El piso de las chicas de la calle Cortes

El piso de las chicas de la calle Cortes

Maria Reyes

01/09/2015

–  ¡¡¡A desayunarrr chicaasss!!! ¡¡Buenos días a todas!!

“Ya está esta pesada haciendo la ronda mañanera… ¡maldita niñata! Quién se creerá que es, con su buen rollito de palo, dándonos lecciones de vida… Dios mío, ¿cómo he vuelto a acabar en esta situación? “

–  Marian, buenos días guapa! Vamos levantándonos que ya es la hora de amanecer perezosilla.

–  Hoy no me voy a levantar.

–  ¡¡Vaaamosss!! ¿no has visto que día tan maravilloso hace?- le dice Amaia asomándose a la puerta de la habitación. Es en ese preciso instante cuando Marian entreabre los ojos el tiempo suficiente para ver un brillo de genuina alegría en los ojos de Amaia.

“Precisamente por eso cacho perra. Hace un día cojonudo, pero para estar en tu casa, libre para entrar y salir… y para hacer lo que me salga del moño. Y aquí estoy, en un piso tutelado por niñatas y con un monazo que no se puede aguantar… ¡¡No aguanto más!!”

–  Te espero en diez minutos en el comedor. Ánimo.

Marian comienza a reaccionar y se da cuenta de que la única alternativa que tiene al piso tutelado es cumplir en prisión la pena que le pidieron en un principio. Y se juró a sí misma que antes de entrar de nuevo en la cárcel, haría lo que fuese necesario para evitarlo. Reflexiona. Está en pleno invierno bilbaíno, y tiene un techo, comida caliente y compañeras con las que hablar, aunque sea de los chulos, manicuras y de las posibilidades para consumir de escaqueo. Habrá que hacer un esfuerzo. Se levanta de la cama empapada en sudor, pero tan hecha polvo que se siente incapaz de meterse a la ducha. “Más tarde tal vez. Si la miseria de metadona que me dan me hace por fin efecto”.

Pausadamente, debido a los dolores que nota por todo el cuerpo, se aproxima al comedor. Y comienza a escuchar los gritos:

–  Eres un maricón envidioso, ¡no vuelvas a tocar mis cosas o te acabo de hacer la operación que tienes pendiente con el cuchillo del jamón!

–  Pero de qué hablas chicaaaa, que yo no te he tocado naadaaa. Ya me dijo Charly que contigo no se podía… ¡¡que eres imposible!!

–  No metas a Charly en esto, que me la pegasteis bien pegada como los mierdas que sois. Pero te aseguro que me hizo el favor de mi vida cuando me dejó para convertirse en el chulo de un chapero con tetas.

Amaia entra en el comedor, seria pero serena. Anita Dinamita y Loles se callan, intercambiándose sendas miradas que auguran broncas futuras. Al fin y al cabo son veteranas, y son conscientes de que la labor de las voluntarias es fundamental debido a la falta de recursos económicos de la Fundación. Amaia les dirige una mirada de silencioso agradecimiento. Ella también es consciente de lo duro que tiene que ser amoldarse a la rutina supervisada para esas mujeres maduras y tan acostumbradas a vivir en una aparente libertad caótica.

–  Después del desayuno os entregaré la correspondencia. Han llegado cartas para todas.

Marian tiene el difícil papel de novata en un ambiente donde la supervivencia manda estar enterada de cómo funciona todo y, sobre todo, cómo está la pirámide jerárquica entre las usuarias. Afortunadamente solo están Anita y Loles, y por la lucha de poder continúa parece que todavía no hay nada decidido.

Después del desayuno, Amaia les entrega la correspondencia. Marian recibe su carta y no se puede creer lo que pone en el remite…. “¡¡Esperanza!! Mi niña… ¡creí que no me ibas a volver a dirigir la palabra nunca más!”. Ilusionada, pero también con miedo de posibles recriminaciones, abre la carta, temblorosa. No sabría identificar si es de emoción o del síndrome de abstinencia que no le da un respiro. Comienza a leer. Su hija se dirige a ella de forma seria, pero dejando entrever ciertas muestras de cariño. ¿Hace cuánto tiempo no la llamaba mamá? No se lo podía creer. La van a apoyar. Ella y su marido han regresado a Bilbao y quieren que cuente con ellos, siempre y cuando siga el tratamiento hasta el final. La mañana plomiza y gris bilbaína deja paso a un nuevo sol, incluso llega a sentir un agradable calor en sus doloridos huesos.

Un llanto desgarrador rompe las cavilaciones ilusionadas de Marian. Anita Dinamita se agita desesperada con la carta estrujada en su pecho operado.

–  ¡Charly! ¡Charly! Está en el hospital…. ¡Se me muere!

Parece ser que unos clientes insatisfechos con la mercancía que les suministró le han metido un buen susto. Tanto que le han dejado paralizado, conectado a máquinas de las que por el momento depende para vivir.

Nadie puede evitar que Anita pida el alta voluntaria. No coge su maleta, dice que ya se pasará. Cierra apresurada la puerta de la calle que le separaba de su ruina… o de sus sueños de libertad. Ella siempre ha sido optimista.

En el caso de la fría y práctica Loles, todo es muy distinto. Su nuevo novio le tranquiliza y le dice que le espera, pero que esté en el piso tutelado el tiempo necesario para ahorrar algo de pasta y para recuperarse físicamente y poder seguir trabajando. “Otro que quiere vivir del cuento… me libré del cabronazo de Charly, pero me vuelvo a topar con un niñato que lo único que hace por mí es guardarme la esquina de la calle Cortes para cuando salga de aquí”. Con sonrisa amarga aplasta la carta, y la rompe en mil pedazos.

La tarde transcurre tranquila. Tras la brusca salida de Anita, llega la calma aparente que trae la rutina.

Al día siguiente, al entrar en el comedor a la hora del desayuno, Marian percibe que Amaia tiene un gesto triste. Además, hoy el sonido alegre de su voz ha brillado por su ausencia.

Cuando Loles se incorpora a la mesa, Amaia comienza a hablar:

–  Nos han llegado noticias de Anita. No llegó al hospital. La han encontrado esta mañana en un portal de su antiguo barrio.

–  Pero… ¿qué ha pasado?- pregunta Loles, más afectada de lo que podría esperarse.

–  Un pico. Se la ha llevado su último pico… – la voz de Amaia se entrecorta de la emoción.

Marian abandona el comedor y se refugia en su cuarto. Y mira que se le ha muerto gente cercana, pero no se acaba de acostumbrar a que la muerte le pase rozándola… Recordándola lo cerca que han estado la una de la otra en tantas ocasiones. Busca la carta de su hija y la dobla. Su concentración es digna de un ritual. Con los ojos cerrados fuertemente, invocando toda la fé que ha ido perdiendo por las esquinas durante sus años de adicción, para volcarla esta vez en la promesa a si misma de una futura recuperación. Y para ello necesita a su hija. A Esperanza.

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