Trayecto familiar
Apretaditos en un bmw utilitario. Nunca entendí ese oxímoron, o se tiene un coche de lujo o se tiene uno práctico. El lujo económico no es ni lo primero ni lo segundo y para colmo estás incómodo. Agradezco que contaran conmigo aunque mi intuición no me dejó confirmar mi asistencia al encuentro familiar hasta justo unos días antes. La prima Blanca me insistió, yo accedí, el primo Juanito dispuso.
En Noalejo, Jaén, se encuentra el cortijo donde vivía nuestro tatarabuelo, Don Domingo De Arizcun Fernández de Córdoba, hijo natural de Don Domingo Tilly y Doña Aurora Fernández de Córdoba. Esta última algo mayor pero igual de joven de espíritu que el noble con el que compartiría genética. Me voy enterando armando el puzzle genealógico a base de chuletas, repeticiones, reiteraciones y cervezas. Estas últimas reiteradas y repetidas. Doña Carmen, nuestra anfitriona jaenense es la descendiente del agricultor que, tras mucho esfuerzo, según nos cuenta la heredera, compra tierras y ofrece efectivo a una clase alta que se adivinaba desvencijada y sin recursos reales. -Esto último lo añade mi mente y ahí dentro queda.
Me siento en una escena berlanguiana en casa de Doña Carmen. A mi derecha ella, solícita, maestra, discreta y astuta. A mi izquierda el primo Jose Luis, cuya embolia no le afectó su malicia, y bajo su barba cana y su semi apoplejía se refugia un gamberro cuya prioridad es obtener una cerámica del cortijo o de donde sea. Inocente de mi, al principio pensé que su obsesión era por guardar un recuerdo familiar. Con el tiempo fui descubriendo que su objetivo era obtener algún beneficio económico de aquel viaje. Doña Carmen, cual torera noaleña, ofrece un picoteo y lo deja estar.
Dios bendiga la familia
Mi familia elegida es, paralelamente saludable, inteligente y bondadosa. La sanguínea no. Por suerte la misa en Noalejo duró media hora ya que el cura tenía que repartir hostias (mejor decir bendiciones) por otros lugares de la comarca. Agradecí el pluriempleo clerical y agradecí la escasa vocalización del canónigo durante la lectura de los salmos. Toda una proeza meditativa esos treinta minutos dado que la capilla no es que fuese austera es que era fea.
No existía ni el gusto ni el gasto en ella. Los feligreses cantaban sus mantras de sumisión y yo rogaba por un arbotante que llevarme a la neurona, un claro oscuro, un pan de oro… ¡Con la tirria que le tengo al pan de oro y, en ese momento hasta lo eché a faltar!. Por no haber no había ni para criticar…
Me persigno por educación y el resto lo observo antropológicamente desde el «banquillo». Con agnóstico asombro observo como mi primo Juan acude a que le den la comunión. Es que este hombre todo lo que sea gratis…
A la salida de la homilía Doña Carmen me interroga afirmativamente, –¿te gustó? nuestros abuelos estarían contentos. Era feliz porque junto a nosotros podía lucir que su tatarabuelo se codeaba, y ahora ella, con la nobleza.
Nobleza, creo que voy a repasar el significado de este término…
En el domingo de misa y vermut, eché de menos la ensoñación etílica para sobrellevar los comentarios y es que la familia sin estupefacientes no es tan llevadera. La prima política Amparo arremete contra el peluquín de un feligrés sin percatarse, o sí, de su propia escasez de pelo. Jenny, también prima política y bautizada como Virginia, pide que la llamen de ese modo para recalcar el tiempo que estuvo en USA, y cuyo look evoca más a Benidorm que a Malibú, se dedica a resaltar la alta edad de los asistentes a la iglesia. Igual en la homilía se debía haber desarrollado la idea de la autocrítica.
El primo Juanito con 62 añitos, 65 si es para pagar con descuento de jubilado, se comporta cual adolescente imberbe y se compincha con Jose Luís, cuya antigua parálisis le da un aire de fragilidad que explota para su bien. En varia ocasiones lo vi «bromear» sobre sus hurtos al ser descubierto. Parece que la clase media-alta también tiene los dedos medio-altos sueltos.
Por su parte Doña Carmen continuaba mono temática. Ella ha sido maestra y nosotros nos hemos convertido en sus alumnos. Escuché sus historias con inicial interés que mantuve más por educación que por devoción. Cada vez que llegaba un nuevo integrante de la familia, Carmen recordaba como su tatarabuelo acogió en su cortijo a nuestro tatarabuelo. El Cortijo, el elemento clave que aunó la curiosidad de los asistentes, dado que Juanito El Fantástico había hecho creer que dicha propiedad en algún momento nos perteneció.
El anhelado Cortijo eran cuatro piedras que, por no pertenecer, no pertenecían ni al recuerdo. Del vergel que emergía de la memoria de la tataranieta salvadora yo no acertaba a ver más que un terreno árido debido a la sobre explotación del olivo. Pude sentir el sufrimiento de la tierra y la tristeza de los árboles. No, no pertenecían dichos terrenos a mi tatarabuelo pero pedí perdón igual en su nombre y en el de todos por el abuso que se ha y se está practicando a la naturaleza. Si esa es mi herencia renuncio a ella. Escuché hablar de olivos como se habla de esclavos
–¿cuántos tienes? ¿cuánto te producen?.
Los aprendices de terratenientes condenan que los campesinos cobren el subsidio ,sin embargo, no ven ninguna irregularidad en pagarles una miseria como si de una ley divina se tratase. «Según naces, vales». Si embargo, tras cuatros días conviviendo con la alta cuna no he percibido un atisbo de grandeza. Mezquindad, egocentrismo, insuflas, avaricia e hipocresía. Ostentación vacua. Desearía verlos desnudos, sin su traje invisible de Emperador, sin ser tuertos en un reino de ciegos. Este viaje me ha servido para descubrir que mi familia no es la que cuenta los olivos, mi familia es la que cuida de ellos.
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