Gerardo mira a su hijo frente a la pantalla, lo acompañan un par de chicos de su edad.
Laura, su mujer, les deja un plato con galletitas, y ellos siguen jugando, sin haberla siquiera notado.
Viendo a Laura sentarse a su lado, encender la televisión y revisar repetidas veces su teléfono , recuerda cuando él tenia unos once años, su madre, al igual que Laura, se sentaba callada frente al televisor, con la diferencia de que, en lugar del celular, tenía el tejido en la mano.
Cuando la madre de Gerardo tejía frente a la tele, él venía corriendo a darle un beso y decirle que iba a salir con los gurises.
Vivía a la vuelta de la escuela 119, y usaban esa referencia para encontrarse con sus amigos.
La calle Cesar Batlle Pacheco casi Matilde Pacheco, era el punto exacto donde lo esperaban Ricardo y Martín.
Se pasaban las horas jugando a la pelota, a la escondida, esperando que la hermana de Martín lo viniera a buscar para verla con esas polleras cortitas y el pelo suelto. Comentaban con Ricardo que algún día iban a ser grandes, y la iban a poder chamullar, a ver cual se la ganaba, cosa que nunca pasó.
En esa calle intercambiaron figuritas, se rasparon las rodillas, soñaron con ser parte de la selección de futbol, y ganar el mundial.
Anochecía, y ninguno quería dejar de estar en esa calle, incluso cuando hacía frío.
La querían disfrutar al máximo, porque muy en el fondo de sus corazones sentían que algún día no la tendrían tan cerca.
En ese mismo lugar, contra el muro de la escuela, Gerardo dio su primer beso.
Martín perdió las paletas dándose la boca contra el cordón de la vereda, resbalándose para evitar que le hicieran un gol.
Ricardo anunció aguantando las lágrimas que se iba con sus viejos para España, le cantaron la canción del Sabalero, la que se llama: «A mi gente», para su despedida y usaron las palmas como instrumento musical.
Anduvieron horas en bicicleta, se confesaron secretos, e hicieron proyectos y promesas que nunca se pudieron cumplir.
Hoy Gerardo los mira, encerrados, sabe que afuera hay una hermosa tarde de sol.
Se ríen de los autitos, que él considera de mentiras, los que aparecen en la pantalla, y patean una pelota que nunca van a sentir en el pie.
-¡No saben lo que se pierden estos gurises!- dice tras un suspiro.
Laura lo mira arqueando las cejas y vuelve sus ojos al celular.
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