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Abrazaba la vihuela con dulzura. Al contacto con su cuerpo, le invadió una extraña sensación. Un conjunto de sentimientos contradictorios, una gran cantidad de recuerdos llegaron a su alma y a su mente. No había olvidado el amor intenso que le transmitía el instrumento y la  vivacidad con que  sus vibraciones  le transportaban al infinito. De niño, ya le gustaba la música.  Sobre todo  cuando podía participar. Escuchaba los acordes arrebatados de un laúd y era feliz, pero lo era más si él mismo tañía sus cuerdas, arrancándole una melodía conocida. Desde muy temprana edad quiso aprenderla, y disfrutaba con ella aún en los periodos más tediosos por los que tuvo que pasar durante el aprendizaje de todas las materias  teóricas… etc. ¿Qué  había pasado para olvidar esas sensaciones, tan placenteras y celestiales?… mientras pulsaba las cuerdas, buceaba  por su  subconsciente y hallaba las respuestas  que antes no había conseguido  encontrar.

Viéndolo tocar absorto en las notas y la melodía sufí, —Mario, el director del grupo y maestro del Darbuka y el Duf— veía una sola imagen. Era el instrumento una  prolongación de su cuerpo, la parte de un todo.

 —¿No te arrepentirás?  —cortó sus reflexiones, María la  interprete de  la flauta dulce a escala árabe.

—María, ¿Conoces la trayectoria de este chico?  -preguntó  a su tutelada.

—No Mario, pero tengo la impresión de que no ha sido muy halagüeña. Un tanto parecida a la nuestra, quizá. ¿De qué parte de Murcia es?

—No es murciano, sino madrileño, y pertenece  a una acaudalada familia.

—¡No podéis haceros una idea de los conocimientos musicales que tiene! Nos supera a los tres  con mucho. -interrumpió Carlos, que llegaba en ese momento.

—En ese caso, y si él lo desea, podemos darle la oportunidad de iniciar un nuevo camino, si lo incorporamos al grupo.

—Es una buena idea, podemos tocar los dos tanto la Vihuela como el laúd. -dijo Carlos entusiasmado

—Sí, y haciendo algunos arreglos en las partituras podríamos formar un cuarteto de muchísima calidad. —añadió Mario.

—Recuerdo mis comienzos, y  estoy segura de que Saúl también podrá encajar en el  grupo. -respondió María

Todos recordaron sus trayectorias. Vivían en  Cartagena, y buscando un poco de luz, conocieron “Campo de Girasoles”. Una ONG formada en los años ochenta,  por un grupo de familias para apoyar a los jóvenes afectados por las consecuencias de la drogadicción, y  para conseguir que salieran  de su dependencia. Estas gentes murcianas, ayudadas por un grupo de religiosos con el mismo afán de auxilio y entrega a sus semejantes, fundaron en esta ciudad un centro de reinserción juvenil, y a la vez alimentaba a todas las familias desclasificadas por su condición de “parados de larga duración”, entre las que se encontraban las de algunos del grupo, y  a las que, con mucho esfuerzo y trabajo, lograron salvar de la miseria y  del hambre, y evitaban que por la más pura y humana necesidad se convirtieran en  mendicantes o  peor aún, a que pudieran llegar a delinquir. Fue una tarea ardua pero gratificante. Todos cooperaban, hasta los marginados. De esa manera, al sentirse útiles en su entorno, vencían todo  tipo de dependencia, convirtiéndose en gentes dignas de ser y  de vivir. La caridad ciudadana les mantuvo en un principio, pero poco a poco fueron encontrando diversas fuentes de ingresos con las que mantener todas las actividades.

En el ecuador del verano, agosto es por excelencia el mes en que se homenajea a la  Virgen en toda la península. Hasta el pueblo más pequeño venera a su patrona con verdadero derroche de luz y sonido. Cada año, el  conjunto colaboraba en la comarca con su música y por  supuesto lo hacían primero en  “Campo de Girasoles”; hogar  y tabla de salvación de todos ellos.

 Si, Mario estaba en el buen camino. No podía equivocarse.  Viendo a Saúl abrazar y acariciar el laúd, sabía que no le fallaría. Estaba seguro de que pondría todo su empeño en aprender los acordes y acompañarlos en el concierto  anunciado para el fin de semana siguiente. No tenía otra opción, pero contaba con la abnegación de Carlos  que aunque estaba imposibilitado para más de tres meses, por una tonta y desatinada caída,  lejos de estar afligido, se dedicó plenamente a instruir a su nuevo compañero, y aunando esfuerzos, consiguieron convencer a Saúl de que tenía suficientes recursos musicales y muchas posibilidades de salir airoso en la actuación: —“escucha bien, aún si saliera mal,  estamos peor  sin ti”. -repitieron una y otra vez, hasta persuadirle.

Pasaron con éxito la serie de conciertos estivales de la provincia. Totalmente acoplado, el grupo cambió de nombre, y  “Los cuatro sin techo” continuaron de gira por todo el país,  dando ejemplo de superación, y se integraban en una sociedad que, en un principio les había rechazado y ahora, les ensalzaba y  ponía alfombra de flores, allí donde actuaban. Tal fue el éxito conseguido, que llegaron a Marruecos. Participaban  en el espectáculo, “Un té a la menta. Músicas del Magreb” actuando en uno de sus mejores locales, durante el festival del verano siguiente. En el tiempo que les quedaba libre, intentaban ampliar  sus conocimientos en  nuevos instrumentos de música antigua.  Mientras la voz del muecín entonaba una dulce plegaria, recorrían las callejuelas impregnadas  de una mezcolanza de aromas,  dejándose querer por  los autóctonos, quienes  les  transmitían  el fundamento de sus antiguas canciones  y los  instrumentos adecuados  para interpretarlas.

Con nuevos conocimientos y diversos contratos firmados para la temporada siguiente, llegó un nuevo agosto. El momento de volver con su nuevo repertorio a la región de las naranjas y limones por excelencia. Su lugar de origen. Pero este año, algo había cambiando en la faz de Saúl. Todos pensaron que se trataba del cansancio producido por el amplio repertorio, la gran programación  de conciertos, y la acumulación de  kilómetros recorridos en sus giras. Él asentía en silencio, pero  en su interior resonaba el eco de la culpa que se cernía en su alma, y la atenazaba sin piedad. No recordaba en qué momento, ni la causa exacta en la que comenzó  a tomar algunas sustancias, suaves al principio y más fuertes después, que de forma engañosa, le ayudaban a soportar el día a día. Nadie se dio cuenta. Habían confiado tanto en él cuanto lo hacía el uno en el otro. Todos habían tenido sus escarceos, hasta el momento de comenzar juntos su lucha por alcanzar la victoria, personal y profesional. Habían intentado olvidar aquellos tiempos y lo habían conseguido.

El presidente de “Campo de Girasoles», observó a Saúl y vio  su aire maliciento,  tenía  la palidez de un mártir en el rostro, que le delató la situación al instante. Llamó a Mario a su despacho y le comunicó la sospecha  que tenía en cuanto a la  recaída de Saúl. Ambos comprobaron que realmente era  reincidente y buscando una salida, acordaron  la  sustitución  de Saúl por otro chico que necesitaba un buen impulso.

—Todos salimos ganando. Vosotros y nosotros.  —continuaba el presidente.

—No podemos dejar que Saúl continúe por el camino que ha retomado -añadió Mario-

 Sólo en el “Campo de Girasoles, podían desintoxicarlo de nuevo. Tenían los medios y la formación suficiente, porque desde que ayudaron a este chico, enseñándole música, en los talleres de apoyo,  habían comprobado lo útil que resultaba esta materia en la terapia. Habían ampliado  las  asignaturas que necesitaban para a conseguir la reinserción de todos ellos, y les enseñaban lenguaje musical y a tocar todos los instrumentos de plectro. De hecho, se había convertido en su lema: “La música siempre será la libertad del alma” -Este año,  tenían pensado añadir  nuevos instrumentos a los ya existentes. Todo el conjunto de viento madera/metal, ayudados por  la recaudación de los nuevos  conciertos.

—He visto varios chicos que pueden sustituir a Saúl. –indicó Mario

—Pero yo os recomiendo a Daniel, -intervino el presidente- que es el joven más vivaz y disciplinado que conozco. Se verá tan implicado con vosotros que vencerá su dependencia, casi sin darse cuenta.

—Estoy  de acuerdo, -dijo Mario- viendo la expresión del rostro de sus compañeros.

Fuera se oía el bullicio de cuantos habían acudido al concierto, no tanto para cooperar con la ONG cuanto para deleitarse con la interpretación musical de estos chicos, quienes conseguían arrancar las emociones mas escondidas. Entre los frutos aromáticos del azahar y la excelencia de su interpretación, arrancaron  los aplausos enfervorizados del público que abarrotaba el inmenso patio interior de la comunidad. El grupo obtuvo de nuevo, un gran éxito.

Saúl, trabajaba en la huerta ecológica y recordaba el día en que actuaban en Madrid.  No fue el arduo trabajo, lo que le empujó a inyectarse de nuevo. Fue la decepción. Orgulloso de su nueva realidad, pletórico de haber vencido su fuerte  intoxicación, fue a visitar a sus padres. Los encontró en plena fiesta. Esas que solían organizar con un buen número de  aves depredadoras, que era  el tipo de sociedad a la que pertenecían, y sin conocerlo, sin apenas reparar en él, le invitaron a pasar por  la cocina en busca de un buen mendrugo de pan. —¿Ya no os acordáis de mi? –les preguntó atónito, mientras daba media vuelta y salía a la calle totalmente desolado sin esperar respuesta. Su frustración pudo con él. No llegaba  a comprender la actitud de sus progenitores. Cómo se habían desentendido de él con el gesto de pagar un dinero por su reinserción, pero rechazándolo de su  hogar. Sin conciencia, le habían negado su amor paternal y  todo apoyo moral, que le habría sido tan necesario. Con su propio esfuerzo y la ayuda caritativa de personas ajenas, consiguió la reinserción. Pero no venció el desprecio perpetuo en el corazón de sus padres.  Aún con la vihuela que formaba parte de su todo, tocaba la melodía sufí que lo transportaba,  y se quedó en “Campo de Girasoles” buscando de nuevo todas las respuestas que había vuelto a perder.

—Será por poco tiempo Saúl. -le dijo Mario- Lo conseguirás y cambiaremos de nuevo nuestro nombre. Seremos: “¡Los cinco sin techo!”

 

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