El ardor que me proporcionaba el sol, la brisa suave que acariciaba mi piel, el sonido de las olas al chocar con la arena, esa gama profunda e intensa que capturaba el mar, y aquel radiante rostro, son recuerdos que en mi mente perdurarán hasta la eternidad.
Todo comenzó un verano, la idea de dirigirme hacia una nueva aventura me inquietaba pero a la vez me cautivaba. Era la primera vez que me embarcaba hacia lo desconocido sin la ayuda de algún familiar, esta vez el mérito era mío. Además, necesitaba un desvío de mi propia vida, un desvío que haga olvidar quien era y de donde provenía. El desafío no fue sencillo pero finalmente pude arreglármelas para conseguir mi objetivo, viajar a otro país por mi cuenta.
Había un lugar que me había llamado la atención , «La isla de San Andrés». Descubrí aquel lugar cuando era pequeña, me gustaba contemplar y explorar libros que contenían imágenes de diferentes países los cuales eran inciertos en aquella época para mí. En cuento observé con detenimiento aquella imagen magistral, pude percibir a un hombre apreciando las olas que provenían de aquellas aguas transparentes y sobrecogedoras. En ese instante, la idea de viajar hacia la isla, perduró hasta la actualidad.
El viaje hasta llegar a mi objetivo, fue largo y fastidioso, pero nada ni nadie podían eliminar el sentimiento de libertad que aquella travesía me estaba otorgando. Cuando arribé en aquella singular isla, parecía que mis sueños se habían vuelto realidad. La vista de la localidad en la que me encontraba era única e inigualable. La imagen que de pequeña había visto, no se comparaba al sentimiento que el mar me proveía y aquella sensación de placer que emanaba de la arena al tocarla, era indescriptible.
Pero lo mejor de la osadía no fue «algo» sino un «alguien». Todos los días de mi estadía en «La Isla de San Andrés», tomaba algo para leer de mi colección de libros fantásticos, y marchaba hacia la playa. En ese entonces, percaté a un muchacho sentado en una silla de plástico con un libro de Stephen King en la mano. Su rostro era peculiar y también era muy precioso. Aunque me llamó la atención su interés hacia aquel escritor, sin dudas, King, era uno de mis favoritos. Resultó ser que aquel inusual muchacho se dirigía todos los días a la playa, con su libro de Stephen King en la mano , y su silla de plástico en frente al mar. Tomé la costumbre de ir siempre y a la misma hora a la playa, solamente con la intención de observar al interesante joven.
Había algo en su esencia que me hipnotizaba, sus cabellos oscuros flotaban lentamente al compás del viento, me perdía en aquellos ojos cafés; quienes transmitían cierta oscuridad y melancolía, su mirada era seductora y hasta un simple vistazo podía causar mi perdición.
Hasta el momento todo parecía ser perfecto; las olas del mar, la calidez que la arena transmitía, el sol ardiente y vivaz y aquel extraño muchacho. Aunque al cabo de algunos minutos, algo no parecía cuadrar. Mis ojos empezaron a cerrarse lentamente y a fundirse en un negro fúnebre. Estaba desconcertada y verdaderamente confundida. Pero cuando pude abrir mis ojos, me había dado cuenta que absolutamente todo había sido solo un magnífico sueño. No podía creer lo que había soñado, estaba muy confundida, tal vez aquella fantasía revelaba el deseo de libertad, el deseo a ser una persona independiente. Toda mi vida se basó en trabajar sin descanso, arduamente y esclavizada por aquellos que tenían el poder. Sin embargo, era tiempo de colocar un punto final, era tiempo de poner la frente en alto y tomar en cuenta aquella ambición que me asechaba desde pequeña: viajar y volar a lo desconocido, porque como decía Lina Storni «Soy mujer de alas, no de jaulas».
Ciertamente había algo que aún no descifraba, el muchacho. ¿Acaso era fuente de mi imaginación? No. Aquel ensueño trataba de hacer que una vez por todas me despertara. Por eso mismo, mi deber era encontrar al joven. Embarcarme hacia un nuevo trayecto. Y por fin ser libre.
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