Caracas, Venezuela.
Hace 6 años atrás, me encontraba de visita en la capital de Venezuela, caminando por las calles de la grandiosa “Caracas”. Era una mañana de un día sábado en aquel entonces. Estaba en los cerros del barrio «El cementerio» junto al presbítero de la «Congregación de Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús», quiénes se denominan “Dehonianos”.
Ese día íbamos a una visita hacia las comunidades que están en los cerros, al tener todo listo emprendimos nuestro camino. La subida del cerro se torna algo agotadora para aquellas personas que no frecuentan aquel trayecto, como lo era para mí en este caso.
En el camino hubo intercambios de saludos de parte de los pobladores de aquella zona, como también se iban tornando miradas extrañas hacía mí, porque el 99% de las personas cree que soy de nacionalidad extranjera por los rasgos físicos que me caracterizan. De alguna manera, no hacía caso a todo aquello que iba viviendo en el camino.
Con cada escalón que iba pisando nuevamente el cansancio volvía a mi cuerpo, la respiración se sentía cada vez más agitada con los escalones que iba dejando atrás llegando finalmente a la cima. Al estar arriba, se observan las dos caras de la moneda. Por un lado se puede contemplar la ciudad junto a todas sus instalaciones, en cambio al reverso de la moneda se veían los ranchos característicos donde abunda la clase baja, donde la pobreza te atrapa y de eso nadie se escapa, donde la realidad de hoy el brillo los opaca.
Al dar mi primer paso sobre las calles de tierra, sentía el pequeño desliz de mis zapatos deportivos haciendo contacto con las pequeñas piedras que sobresalen del pavimento rozando con la plantilla de la suela. Nuevamente habían personas que saludaban al presbítero, mientras que otras lanzaban miradas fulminantes hacia a mí, pero esta vez no podía ignorar la alarma que provenía de mí.
De repente se escuchó el eco de una bala pérdida cerca de dónde surgía este intercambio de miradas, todos dejaron de verme saliendo al encuentro de saber lo que sucedía.
Los intercambios de susurro fueron los que vinieron a formar parte de la escena, con un lenguaje que solo ellos conocían, quizás claves para que los visitantes o los que consideraban una “amenaza” no lograsen distinguir qué era lo que decían. Algo estaba pasando y lo cierto es que me sentía una amenaza en aquellas tierras pero no era razón de agobio ni mucho menos de odio para aquel hecho incómodo.
Entramos a una casa, no había muchas sillas así que los residentes cedieron sus puestos. Era un lugar completamente humilde donde a pesar de la pobreza la muestra de carisma era incomparable, muestras de afectos que no se ven allá en la ciudad comúnmente. El presbítero leyó la palabra de Dios correspondiente a ese día, al culminar empezó a explicar lo leído dejando el mensaje al que se refería de una manera muy clara.
Por otra parte fuera de la casa, se escuchaba una especie de discusión en donde una mujer explicaba algo a un grupo de personas, enfoque mis oídos al intercambio de palabras que provenían del exterior.
— Es solo el presbítero, el que se encuentra dentro de la casa — decía la mujer.
— ¿Seguro que no hay un desconocido dentro de la casa? — eran las palabras de desconfianza que salía de uno de los integrantes de la banda.
— ¡Claro que no!, solo se encuentra el presbítero dentro — repetía la mujer de una forma convencida.
— Entonces, dígale que salga — era lo que pedía el cabecilla de la banda.
Al instante se acercó la mujer hasta donde nos encontrábamos, le pidió la bendición al presbítero y luego le explicó la situación que sucedía allá fuera, él entendió y salió a conversar con la banda que se encontraba a su espera.
— Buenos días hijos míos, que la bendición del Señor los cuide y acompañe — finalizaba la oración haciendo una especie de cruz con su mano en el aire.
— ¡Amén! — fue la respuesta de ellos mientras se persignaban la cruz en su frente.
— Por favor cuéntenme, ¿Qué sucede? — era la pregunta que hacía el presbítero a ellos.
— Padre, el problema está en que hay un desconocido en la zona y resulta ser el joven que anda con usted durante esta mañana— decía él cabecilla de la banda.
Al escuchar mi nombre, me sentí alarmado pero la dueña de casa apretó mi muñeca como símbolo de protección…salí de la casa a ver qué sucedía, estando fuera puede ver a una banda de aproximadamente 8 personas, portaban armas y también llevaban armas blancas. Uno de ellos se impresionó al verme, me reconoció al instante y dijo con un grito desesperante — ¡Es él, es él al que buscamos! — el presbítero al ver su reacción rápidamente me protegió, concluyendo con estas palabras.
— Para ustedes es un desconocido, pero para mí es un conocido. Además él ha sido mi acompañante el día de hoy, no tienen por qué preocuparse — les dijo.
Los integrantes de la banda se calmaron y dejaron de considerarme una amenaza, mi corazón latía fuertemente y mi respiración se volvió entrecortada por aquella situación, mientas sentía la palma de la mano del presbítero haciendo un gesto de “tranquilo, todo está bien”. Solo fue un malentendido.
De camino a la ciudad, retomé la conversación con el presbítero que inició de la siguiente forma: — ¿Te asustaste? — preguntaba el presbítero.
—Sí, por un segundo pensé que perdería la vida — le dije de forma exaltada.
— La razón por la que te pensaban matar, es porque obviamente te consideraban una amenaza ya que los principios que forjaron sus ancestros fue el amor, el respeto, la gratitud y obviamente como la mafia “la familia”, primeramente.
El sol llegaba al punto exacto, a partir de aquel acontecimiento me quedó muy claro que “Calles vemos, pero de ellas poco sabemos.”
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