Fueron muchos años de espera, tantos que casi cuesta recordar cuando surgió aquella fulgurante emoción, aquella esperanzadora idea. Desde muy pequeños sabían que era una solución, conocían a muchos amigos, familiares y gente muy cercana que lo habían conseguido, ¿porqué no intentarlo también? Cuando no tienes nada, sabes a ciencia cierta aquello que te espera, ni el miedo más atroz, ni la angustia más desazonadora pueden quebrar tu convicción.

La luz penetrante del sol fue durante incontables mañanas su única compañera; trabajaba de sol a sol, arando el campo, recogiendo los árboles frutales y las hortalizas, limpiaba las malas hierbas, daba de comer a los animales, limpiaba sus heces, mal comía, aguantaba penurias inhumanas, todo por unas miseras monedas que ahorraba con fanática religiosidad. Los días, las semanas, los meses pasaban tan rápidos como recorrían las gotas de sudor su frente antes de golpear el suelo cada demoledora jornada de trabajo. Solo existía algo peor que la inclemencia del trabajo, era la forma con la que eran tratados, los hablaban como ganado, los trataban como si fueran despojos, muchos días era peor el trato recibido que la rudeza de las tareas.

Varios años tuvieron que pasar hasta que pudo ahorrar los chelines necesarios. Nadie sabe cuanto trabajo, cuando sudor, cuantas contrariedades tuvo que soportar. Lo que ni él mismo pudo entender es que sus mismos colegas fueran capaces de robar el fruto de su trabajo. Aquella deslucida mañana, cuando descubrió como su propio compañero de habitación, de fatigas, de secretos, estaba metiendo la mano en su tan codiciada hucha de ahorros, no tuvo compasión de él. Con lo primero que pilló, comenzó a darlo allí donde podía, primero en la cara, luego en el cuerpo, más tarde en la cabeza. No le importó nada, ni los gritos, ni la sangre, ni las súplicas. Su sueño estaba por encima de todo y de todos.

Tanto trabajo, tantos sin sabores, fueron compensados por la amabilidad del personal que organizaba el viaje. Ni en el más recóndito de sus pensamientos pensó que se iba a encontrar con gente tan amable, tan servicial, tan dispuesta a colaborar ,a explicarte cualquier mínimo detalle, cualquier pequeña duda. Fue un respiro para él y para muchos otros pasajeros encontrar esas personas tan amables, tan efímeramente preocupadas. Tan pronto cobraban como se olvidaban.

Después de esperar días, como si fuera una oveja más en el rebaño, llegó el barco, bueno al menos eso fue lo que los dijeron. Una vez dentro, cuando estuvo acoplado, rodeado por desconocidos, en la atmósfera se distinguía la misma ilusión, codiciada idea, ansiada ilusión por todos anhelada. Se miraban y compartían alguna que otra sonrisa, aunque rápido esas primeras sensaciones se convirtieron en incertidumbre y nerviosismo. ¡No podía creer lo que veía! Uno de los pasajeros, uno que compró su billete junto a él era quien manejaba el motor como si un experto marinero se tratase. Otro parecía indicarle hacía donde tenía que ir y a que velocidad era la más aconsejable en cada momento.

Las horas pasaban, el sol no cejaba en su empeño de achicharrar todo cuanto estaba a su alcance. Allí en el centro del mar, alguna que otra despistada nube cobijaba la furia destructiva del todo poderoso astro. El tiempo continuaba su continuo ritual, sin esperar, sin mirar atrás. Aunque iban un poco apretados, los asientos era confortables, bastante más cómodos de lo que podían esperar. El llanto de los niños pidiendo agua aumentó la intranquilidad, el nerviosismo. No paraban de llorar, eran ya varias horas seguidas escuchando ese desagradable llanto ¡Le costaba creer cómo alguien era capaz de traer a sus hijos a este tipo de viajes! ¡Qué irresponsabilidad! La noche calmó el castigo y aunque le costó, pudo dormir, no muy cómodo, pero descansó.

La luz del nuevo día despertó uno a uno a todos los tripulantes de la expedición. El hombre que llevaba el timón se había quedado dormido, por lo que durante horas habían estado navegando a la deriva. Otro de los tripulantes irritado por la irresponsabilidad criticó su falta de capacidad, nadie esperaba su bárbara reacción. Los niños que estaban cerca comenzaron a llorar otra vez, esta vez no por la sed, sino por el horrible espectáculo. Sin mediar palabra dio un puñetazo a traición a quien lo recriminó. Cayó inconsciente directo al mar, que lo acogió sin resentimiento en su fondo. Todos quedaron petrificados, ¡cómo era capaz!

¡Agua! Necesitaban beber o iban a perecer. Con el paso de los días, el sencillo y sobrante liquido fue adquiriendo inmenso valor, al principio parecía ser un elemento inagotable, pero entre más de cien personas, pudieron comprobar como por muchos barriles cargados, por muchos palets con botellas, todo era poco. El racionamiento empezó a los cuatro días de travesía a ningún lugar. Los mareos fueron convirtiéndose en algo normal y cotidiano en el barco. Todo el mundo perdía poco a poco la ilusión, las fuerzas, las ganas de seguir y continuar luchando por ese bonito sueño. Sin embargo era imposible volver atrás.

Cuando los sueños se convierten en sufrimiento en dolor en dureza. Cuando la verdad llega dando un espaldarazo a todas las idolatradas ilusiones tanto tiempo ansiadas ¡La realidad rompe con todo! Cada segundo, cada sufrido instante, esta sensación envolvió en sus demoledoras garras a todos los ocupantes de aquel inhóspito bote. Entre lloros, lamentos, envueltos por la rudeza de la inesperada situación, nadie, absolutamente nadie tenía un pequeño hilo de esperanza donde poder apaciguar tan bárbara ansiedad.

Las nueve de la noche, nueva tanda de noticias informativas; esta vez dicen, repiten y vuelven a recordar que han vendido a Cristiano Ronaldo a la Juventus ¡Qué pesados! Parece que no ha pasado nada más en el mundo. A punto de terminar, informan de refilón, sin pararse mucho en el caso, de un nuevo naufragio de un bote con inmigrantes ilegales. Con este caso aumenta el número de fallecidos en el mediterráneo a más de dos mil personas.

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