Esa noche cuando las luces se apagaron, una vez más el temor de ser la elegida le impide conciliar el sueño, Ana miró en dirección a las camas, donde momentos antes la luz le permitía observar a cada niña con la que compartía habitación en el centro de acogida.

Anteriormente ella vivía en una humilde casa, donde tenía comida y la protección de su madre, su padre siempre estaba borracho y los golpeaba a todos, pero algo de comer traía a la casa cada día.

Ana era feliz a su manera, jugaba con su hermano y los compañeros del colegio, a pesar de que tenía tan sólo siete años, soñaba con una vida mejor, imaginaba que de grande todo sería diferente y que tendría un verdadero hogar, con una casa hermosa e hijos a los que trataría con amor.

Una noche su padre golpeó a su madre con más fuerza que nunca, hasta dejarla inerte en la cama, su hermano al intentar defender a su madre recibió una herida que apago su inocencia, al llegar la policía con luces y sirenas ya era tarde, se llevaron a su padre esposado y tan borracho que casi no podía mantenerse en píe. Ana tuvo que ir a vivir a la casa de una tía, ubicada a mucha distancia.

En la primera noche de la llegada a esa casa, el esposo de su tía la despertó cubriéndole la boca con la mano para evitar que gritara, mientras intentaba despojarla de la ropa, la tía llegó a tiempo para evitarlo, pero luego la golpeó sin misericordia culpándola de lo ocurrido y la echó de la casa.

Ana estaba muy asustada, esa noche durmió acurrucada cerca de la puerta de la casa, la tía al levantarse la vio y volvió a echarla, la amenazó con la escoba hasta asegurarse de que no volviera, ella corrió con todas las fuerzas que sus pequeñas piernas le permitían, hasta que el cansancio la obligó a detenerse.

Desorientada, temerosa y sin nada que comer lloraba en el suelo a la sombra de un árbol, un niño de unos diez años que pasaba cerca de ella le dio un pedazo de pan mal oliente, en la primera mordida ella sintió nauseas, pero el hambre se encargó de disiparla.

El niño se fue sin intercambiar palabras y ella lo siguió a poca distancia, su destino era el basurero.

Ana lo vio hurgar en la basura, en ocasiones encontraba latas y botellas que guardaba en una bolsa y comía lo que podía rescatar de los roedores e insectos. Un hombre mayor lo golpeó y alejó de ese espacio, pero había muchos lugares donde seguir buscando y no tuvo problema en reubicarse.

Ella pudo ver que el basurero era el hogar de muchas personas que no tenían a donde ir, Andrés el niño al que había seguido hasta ese lugar, luego de presentarse la invitó a quedarse,  esa noche ella comprobó que dormir sobre cartones y periódicos viejos no era tan incomodó como se había imaginado. Se sintió protegida. Durante los siguientes días Andrés se convirtió en un buen amigo y le enseñó como sobrevivir en el basurero, que era su hogar desde que tenía cuatro años.

Una tarde vino al basurero un grupo de personas a traer ropa y comida, ahí estaba él, cuando la miró a los ojos ella sintió miedo de esa mirada que escondía perversidad tras su rostro de inocencia. Esa noche él volvió con la policía, que desmanteló las improvisadas camas dispersando a los presentes, Ana con mucho miedo trató de huir, pero él la tomó de la mano ofreciéndole protección y casi a la fuerza se la llevó al centro de acogida.

La hermana Inés la recibió con recelo, desde un principio demostró la molestia que le causaba la llegada de la niña, se veía reflejada en esos ojos color almendra como los suyos, recordando su propia niñez, cuando él la trajo de una manera similar y la convirtió en su favorita.

Esa noche él trató de hacer sentir a Ana muy a gusto, se aseguró de que comiera todo lo que quiso, que recibiera ropas nuevas y un refrescante baño, cuando llegó la hora de ir a la cama pasó a darle incontables besos de buenas noches, que la hicieron sentir muy incómoda.

Varios días después comenzaron sus noches de insomnio, cuando se dio cuenta de las frecuentas visitas nocturnas que él les realizaba, sobraban las muestras de cariño con las niñas, luego una de ellas era elegida para acompañarlo y volvía antes del amanecer.

Una noche escuchó el sonido de los pasos llegando a la habitación,  luego el crujir de la puerta, su corazón se aceleró hasta casi saltar en su pecho, sentía la cama estremecerse con el temblor de su cuerpo.

Él entro a la habitación, Ana mentalmente le oraba a Dios pidiéndole no ser ella la elegida. Él caminó por la hilera de camas repartiendo caricias, ninguna niña se movía, parecía que estaban todas bien dormidas, ella abrió parcialmente los ojos para ver por donde andaba.

Él se acercaba a la cama de manera lenta, tratando de no hacer ruido, ella temblaba con más fuerza, su corazón duplicó el ritmo de los latidos y sentía que le faltaba el aliento.

Cuando él llegó a la cama y se sentó a su lado, ella sintió que iba a desmayarse, tenía un grito atrapado en la garganta, él le acarició el cabello, luego el rostro y ella se mantuvo inmóvil. A continuación la tomó en brazos para llevársela, ella no quería abrir los ojos para fingirse dormida, se imaginaba que de esa manera él la dejaría.

La llevó a su habitación recostándola en la cama y comenzó a desvestirse, en un perchero colgó la sotana y el crucifijo que llevaba en el pecho, ella continuó inmóvil, con mucho miedo, sin atreverse aún a abrir los ojos seguía orando, él se acostó a su lado, y comenzó a acariciarla mientras ella con fe esperaba un milagro.

Cuando él trató de desvestirla, ella dejó salir ese gritó que antes tenía atrapado en la garganta,  sonó con fuerza, de manera única que retumbo por todas las paredes, el trató de callarla con la mano, pero ella se la mordió y salió huyendo de la habitación, él corrió tras ella sin tiempo de vestirse. Ella pidió auxilio y la hermana Inés llegó cuando había logrado alcanzarla y la llevaba de regreso a la habitación.

La hermana Inés con determinación, como nunca se había atrevido a hacerlo, lo sujetó fuertemente por el antebrazo hasta obligarlo a soltarla, lo miró de manera retadora y él sintió miedo de ella, se justificó diciéndole que había escuchado a la niña gritar y vino a su auxilio, pero Ana entre lágrimas lo acusó de haberla llevado a su habitación.

La religiosa miró a la niña y le dijo que el padre Sebastián era un hombre de Dios y que esa acusación era inaceptable, luego al igual que lo había hecho su tía en su momento, la echó a la calle.

Ana esta vez no tuvo miedo, al verse libre en la calle corrió al basurero donde Andrés se alegró de verla, este le abrió un espacio en la improvisada cama y juntos durmieron tranquilamente toda la noche. Ella se sintió protegida y feliz de tener un verdadero hogar.

En uno de los periódicos con que se cubrieron, se dejaba leer que al día siguiente se haría un homenaje para el Padre Sebastián, por su dedicación y entrega a la labor social.

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