Manu inicia una nueva vuelta. No ha perdido la cuenta porque no las está contando. Está ensimismado, pensando en su cosas. Solo presta atención para esquivar una cagada de perro, siempre la misma, a veces por la derecha, a veces por la izquierda. Pedalea y da vueltas, da vueltas a su cabeza, y su cabeza da vueltas al periódico de la mañana. Tan inmerso estaba en su lectura que se le ha consumido el cigarro casi sin darle una calada. El periódico hablaba de crisis, que es algo que venía sonando desde ya hace mucho tiempo pero, por primera vez, quiso prestarle atención.
Decía Toño que eso de la crisis era cosa para los esclavos. Toño, okupa en casa de todos, azote de cervezas en neveras ajenas, ángel exterminador de bricks de tinto. Toño, que se ganó recientemente el apodo de piquete por gritar ‘¡Maricones! ¡Esclavos!‘ a los asistentes de una manifestación en la última huelga general. Esclavos, esclavos del sistema, a Toño no solo le encantaba esa palabra, mas bien abusaba de ella, la metía siempre que podía en cualquier conversación. «Siguen el camino marcado, trabajan como hormigas, alimentando a los cuatro poderosos que deciden cómo y hasta cuándo deben vivir cada uno de ellos. Se creen protegidos y queridos por un sistema que los desprecia y los desangra. Y ahora, ahora que todo se va a la mierda, se darán cuenta que no tienen nada, que vivían una mentira. Pero yo, y vosotros, somos distintos. Solo le rendimos cuentas al hermano, al amigo, al compañero. Las normas las establecemos nosotros y no aceptamos órdenes ni promesas de aquellos que intentan encadenarnos. Nos llamarán antisistema, salvajes de ciudad. Pues… ¿Y por que no? Porque lo nuestro es el día a día, el vivir tirando, el disfrutar lo que tenemos y el adaptarnos a lo que venga. Nosotros somos los humanos y ellos, las máquinas programadas». Se termina la litrona y se calla hasta que se materialice otra.
Tonterías, claro. Politiqueos suyos. Pero cuando el piquete solo le da al alcohol tiene sus momentos. A todos nos gusta escucharle, nos hace parecer héroes, que lo nuestro es una lucha contra la corriente de la deshumanización del mundo. Mas de uno se había aprendido alguno de sus discursitos de memoria y se lo soltaba a los ‘comecocos‘ de servicios sociales cuando estaban muy pesados, y luego nos contaba la cara que ponían. Y bueno… ¿Acaso no hay algo de cierto en las palabras de Toño? ¿Cuántos de nosotros elegimos este tipo de vida? ¿Cuántos tuvieron la opción de integrarse al sistema, de vivir La Gran Mentira, que llama él? Casi todos tuvimos en nuestro momento nuestra oportunidad, y reconocemos con orgullo que no nos dejamos arrastrar.
En fin, alguien llamó en algún momento ‘Mesías‘ a Toño, y por lo visto algo de profeta tiene, porque es verdad que parece que todo se está yendo a la mierda ahora, porque con esta crisis…
«¡Manu! ¡Manu joder!». El oír su nombre le despierta de su ensoñación. Por fin deja su trayectoria circular y detiene la bici frente a Oscar, que le observa llegar con una mirada llena de desdén e impaciencia. No hay sentirse herido por ello; Oscar mira así a todo el mundo, como si la gente no fuera mas que algo molesto con lo que no hay mas remedio que convivir en este mundo. A su lado, el Gordo Voro se afana en liarle un porro. Poco se sabe del Gordo Voro. Aparece al poco de llegar Oscar, como una sombra con pereza de seguir a su dueño, y se va al mismo tiempo que él. No se sabe dónde vive, ni de qué vive, ni para qué vive, aparte de para liarle porros a Oscar. A Manu le cae mal, le pone nervioso verle ahí, lía que lía, como un autómata. Hay que ver el asco que se le puede tener a alguien con el que nunca has hablado. «¿Qué harás, ‘Gordo’, cuando le pase algo a Oscar? ¿Irás a la puerta de la cárcel a aullar todo los días, como esos perros estúpidos en la tumba de su amo? ¿O te sentarás en la calle con un cartel ofreciendo tus servicios, con un saco de filtros de cartón gastados como currículum?».
Entre unas miradas y otras, al Gordo Voro le da tiempo a acabar su faena y le pasa el producto a Oscar. Este lo enciende, le da una primera calada, se lo pasa al Gordo, apoya la espalda en la barandilla en una ensayada postura que deja claramente a entender que si hace negocios es por hacer un favor, no por que lo necesite. «Mira Manu, por esta no te puedo dar mas de 25, fíjate como está». Manu se fija en como está. Desde luego la bicicleta había vivido tiempos mejores, seguramente hace un par de siglos. Era carne de estudiante extranjero, que las usan de cualquier manera hasta que se las roban a los dos meses. De hecho, le sonaba haberla visto antes. Manu le acerca la bici, «Pues lo dejamos así»’, la apoya en la pared y pasa a sentarse al lado del Gordo Voro. Lo cierto es que le podía haber sacado 10 mas, pero no le apetece discutir. «Joder Manu, le podías haber sacado 35, como se nota que no te apetece discutir». Manu no dice nada, intercepta el porro antes de que vuelva a Oscar, da una calada, al minuto otra y el Gordo Voro, que por algo es un profesional, capta la indirecta y empieza a liar uno nuevo.
Oscar suspira. Poca conversación va a sacar de estos dos. Pero está tocapelotas y, si no habla, explota. «Manu, tu puedes hacerte el duro lo que quieras, pero se te nota a la legua, lo de Guille te ha jodido mucho». Mira de reojo mientras lo dice, y ve con satisfacción como el otro se tensa. «Me cago en tus muertos Oscar» piensa Manu. Y es que si algo le jode es que lean lo que piensa o, peor, que se lo digan a la cara, como cachondeándose. Su mano izquierda está cerrada con fuerza, los nudillos blancos. Se da cuenta, realmente está crispado. Se levantaría ahora mismo y le reventaría la cara a Oscar, que entendiera bien si le ha jodido o no. Así que mejor se va sin decir ni mu a un sitio mas tranquilo, a ver si el chocolate le ordena los pensamientos. «Pápa», le había dicho Guille, «es que ya no hay nada que rascar. La gente no tiene nada, y lo que tiene se lo guarda. No hay movimiento, ni se vende ni se compra, dime tu que puedo hacer yo aquí». Manu le mira duro, pero no dice nada, que si le llaman Manu El Callao es por algo, y tiene un estatus que mantener. La Isabel, que también tiene una fama que mantener, monta un buen escándalo en consideración a los vecinos, para que no tengan que pegar la oreja a la pared. ‘Pues eso, que me voy» – sigue Guille – «El Moha tiene amigos en Francia y dice que por allí si que hay mas movimiento, que alguien espabilao y con experiencia como yo, se come la calle». Y Manu sigue escuchando, y no entiende nada, no habla. Si supiera de esa jerga, diría que se quedó en shock. La Ira Hacia El Retoño Traidor nublaba sus sentidos, y avanzaba firmemente hacia su cerebro, de momento territorio de la Pena Por El Hijo Perdido.
‘Emigración, movilidad exterior‘ rezaba el artículo. Pues si que es eso. Y tu Toño, ¿Qué tienes que decir ahora? Porque igual te equivocas, igual está crisis del sistema no afecta solo a tus esclavos. Ellos se quedarán sin sus bancos, sus pensiones, sus ahorros, pero yo me quedo sin mi jubilación, que es mi descendencia. Que el vivir el día a día, como predicas, te vale a ti, que eres un parásito nuestro, pero los demás hemos currado, de una forma u otra, y nos merecemos un descanso y que el siguiente tome el testigo. Pero si rompemos la cadena ya solo nos queda futuro, solo un vacío, un acantilado en el que mejor no asomarse a buscar el fondo, porque te pueden dar ganas de saltar y acabar rápido.
‘… así, otro efecto de los despidos masivos es el aumento de la precariedad laboral. Menos personal para realizar el mismo trabajo…‘. Desde luego que el periódico tenía razón, pensaba Manu. Sin Guille y sin Moha para repartirse las zonas le tocaba a él patear como no lo había hecho en años. Tres días ya visitando los lugares comunes, los no comunes, las zonas nuevas y las viejas, y nada, nada de nada. Aburrido, hastiado, cansado… lo único que hace Manu es encabronarse mas, cagarse en la madre que parió al traidor de su hijo y al cabrón de su colega. Mejor un odio dirigido que hacerse preguntas incómodas sobre su propio presente… y lo que vaya después.
En estas estaba, tirando humo por la cabeza y planteándose volver a casa cuando la vio… Iluminada débilmente por una farola, una bicicleta desamparada y pobremente anclada esperaba aburrida nuevas aventuras de manos de un nuevo amo. Manu espera un poco, observa la calle. Nadie por aquí, nadie por allá. Es el momento, mejor hacerlo rápido y volver a casa, que está hasta las narices. Camina rápido hacia la bici y, echando un par de últimos vistazos rápidos, se pone a la faena. Reconoce el candado enseguida y empieza a trabajar en la cerradura. Esta se le resiste mas de lo normal, es cabezona. Lo que pasa es que con tanta tensión y la cabeza en otro sitio no se puede trabajar bien, el ‘stress’ que decía el periódico. Y entonces es cuando Manu se da cuenta. Es otra vez la misma bicicleta, la que vendió tres días antes. Tiene huevos que casualidad, con esto ya tiene historia que contar para dos años. Y, ahora si, se la venderá por 35 pavos a Oscar, porque el muy mam… No pudo llegar a terminar el taco. La farola, que hasta entonces permanecía impasible iluminando la escena, decidió de forma brusca abalanzarse sobre él y golpearle duro en la frente, con un ‘clonc’ de metal contra cabezón. Aturdido, Manu se giró 180 grados, a tiempo para admirar un placaje de exquisita técnica, ejecutado por una de las mayores promesas del rugby universitario inglés. Que pena que a Manu no le interese lo mas mínimo el deporte. Por suerte, la descarga de dolor que atravesó todo su cuerpo al aterrizar de espaldas le hizo olvidar rápidamente la sensación de asfixia al recibir el golpe en el estómago. Ni siquiera le dio tiempo a saborear el aperitivo: el plato principal, a base de patadas a discreción, ya estaba servido en la mesa. Manu es veterano en estas lides, y sabe cuando sacar una navaja solo va a empeorar las cosas, así que adopta una postura que proteja sus partes vitales y se deja hacer. «Vamos a ver… por la frecuencia y fuerza de los golpes, diría que son dos atacantes, uno de ellos zurdos. En cuanto al calzado que llevan…». Al rato se cansan de él y les oye alejarse, riéndose y diciendo quien sabe que en guiri. Con la bici, claro. Manu se relaja, estira su cuerpo y gira en el suelo para quedarse boca arriba. ‘… junto con la precariedad y el stress, aumenta la accidentalidad laboral‘. «Si señor, el periodista lo había clavado» – piensa Manu – «Ahí tenía que haber alguien vigilando… ».
La farola todavía le observa desde arriba, con curiosidad. Tal vez pretenda darle ánimos, pero lo único que consigue es deslumbrarle y aumentar su sensación de mareo. Manu se queda mirando la débil luz amarillenta, intentando enfocar, pero algún tipo de líquido que le cae por la frente se le mete en el ojo, dando al traste con sus esfuerzos. «El muy cabrón, como me haya escupido me levanto ahora mismo, lo busco y lo rajo». Pero por suerte solo es sangre. «Ahora si que si», piensa Manu, «Esto no lo arregla la Isabel con un remiendo. Con la mala leche que lleva desde lo de Guille, que me culpa a mi, como para aparecer con una conmoción cerebral, que me lo tiene estrictamente prohibido». Así que parece le toca irse a urgencias.
Manu nunca pisa un hospital. En la escala de sitios que odia, solo las comisarías de policía están por encima y aun así las frecuenta mas a menudo. Se siente señalado cuando está allí, él que odia recibir atención. «Mira la cara que lleva ese, en que se habrá metido»«Y a esa calaña le estamos pagando todos el médico»«Niño, deja de mirar fijamente». Manu sabe que lo dicen, y si no lo dicen, lo piensan. «Pues mire señora, es que si no vengo, me muero», les diría él. Pero El Callao nunca dice nada, que el mote es por algo. Y tener que hacer turno con esa gentuza, con el mismo que va por un resfriado o un golpe en el dedo, todos juntitos. Las cosas se arreglan en casa, no se va a que un matasanos que ni siquiera conoces te atienda como quien da limosna. Se siente como un perro, que agacha la cabeza y acepta la comida de la mano del amo porque es incapaz de buscársela por si mismo. «Joder, de verdad no quiero ir allí, igual no es para tanto…».
Sigue con un solo ojo abierto, mirando desde abajo la luz tenue de la farola, cuando un recuerdo reciente pasa por su mente. Sonríe maliciosamente y, en el momento justo, la luz vacila un poco y se apaga. Acaba de tener una idea, una idea en negativo. Si que iría a urgencias. Iría allí, se sentaría a esperar su turno y se reiría por dentro, se reiría de todos esos. Porque tal vez no lo saben aun, aunque alguno ya lo intuya, y es que las reglas del juego están cambiando, y pronto todos estarían en su terreno. Tú, padre de familia, cuarentón y sin trabajo ¿Qué harás cuando se acaben esos ahorros que fuiste acumulando cual hormiguita? Qué pronto se consumen cuando no te llega nada, porque olvídate de las jubilaciones, el paro, las ayudas…pronto no quedará nada. ¿Te buscarás la vida entonces? ¿O te arrastrarás y dependerás de las asistencias sociales, de las iglesias, de las oeneges esas? Porque te diré una cosa, el hombre que no es capaz de llevar la comida a casa por si mismo, no es un hombre y está marcado para siempre. Nunca, nunca tuve que pedir nada a nadie, y nunca nos faltó nada. ¿Estás preparado? No vas a bajar de la nube, te vas a caer y te vas a dar un hostión. ¿Y vuestro hijo, el niñato malcriado? Te lo digo ya, para que no te pille de sorpresa: será un parásito, ni aportará, ni te lo podrás quitar de encima, porque le habéis llenado la cabeza de un futuro que no puede tener, y ni siquiera le habéis enseñado a labrarse uno propio. Porque mi hijo será un cabrón, pero cogió la vida por los huevos desde pequeño y sobrevivirá donde sea. Si señor, como se va a reír de ellos, porque él está acabado, pero ellos también. Ellos, tan ufanos, tan prepotentes…
«Ya he descansado bastante» – se dice Manu – «Vamos para allá». Pero intenta incorporarse y un dolor agudo le recorre de las costillas hasta el cerebro, obligándole a tenderse de nuevo. «Joder que daño. Casi que mejor me espero un poco mas». Se queda mirando la bombilla apagada, a ver si un poco de luz le da fuerzas. Pero nada, parece que se ha ido de vacaciones. Así que ahí se queda un buen rato, total, tiene tiempo. «Moha, moromierda, ¿Porqué tuviste que comerle el tarro a Guille? Cuando volváis, que volveréis, os va a dar la bienvenida vuestra p…»
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