Era un paraje al que solo se llegaba por el río. Desde lejos veía un grupo de estructuras especiales,muy blancas,que parecían viviendas.
Me acerqué a ellas y eran paredes muy altas que delimitaban una superficie pequeña,casi como torres.No tenían puerta, solo grandes ventanales y a través de ellos podía ver sus pisos muy brillantes. No tenían techo,daba la sensación de que la parte superior era la via de escape o salida de enigmáticos habitantes.
Estaban muy próximas unas a otras, pero se diferenciaban por sus formas. El conjunto de estas blancas estructuras, se ordenaba con una simetría muy especial,formaban un cuadrado inmenso con dos diagonales bien diferenciadas que lo separaban en cuatro sectores. Esas diagonales eran caminos muy rectos que partían del centro del cuadrado, eran muy anchos en el comienzo y se estrechaban al final de tal manera que no los podría transitar una persona. En la parte extremadamente angosta de cada diagonal se divisaba una interminable escalera luminosa que se comunicaba con el cielo.
En el interior de las blancas estructuras, se observaban prendidos en las paredes, trozos de papeles con escritos indescifrables, algunos de ellos tenían pentagramas con notas musicales, que representaban melodías. Todo estaba intacto,como si el tiempo no hubiera transcurrido en ese lugar.
La energía que emanaba de ese misterioso paraje me hacía suponer que sus habitantes eran seres superiores que tenían una sola misión, hacer de intermediarios entre la divinidad y los hombres.
¿Quiénes eran sus moradores?
Trataba de descubrirlo cuando el ruido de una reja que se abría me despertó y vi la escalera del subte, por la que la gente bajaba atropellándose para llegar a destino, como lo hacían todos los días.
«Tuvo un sueño: soñó con una escalera apoyada en tierra y cuya cima tocaba el cielo, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella»
(Génesis 28.12)
Estación de subte Plaza de Mayo. Buenos Aires, Argentina.
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