15 de diciembre, último día de trabajo del año 2017, me arreglo para salir con ánimo renovado ¡Ahhh Navidad! ¡Días para descansar y compartir!… Bueno y para tratar de encontrar una fórmula que ayude a enfrentar esta locura que estamos viviendo.
Las cosas no están fáciles y se vislumbran peores para comienzos de año, nuestra calidad de vida está muy deteriorada y las posibilidades de mejorar reducidas a la nada… Me despido de mi esposo que ya tiene el portón abierto y me dirijo hacia la calle, entonces observo lo hermoso del día que recién comienza: la lluvia de la noche refrescó el calor habitual y la vegetación parece sonreír con un verde vivo y alegre, también las fachadas de las casas que desde hace algún tiempo no remozan ofrecen un aspecto distinto bajo los primeros rayos del sol.
Mi percepción de la realidad se distorsiona al observar las paradas abarrotadas de personas, por estos días tomar un autobús es una tarea de titanes, la mayor parte del transporte público se encuentra accidentado bajo la sombra de algún árbol de mango pues no hay repuestos, cauchos… Entonces se debe salir muy temprano a cazar un bus, una colita en un camión o en el carro de algún vecino o colega, es exactamente lo que hago al pasar por una de las paradas que se encuentran en mi recorrido, de cuya multitud saltan llamándome dos compañeras:
-¡Ada! ¡Ada!, aquí estamos, no nos dejes.
Me detengo, corren, suben a mi auto junto a dos desconocidos que prácticamente las empujan para subir ellos, los miro aterrada -¿Qué hago? los ladrones están a la orden del día, me dispongo a dar gritos mientras busco en sus manos la pistola con la que nos van a atracar, ellos me miran desesperados y dicen casi a coro:
– ¡Perdón! ¿Nos da la cola? Es que vamos a llegar tarde al trabajo y usted sabe, el problema del transporte…
El aire que aspiré para gritar se convirtió en un gran suspiro de alivio que tuvo su repique en mis dos compañeras, ¡Qué abuso! los iba a instar para que se bajaran pero al percibir su angustia decidí llevarlos.
Vivo en Mamporal y soy psicopedagoga, presto servicios en un colegio de Higuerote, ambas poblaciones pertenecen a la costa mirandina venezolana. Una de mis compañeras es la secretaria de administración, la otra es profesora de matemáticas. En conversación descubrimos que uno de nuestros pasajeros es albañil y el otro jardinero. Estos personajes desde que abrieron la boca para justificarse le echaron la culpa a la guerra económica, al bloqueo imperialista y lógicamente a la oposición ¡Ay Dios! Dótame de cordura para soportar tanto disparate! Estuve a punto de mandarlos a bajar ¿Con gente pensando así para qué buscar culpables? Entonces, en un intento por cambiar la conversación se me ocurrió hacer un comentario sobre el paisaje, pues íbamos llegando a una elevación que existe en la vía antes de dejar la carretera y tomar la intercomunal desde donde se aprecia la bahía de Higuerote, allí se confunde el azul del cielo con el azul del mar interrumpido por el Cabo Codera, que parece una gran ballena queriendo alcanzar a la civilización que se encuentra al otro lado de sus orillas.
Todo este hermoso paisaje, que por la costumbre suele pasar desapercibido, hoy en un pequeño espacio movible en la calle sirvió de marco para que cinco personas conversaran pacíficamente, cada una con una visión de la vida distinta, una tendencia política que se disfraza de mil maneras, una esperanza perdida, una misma historia.
El ambiente inicialmente tenso se tornó ameno, por eso al llegar al colegio me sentía de muy buen humor y esperanzada porque a pesar de trabajar en una institución privada donde las cosas han estado difíciles, nos van a pagar nuestro sueldo incluyendo aguinaldo y bono de alimentación.
En el colegio irradiábamos energía positiva cuando la administradora nos informó que se había caído el internet y no nos habían podido hacer el depósito. Miré a mí alrededor, las expresiones faciales cambiaron en un segundo…
-¡Dios! dije, ¡Nuestro dinero se devalúa en cuestión de horas! ¡No nos va a alcanzar para nada! ¡Lo único que falta es que llegue internet y se corte el servicio eléctrico! ¡Zas! más tardé en decirlo que en cumplirse la profecía.
Bueno, total, esta es la historia de todos los días, sólo que es diciembre… ¡Navidades en modo de sobrevivencia!… por fin las cosas se resolvieron, nos despedimos con la prisa de ver quién llega primero… a la cola, pues cuando me estacioné para ir a visitar los comercios lo que se veía eran colas y más colas.
Avancé apurada y colocándome en una larga, como toda una triunfadora, le pregunté a una señora:
-Hola, ¿Qué están vendiendo?
-Me miró cual bicho raro y dijo:
– ¿Vendiendo? La lotería de los animalitos, hoy seguro gana la rata
Percatándome de mi error y sin pensarlo mucho respondí ahogando la risa:
-¿Lotería? ¡Ahhh! Qué bueno por la rata…me miró tan feo que casi salgo corriendo.
Más adelante encontré queso y huevos ¡Qué bien! cuando me dispongo a pagar con mi tarjeta me dicen ¡Pago en efectivo!
¡¡¡Queeeé!!! ¿Efectivo? ¿Es broma? ¡Pero si no hay! ¡Qué locura!
Seguí mi camino, por todos lados se repetía la misma historia: colas, escasez, todo caro, guardias nacionales amedrentando, rostros preocupados.
A la final compré, mientras esperaba mi turno para pagar escuché muchas historias: aquí no hay futuro por eso fulanito se fue para Colombia, España, Chile… y le va bien, yo también me voy…la comida escasea…igualmente la gasolina…medicina no hay…la inseguridad…carnets de la patria…pestes y más pestes al gobierno, a la oposición, a la ONU y entre nosotros mismos…lo que queda claro es que nadie reconoce su propia responsabilidad ¡Elemental! es más fácil echarle la culpa a otro…
¡Calles de Venezuela! una misma historia con mil formas para ser contada…
15 de diciembre de 2017… de regreso a mi casa observo que…pero esta si es otra historia…
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