La oscuridad de la noche me lo susurraba, las estrellas me invitaban a hacerlo, la cama me destapaba para que me levantase y mi corazón se aceleraba para que me despertara. Entonces me dije a mí mismo «es hora de marchar». Me dispuse a vestirme, con sólo un café y una caja de chicles encima, partía en un viaje que jamás sabría como iba a acabar.
Llegué a mi viejo pero noble BMW 316 rojo, ese rojo pasión que me lleva acompañando en mi absoluta vida. Por un instante titubeé, casi me dejo superar por las circunstancias y echarme atrás, pero no podía seguir en esta situación, algo en mi vida tenía que cambiar.
Ya estaba dentro del coche, mi cabeza iba a 300 kilómetros por hora, cerré los ojos y apreté el volante con fuerza, sintiendo el frío tacto de la goma. Para mis adentros me dije «te guste o no esto no puede seguir así, este ya no es tu sitio. Hay que buscar un lugar mejor y en el que te encuentres agusto, sé que estas enamorado de este sitio pero ya es inevitable.»
Decidido abrí los ojos, por última vez visualicé esa preciosa casa, arranqué el motor y logré dejar ese, que para mí armonioso, lugar. Era incapaz de parar de llorar, dentro de mi brotaba un océano infinito de dulces lágrimas que pertenecían a aquel espacio. Lo kilómetros que nos separaban eran cada vez mayores, el que se alejaba era yo, pero tenía la sensación de que ese sitio era el que me dejaba a mí.
Notaba que esa noche la carretera era excesivamente taciturna y sombría. No podía parar de cavilar cada minuto la opción de dar media vuelta y volver, pero no debía, necesitaba ser feliz y por mucho que quisiera allí no lo volvería a ser.
A lo largo del viaje me saltaban diversas preguntas como, «¿Y ahora qué? ¿A dónde voy? ¿Qué será de mí? ¿Podré ser igual de feliz?» Son preguntas que responderé en su debido momento, ahora mismo tengo que encontrar ese espacio de tranquilidad y felicidad, dónde por supuesto él me escogería a mí. Hay mucho pastos verdes que ocultan podredumbre, tengo que evitarlos y eso sólo se consigue dejándose llevar. Ojalá el destino me lleve a un lugar idílico del que jamás quiera salir, caluroso, acogedor, melódico y que me de ganas de reír.
Sigue pasando el tiempo, el amanecer se acerca y el claro de luz asoma en la lejanía del horizonte. Poco a poco las comisuras de mis labios forman una ligera sonrisa, mis manos y hombros se relajan, me acomodo en el asiento de mi preciado coche. Pongo en la radio de mi automóvil mi canción favorita «The man Who can’t be moved» pienso en voz alta «¡Qué paradójico, irme de allí mientras suena esta canción, lo conseguí!»
Los rayos de sol comienzan a molestar, la ligera sonrisa se convierte en fuerte y radiante. Estoy decidido, una nueva etapa, una nueva historia bañada por el nacimiento de este amanecer.
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