Un parpadeo, otro, otro más lento y sin quererlo, casi sin pensar como todo lo que ocurre cuando no quieres que ocurra, involuntariamente los cierro y así se quedarán, sólo falta acompasarlos con el resto de órganos más o menos vitales, el corazón ralentiza su tum-tum por otro más pausado, menos cadencioso y el leve y sutil sonido del aire paseando por mi garganta es cada vez más eso, mas imperceptible, más sutil…
De repente sucede, siempre lo he oído y retumba en mi cabeza como tantas y tantas leyendas urbanas, como tantas fábulas para creer o no. Empiezan a pasar imágenes que concibo cercanas, pero suenan a sonidos del ayer. Conquistaron mi cabeza tiempo atrás y ahora se presentan como parte de mi pasado, pilares de un futuro que se derrumba. Noto que empieza a llover y mi perro se camufla en forma de sombra bajo la harapienta chaqueta que tiene más historias que puntadas y que me recuerda lo que algún día fui. Recuerdo mi guitarra y cómo devolvía sonidos que a zarpazos le arrancaba el contoneo de mis dedos con la cadencia y ritmo similar a cualquier talentoso artista, y que conseguía arañar unas pocas monedas para poder pasar un día más. Recuerdo el color de mi chaqueta tiempo atrás y por qué la elegí verde oscuro. Siempre me gustó así y al ser distinta, pensé que destacaría en un mar conquistado de negros y grises, intentaba no pasar desapercibido, destacar por encima de la media, hacerme ver, hacerme notar, pensar que yo era de ese 10% especial y por lo tanto distinto al otro 90% monótono y gris como sus trajes. Recuerdo mi boda, una pantomima bien ensayada, plagada de postureo y de odas al “vamos a hacerlo por el qué dirán”. ¿En serio tienes que regalar un SI QUIERO con testigos para que se crea que tu amor es verdadero?, así son las cosas en esta sociedad donde el aparentar es más importante que el ser. Hubo un momento en el que tomé las riendas de mi vida y decidí ser yo mismo, en lugar de el reflejo de lo que a algun@s le gustaría, pero luchar contra corriente es más duro y difícil de lo que me esperada y sucedió lo obvio. Cuando peleas solo y en condiciones desfavorables, te hundes solo. Nadie entendió porque decidí dejar de vivir una obra de teatro en la que ni siquiera yo escribía mi propio papel, o que si no te gusta el libro, no vale cambiar de página, hay que cambiar de libro. Siempre oí un dicho que decía que para ser feliz, primero hay que ser valiente y yo no era ni lo uno ni lo otro. Algo que por supuesto cambié sin tener en cuenta las consecuencias. Decidí dar un paso atrás en nuestra relación, ser feliz y mi valentía me reportó primero, perder el trabajo, es la gran consecuencia de hacerlo en la “empresa de papa”. ¿Dónde mejor?, me decía ella, nunca te faltará de nada, pero, hay dos cosas que nunca encontré: libertad y poder de decisión. De un plumazo, lo perdí todo por exceso de confianza, ni mujer, tampoco la eché de menos, ni casa ni amigos ni dinero. Ya podía decidir que hacer con mi libertad pero todos los esfuerzos fueron en vano y mas, cuando la sombra de una poderosa familia hace todo lo posible para que no despegues, que te hundas en tu propia desesperación y por ser, según ellos, culpable de la infelicidad de su hija.
El instinto de supervivencia desarrolla unos sentidos por encima de otros, ya casi ni veo, las cataratas que me diagnosticaron hace tiempo cuando podía ir a los mejores hospitales ahora son un mar de borrosas e imperceptibles sombras. “Ya me operaré” me decía una y otra vez gastando el tiempo en todo y en todos excepto en mí mismo, ya no siento debido al encallecimiento de mis dedos que aunque siempre permanecen arropados por unos viejos guantes de lana, no les pasa lo mismo a las puntas que se escapan por los grandes agujeros de las yemas que ya han perdido hasta la huella, pero si oigo, claro que si, necesito saber si las monedas caen en el gorro embriagándome con el mudo sonido de la victoria o por el contrario escapan a la acera acrecentando su tintineo mientras se alejan rodando calle abajo y haciendo que salga tras ellas como un vulgar perro de presa.
Escucho unos tacones que acompañan con un rítmico taconeo el sonido en forma de banda sonora del devenir de coches de la calle, de los tubos de escape, de las conversaciones triviales de los turistas, del que espera el taxi en la calle para no perderse ese trocito de vida que se le escapa en forma de prisas infundadas que van y vienen, pero sobre todo huelo, reconozco su perfume, lo haría entre mil, es ella, viene todos los días, unas veces se para, otras no, quizá esperando que me arranque con la guitarra, pero mis dedos ya no son lo que eran, ya no serán. Sólo me acompaña como una vieja amiga, muda testigo de lo que ya no tengo. Siempre hace lo mismo, se para a un par de metros, perdiendo su vista en los escaparates de la zona, los mismos de todos los días, y que ya no aportan nada nuevo, ningún reclamo para invitarla a cualquier gasto superfluo de los muchos que tenía y que seguirá teniendo pero ya sin mí, ni mis miradas de reprobación, quizá viene porque las echa de menos, quien sabe pero siempre lo hace y, acto seguido se pierde calle arriba no sin antes dejar caer un billete de 5€ en mi gorro, que aunque siempre tuvo mi alma, mi cuerpo atestado de manchas y ropa sucia no le atrae en absoluto y mi cara, conquistada por una poblada y descuidada barba, para ella, hoy más que nunca y ya para siempre, se volvió transparente.
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