El viejo José había cumplido la edad de 90 años aquella mañana de Marzo. Si bien tuvo una vida de grandes méritos, logros y un acaudalado patrimonio del cual se sentía a gusto, lo que más le enorgullecía era qué había encontrado finalmente el sentido de todo lo que en esta vida era necesario saberse para llegar a la plenitud y el buen vivir y, consciente de aquello, su libertad de actuar en absoluto un tema del cual pudiera preocuparse a tan alta edad.

Luego de un impecable desayuno, tomó su chaqueta y su cajetilla de cigarros favorita y se dirigió rumbo al centro de su ciudad. Cabía la casualidad de que su cumpleaños calzaba con una fiesta llamada «Cuecas mil», en la cual se congregaba gran parte de los vecinos para celebrar su amor a una de las costumbres nacionales: la cueca. José, a pesar de que no era gustoso de la celebración, decidió ir a modo de burla al evento para ver la falsa felicidad que las personas sentían por aquella fecha. La tarde era fría pero los ánimos eran todo lo contrario. Fue a sentarse en un viejo asiento de la Plaza de San Bernardo, lugar donde se reunía la gente, y junto a una deliciosa sensación de placer a sabor menta entre su garganta, hacía muecas en modo de risa por cada hecho que este veía. Desde la felicidad de un niño por el hecho de participar en los bailes hasta una familia que sentía orgullosa de sentirse chilena, cada una de las personas tenía un motivo para tener una sonrisa gigante en su boca. Aquello le parecía gracioso, incluso ridículo, por lo cual con el pasar de los minutos este comenzó a irritarse y enfadarse. Dentro de sí no podía entender cómo aquella fiesta tan banal y estúpida, a sus ojos, podía ser motivo de tales sensaciones. De pronto, toda la tranquilidad, la cual tenía al saber que ya nada podría sorprenderle, paso a un enfado y odio incontrolable. En aquel momento, una joven chica de no más de 15 años se acerca a su persona con una expresión de amabilidad frente a José y, junto con entregarle una copihue de goma, le dijo:

-Felices fiestas caballero, disfrute de la chilenidad. No todos los días tenemos la ocasión de hacerlo. -le dijo con una tierna sonrisa en su rostro.

Aquello lo dejo consternado -¿Cómo disfrutar sobre algo que realmente no influye en nada en la vida misma? -pensó al momento de escuchar aquella frase tan ingenua.

La chica se fue feliz. Vestía un traje de baile debido a que había sido elegida como una de las participantes del concurso de aquel día.

Para José aquella situación no podía parecer mas irracional ¿Por qué la sonrisa en su rostro?¿Era por aquella fecha?¿Era por participar en esta festividad? ¿POR QUÉ ERA?

Cuando entendió lo que ocurría, su cara se desfiguro. Durante toda su vida buscó la razón del por qué de las cosas y aquello generaba en él un gran placer, o es más, lo llenaba de júbilo. Su interés por aquello había sido tal que dedicó su vida a comprender las maravillas de este conocimiento, pero lo que no dio en cuenta fue la despreocupación por entenderse a si mismo. Su razón de ser.

Con la mirada sin rumbo alguno, apagó aquél cigarro que alguna vez le dio tanta satisfacción, se dirigió a su casa y se acostó con la vista fija sobre la nada esperando deseoso que para la mañana siguiente haya olvidado todo lo que alguna vez supo.

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