar para alcanzar a mi padre avisándole que la comida estaba lista, y de paso escuchar la voz del abuelo, la cual ya temblaba víctima de la edad, pero firme ante todo. Las personas respetaban a aquella familia, no sólo en la calle, eran conocidos en una de las colonias más descuidadas, donde las balas se hacen presentes y el delito está en cada puerta, incluso ellos lograban reconocerlos.
Era mi lugar favorito, una pequeña montaña hecha de colación y rocas en la cual podía subir sin miedo, incluso teniendo presente las historias de la tétrica bruja que vivía detrás del terreno. Dibujar con piedras de ladrillo rojo sobre las paredes fueron los primeros contactos con aquello a lo que deseo dedicarme el resto de mi vida, una de las inspiraciones de cada uno de mis versos, aun si no lo supe en aquel entonces, el jugar con las herramientas y mancharme con la tierra sobre mis rodillas… me di cuenta demasiado tarde.
Mi padre cambió de trabajo, la fábrica cerró y el abuelo dejó de venir… no lo comprendía, yo no pasaba de los diez años de edad… Una casa grande y de color naranja separó mi hogar del enorme complejo gris; la pared antes inexistente se volvió una realidad.
Las razones habían nacido incluso antes que yo. Deudas, dinero, familia… todo eso estaba roto y cuatro personas estábamos en medio de toda esa discusión. El abuelo, padre del mío había pedido a la madre de la mía, mi abuela; trescientos mil fueron los favores brindados, uno por cada moneda otorgada… el conflicto envenenó las relaciones de ambos lados, mi hogar se rompía cada vez más. Me lamento cada vez que se escuchan los gritos y los reproches por las deudas de la sangre…
Las lágrimas llegaban cada vez que mi abuela hacía menos a mi madre por aquel conflicto y esta al mismo tiempo reclamaba a mi padre, pero este jamás expresaba ante ella su preocupación o por debajo le pedía a mi abuelo que pagara, el cual siempre daba vuelta al asunto, la dio por ya casi veinte años… la única manera de parar con la ya explotada conversación era con ese lugar. Sigo conviviendo con ambas familias, pero jamás volvió a ser lo mismo, nunca se podrán reunir de nuevo, no me lleno de orgullo con ninguno de los dos apellidos, las peleas y el rencor me hicieron dudar sobre si en verdad tenía un lugar a donde volver, aunque siempre supe que los brazos de mis padres me estarían esperando, incluso ellos tenían cicatrices de todo el dolor que provocaba el dinero.
Bajando del transporte cruzo la avenida y comienzo a caminar en la enorme calle sobre la cual se encuentra mi casa, más que una rutina, me digno de llamarla mi ritual; ahora con algo de maquillaje sobre mi cara, mis zapatos se encuentran siempre limpios y suenan contra el pavimento, mis dibujos plasmados sobre el papel fácil de transportar, mi ropa impecable, mi mochila colgando en mis hombros y el peso de los libros desgastando mi espalda, juego con mis llaves mientras sigo avanzando y saludo siempre a los vecinos que me encuentro de frente, todos conocen a mi familia, a mi padre, a mi madre, a mis abuelos… llego a donde ya es imposible abrir ahora, con un gran candado y cadenas cerrando la reja, pero eso no me impide mirar un poco por los agujeros; las plantas han crecido ahora, en ellas hay pequeñas flores amarillas que lograron nacer con el paso del tiempo, el concreto está roto, la pintura se ha ido cayendo y los grafitos de las bandas se hicieron presentes, los resquicios se formaron en la pared que marca el limite del terreno.
El viento siempre sopla, un poco del polvo que se levanta ensucia a las personas que pasan por enfrente, incluyéndome; todos los días camino a lado de ese lugar y siempre me pregunto si adentro seguirán mis garabatos, si mis pisadas estarán marcadas en el suelo, aunque lo más seguro es que se hayan desvanecido, mis propios recuerdos también lo hicieron, pues todos esos juegos y sensaciones se encuentran muy borrosos entre mis sueños. Permaneciendo un momento afuera trato inútilmente de hacer que vuelvan, incluso de mis labios brota un pequeño rezo de poder entrar de nuevo y revivir esos días. Pero con todos esos deseos, me alejo siempre de ese lugar, camino unos metros más hacia mi casa, cierro la puerta separándome de la calle.
Por primera vez en mi vida deseo que la vieja fábrica de la calle 14 sea vendida, vendiendo también todo el odio que se ha criado, prefiero deshacerme de todo ese pasado con tal de que el destino de mi familia deje de estar marcado por aquel tesoro… del terreno valuado en lo suficiente para sanar el préstamo, pero cuyo verdadero precio a pagar son los lazos y el futuro de la hermandad.
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