Buenos aires, ciudad grande, con gentes corriendo a distintos lugares. El reloj los apura sin saber, quien esta a su lado, y la falta del otro. Con muchos papeles debajo de sus hombros, apresurados, sin aliento al caminar. Por eso podemos nos encontrar, con muchas cosas y simplemente dejarlas pasar o no.
Los diarios sobre el piso, noticias habían, Compartían en el piso, el viento los sacudía. Pareciera que se cubriera algo, se movía apenas, tieso, inflexible. Que escondía, el abrigo de alguien, o quizás simplemente era un diario. Ya húmedo por las gotas despiadadas, sé iban desarmando. De repente la lluvia comenzó a caer sobre él, sus gotas caían cada vez más, pero nada lo movía. Por un instante parece ser que, nada importaba y todo. La gente caminaba de prisa por las calles, todos tenían que llegar a un lugar. Pasando por alto, esos diarios que estaba ahí, sin que nadie lo viera. Pero alguien en cada lugar, se hace presente y gira su mirada hacía eso, que paso tan imprevisto.
Unas manitas asomaban de repente, con tierra entre sus dedos, uñas largas, su piel seca por el frío de muchas noches. Era un niño, apenas de edad 8 años, los diarios pegados a su cuerpo, era todo lo que tenía en su vida. Zapatos rotos, ropa rasgada, su rostro cubierto de tristeza, desamor, la falta de respeto, por aquellos que sé dieron el permiso, de ignorar su existencia. Su rostro tenía, una mezcla de miedo, hambre, y socorro. Sí socorro, de preguntar qué fue que hice, que me dejaron en esta suerte de vida, sin que alguien me lea mis derechos.
Cuantas vemos cosas y miramos para otro lado, sin saber qué pasa con esos niños, librados a esta suerte de vida, que les tocó. Tendemos nuestras manos. Hacemos un grano de arena, de diferencia en un desierto de injusticias. Entonces lo tomé de la mano, y le pregunté qué era lo que quería, y me impacto su respuesta. Pensé, tendrá hambre o quizás frio, pensé varias cosas. Pero nada de eso quería, mi garganta de lleno se angustió, no podía tragar la saliva, quedé inmóvil. Me dijo solo quería saber, que es tener una mamá, una que te acaricie mientras duerme, que te lleve a la escuela. Me quedé muda, inmóvil, una lágrima cayó de mis ojos sin poder responderle, solo le dije: cuál es tu nombre, como llego ahí. Y me contesto: que no se acuerda, que su nombre era mocoso, que un día escucho cuando sé lo decían, mocoso salí de acá, mocoso perdete, y las personas lo miraban desde arriba de sus hombros. Que los diarios eran lo único que tenía, y un gran banco, que se escondía, cuando alguien quería dañarlo. Se me ocurrió decirle que me acompañe, lo tome de su mano y camine, pensando que haría con él, no podía dejarlo a la buena, de esas calles perversas, sin límites, donde la ley es del más fuerte. No puedo decir a la buena de dios, porque él lo puso en mi camino. Fuimos hacía mi casa, donde lo puse cómodo, alimento, asearse. Luego llame a una amiga de servicio social, la cual da hogar, a chicos en estas situaciones, buscándoles un hogar, una familia que pueda darle amor, y realmente pueda saber qué es aquello que tanto deseaba. A veces la indiferencia, nos pone en un atajo en el cual no podemos, escapar y decir no pasa nada. Cuando los niños son los más indefensos, y también traicionados por esos seres, que quizás, tuvieron que vivir la misma situación, o no, la vida les dejo una serie de heridas, que no pudieron con ellas.
Mientras ellos viven una historia de calle.
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