8:30 a.m. Un intenso destello de luz que se postraba por la persiana decaía cada segundo, desde el tejado hasta cubrir completamente mi tez, aquella luminosidad tan vehemente me impedía de una u otra manera seguir sesteando como habitualmente lo hacía, al parecer la vida me quería por primera vez ofrecer un día un tanto irregular.
Aparté del todo las sabanas con las que me cobijaba, elevé la mirada hacia la puerta de mi dormitorio esperando a que por alguna extraña razón alguien vendría a despertarme (como suelen hacerlo las madres con sus hijos). «Supongo que lo hacía para de algún modo evitar que la soledad no consiguiera invadir mi mente».
Me aseé y vestí con prendas livianas; ya que en aquel momento transcurría un tiempo tórrido. Me dirigí a la cocina, intenté prepararme algo para variar, pero lo único de lo que me podía alimentar en ese momento era de un vaso con agua y un trozo de pan. Quizás unos minutos después de terminar con el desayuno escuché unos tormentosos golpes en la entrada de la vivienda, aunque se tornaban tediosos eran la mejor parte del día.
Aquellos tormentosos y tediosos golpes acompañados de gritos diciendo -¡Hey! ¿Qué pasa? ¿No crees que hoy el día luce bueno para salir a la calle?- ¿Salir a la calle?, sí, esa era la razón por la cual me hacía ilusión escuchar aquellos ruidosos golpes.
Imagínate que estás a punto de morir ahogado y de repente puedes respirar; o tener una pesadilla, despertar y estar aliviado de darte cuenta que en realidad era todo un sueño. Estas sensaciones eran la forma de justificar aquel momento. No era feliz del todo, aunque de repente sentía aliento para librarme de una vez por todas de las ruines circunstancias en las que vivía «Aunque fuera por solo un par de horas».
Al salir a la calle podía notar el cálido abrazo del sol y las caricias con delicadeza del viento en mi tez que de un momento a otro se ruborizó del optimismo. Buscaba la manera de pasarla lo mejor posible y aunque pareciera que la vida me seguía desafiando, me levantaba, sí, me levantaba; por que lo único que importaba en ese momento era distraerme del todo.
Se nos podían ir las horas, toda la tarde, incluso la noche, ¡hasta la madrugada!, y no nos cansaríamos de jugar, por que aquella calle es donde la libertad que tanto anhelaba estaba presente. Las escondidas, las canicas, la lleva, con el trompo, correr, sudar, ser feliz; era más que suficiente.
¿Cuál es tu lugar favorito en el mundo?, es una pregunta llamativa ¿verdad?, probablemente las personas responderían algo como «La playa» o quizás alguna ciudad que cualquier persona querría conocer; para mí, era la calle por el simple hecho que no existía ningún motivo que oscureciera mi ser mientras me encontrara en ella. La habitual lasitud que permanecía en mí desde que me levantaba hasta que tocaban la puerta simplemente se iba.
Lo único malo que conllevaba salir a la calle, era que en algún momento tendría que volver a entrar, no a la vivienda sino a la taciturna realidad… con la esperanza de que mañana sería un nuevo día para seguir jugando a las escondidas ocultándome a toda costa de que los problemas no me encuentren.
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