TREN TRANSIBERIANO A VLADIVOSTOK
La ventanilla se transforma en el marco de una serie de imágenes que, en cerrando los ojos, voy recuperando desde lo más profundo de mi memoria…
Ya se han ido sin ruído.
El naranjo y la palmera rastrean el cielo y tierra. Duerme la mujer preñada al son de murmullo y niebla.
«¡Verde-gris que resplandeces desde la umbrosa higuera encarámatete hasta las nubes y pregúntale a su estrella; dime por dónde se ha ido cargado de sementera!».
Son hogueras en el monte, son dos rayos infernales que se cruzan en la niebla; dos torrentes de maleza de matas de pelo fino con olor a madreselva.
Raudas, allá, se manejan, como locas, dos centellas. Se azotan sin compasión los muslos y las caderas.
Y en la huerta dos candelas brillan como luna nueva.
Manos silvestres recogen dulcísima miel de colmena.
Ya duerme el naranjo triste, queda sola la palmera.
Mientras, en el soto fluye sangre que moja la fría yerba.
«¡Verde-gris que resplandeces ve y pregúntale a su estrella dónde se pierde su vientre entre rugidos de fiera!».
Espuman olas la orilla entre labios madreperlas. Caen como ríos de cera sudores de primavera. ¡Sólo tiene quince años y ya sabe de la espuela!
Hambriento de pecho, el hombre, maneja la mano diestra entre montañas enhiestas. Sediento de labio vivo busca el vientre su siniestra y lo encuentra…
Entre estertores, la hembra, muerde la muñeca negra: ¡que no puede su garganta resistir tan honda lengua!
El hombre, firme, acompasa, con dominio, las caderas: cien veces tentó, profundo, las entrañas que ya siembra.
En la huerta quedó sola, cubierta de sombras, la de la tez morena, la de los labios de sangre, la mujer, la vieja compañera. Desnuda, yerta, viste la era.
Los gallos cantan a coro y el campanario de iglesia renquéa sus notas lúgubres que preludian un requiescat.
En la huerta, hendiendo tan suave mármol, un cuchillo la atraviesa.
Tres niños pobres juegan en el jardín florido de la aldea. Tres niñas ávidas, desde el oscuro zaguán, calladas los contemplan. Una docena de estrellas sueltas, una docena.
En el hogar descansa en paz la ceniza de madera. El fresco polvo óseo orea la vid y la palmera. Allá los cantos bajan de lo hondo de la sierra. Misterio, calor, al fin calma…
Las verdes nubes recias cabalgan, entre aullidos, las estepas de mi tierra.
Vuelven recuerdos de una estrecha oficina.
A las cuatro en punto de la tarde.
Terminado el aburrido trabajo noté un hormigueo en mi mano y, dejando a un lado la semiautomática (máquina de escribir), empuñé un lápiz y empezaron a salir estrofas a borbotones que alguien me insuflaba. Recogí las que pude en un papel…
Eso fue hace casi medio siglo.
¡Tengo hambre!
No necesito esforzarme mucho para recuperar los olores y sabores de aquellos alimentos que preparaba con gran esmero en mi último hogar.
Saco el bocadillo de un ajado bolso de viaje. Simulando bostezos voy dando cuenta de tan parco alimento, a palo seco.
Me llaman Miguel, Михаил en ruso. Mi ocupación actual incluye una serie de estudios previos a una investigación que puede ser significativa a la hora de proponer un ambicioso proyecto que supondrá un largo viaje…
No. No soy espía. Si acaso, asesor.
Debo casar la información de que se dispone con mis estudios de campo. La perspectiva y la intuición son mis mejores armas. El presupuesto es ridículo. Estoy sólo en esto. Y en muchas cosas más.
Se me ha facilitado una visita relámpago al gran agujero de Kola, en Múrmansk. Un avión de bajo coste y mínima revisión hace que se refresque mi fervor religioso, de regreso a la capital.
De Moscú hacia oriente en este tren de leyenda que, como el matrimonio, se caracteriza más por las incomodidades que se van descubriendo, pasado cierto tiempo, que por los anhelos y esperanzas puestas en él en un principio…
Hojeo mis anotaciones con cierta aprensión.
Sigo repasando. Aquí y allá surgen hechos sin aparente relación.
El tren avanza.
Rebasada Nizhny Nóvgorod la vía férrea se abre camino hacia uno de los puntos básicos de mi, digamos, análisis.
Cerca de Vasilsursk se encuentran las instalaciones del proyecto SURA, respuesta soviética en su día al HAARP de los E.E.U.U. (sito en Alaska) y hermano mayor del similar EISCAT, este último de factura europea, ubicado en los Países Nórdicos…
Todos ellos tienen el factor común de un pretendido estudio e interacción sobre la ionosfera, con sus correspondientes antenas «calentadoras». También todos poseen fama de ser «armas climatológicas», al decir de muchos.
¡Estallo en una carcajada!
Miro alrededor y nadie parece haber advertido mi jocosa expresión. Entre mis apuntes técnicos aparece la siguiente página:
¡Sencillamente hilarante!
El tren devora todo a su paso. Va introduciéndome en ese túnel del que no podré salir cuando tome la decisión final y entregue mi informe.
Recuerdos de mi niñez saltan a la pantalla de mi memoria.
La honradez del soldado de Grigori Chujrai…
Kazán queda atrás.
Iván el Terrible, también.
Camino del Baikal se ensombrece mi ánimo.
Debo elegir entre regreso y metamorfosis definitiva. Esto incluirá borrar toda la memoria. Mi propia experiencia y los implantes. Será quedar en manos del azar humano.
No me fío de los hombres. Son unos bestias. No han cambiado nada en siglos. Sólo las técnicas, cada vez más depuradas e incisivas.
Esto no puede volver a ocurrir.
Para esto estamos nosotros aquí.
El Arkángel nos reunirá en el puerto del Pacífico.
Me tranquiliza pensar en el profundo lago.
La Gran Inundación se tradujo en cuentos para niños…
Lo de Sodoma no sirvió.
La decisión está tomada.
Saco de mi mochila las microjeringuillas y comienzo a llenarlas con los correspondientes sueros añadiendo un contraveneno al final por si, tras un posible colapso transitorio de mis funciones básicas vitales, a los científicos de aquí se les ocurre investigar por su cuenta…
Arde el líquido.
Comienzo a olvidar.
Aprieto con fuerza mi expediente informativo.
«Padre nuestro que estás en los Cielos…»
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