El joven muchacho se levantó de la silla y se dirigió hacia el abuelo, que reposaba placenteramente en un sillón al otro lado de la sala.

  Observó sus viejas gafas y la gorra negra ligeramente torcida. Emitía tenues sonidos, como pequeños y acompasados ronquidos. Estaba dormido.

  El muchacho deseaba hablar con él, deseaba que le contase historias. Se sentía identificado con esos relatos y estaba convencido de que todos eran verdad. Le hablaban de un tiempo en el que le hubiese gustado vivir. A sus 7 años deseaba haber nacido y vivido junto a su abuelo.

  Cogió uno de los muchos juguetes que tenía esparcidos por el suelo de la habitación y lo dejó caer intencionadamente, provocando una involuntaria sacudida en aquel cansado hombre.

  -.Vamos, vamos capitán, deja dormir a tu abuelo. ¿No ves que estoy descansando para contarte nuevas historias?

  -.Pero, pero… llevas mucho tiempo durmiendo y yo quiero escucharte ahora.

  El hombre se incorporó ligeramente, se subió sus viejas gafas y soltando un bufido cogió al pequeño y lo sentó pesadamente sobre sus rodillas.

  -.Muy bien, así es que el capitán se aburre. Escucha, te he contado ya muchas historias, me quedan ya muy pocas en la memoria y cada vez me es más difícil acordarme de ellas para no repetírtelas.

  -.Abuelo, ayer me dijiste que hoy me contarías la mejor de todas ellas. Cuéntamela ahora, anda.

  -.Vaya, tu cabeza funciona mucho mejor que la mía. Bueno, pues déjame recordar…

  Cerró sus ojos durante unos momentos, media sonrisa se asomó a sus labios mientras a su cansada mente comenzaban a llegar lejanos recuerdos…

  …La sensación de velocidad era asombrosa, todo se difuminaba a su alrededor. Su compañero le gritaba algo desde atrás, pero él no podía entender nada. De vez en cuando giraba la cabeza y le miraba a la cara. Por el semblante del artillero no podía adivinar si estaba asustado, o contento, ni siquiera si estaba nervioso. De alguna manera le incomodaba pensar que su propio rostro debía mostrar una expresión parecida.

  El aparato se dirigía como un proyectil hacia el objetivo. Allí estaba. La silueta de la vieja iglesia…

  Había visto todas las fotografías un millón de veces, pero ahora todo era distinto. La vieja iglesia estaba viva, tenía colores en sus ventanas, había gente caminando al lado de la puerta, gente quieta en las esquinas, pequeños pájaros sobrevolaban el campanario… había movimiento.

  Las fotografías mostraban un gris edificio. Ningún hombre. Ningún pájaro. Todo estaba muerto. Todo en blanco y negro.

  Estaban llegando. Dejaron atrás las últimas casas del pequeño pueblo al pié de la suave colina. Maniobró con seguridad y comenzó la aproximación final, a través del parabrisas se veía una ondulante mancha verde en la parte inferior y un claro y estático azul en la parte superior.

  La iglesia.

  En la redondeada cima solo estaba ella.

El ruido de los dos motores a plena potencia era atronador.

 Todo sucedió en un instante. Cumplió con su trabajo, simplemente atravesó la vertical del edificio lo más rápidamente posible. Y el artillero cumplió con el suyo.

  Extrañamente no sintió nada. Solo continuó manejando su rápido avión…

 

  El sonido de la motocicleta rebotaba en cada árbol. Manejaba aquel viejo cacharro a  gran velocidad. Se sentía seguro, era como si nada ni nadie pudiera alcanzarle, en esos fugaces momentos era capaz de escapar de todo aquello que no le agradaba, y últimamente había muchas cosas de las que quería huir.

  Hacía una semana que no pasaba por allí. Recordaba cada instante, cada imagen, cada sensación como si todo hubiese ocurrido unos minutos antes.

  Esa misma mañana le comunicaron que disponía de dos días de permiso, la recompensa por un trabajo bien hecho.

  Realmente no lo pensó mucho, se puso la ropa más vieja que tenía, cogió una bolsa con algo de comida, habló con su jefe de grupo y arrancó su motocicleta.

  Ahora había más colores: El ceniciento camino y las insultantemente verdes copas de los árboles coronadas de un tono amarillo ceniza anunciaban que el verano estaba terminando.

  No tardó mucho en recorrer los casi cincuenta kilómetros que separaban el improvisado aeródromo militar del lugar al cual se dirigía. La guerra iba deprisa y no tardarían en ganarla, el quinto cuerpo del Ejército avanzaba sin apenas oposición.

 Tenía a varios compañeros en la unidad de intervención rápida y le habían dicho hacía tiempo que tomarían el puente en menos de un mes. No sabía muy bien que significaba aquello, ni de que puente se trataba, pero sonaba a victoria. De todos modos sentía que toda aquella barbarie estaba próxima a finalizar.

  La colina se elevó de repente, pareció emerger de la nada. La cima ya no era verde, sino de un tono pardo, apagado, feo. Era desolador, apenas quedaban unas piedras formando montones aquí y allá, y humo, pequeñas volutas en la distancia de un denso humo negro. La colina ya no tenía vida. Él se la había arrebatado justo una semana antes.

  Tardó un par de minutos en alcanzar el montículo, paró el motor y descendió de la máquina. Estaba recordando las órdenes de su superior momentos antes de subir a su avión, diciéndoles a todos ellos que el alto mando tenía sospechas de que en aquella iglesia se escondían fuerzas enemigas cuando, inesperadamente, una tenue brisa comenzó a ofrecerle ráfagas de aquel hedor acre y ofensivo.

  Buscó con la mirada una piedra no muy alta, caminó hacia ella y se sentó lentamente, observando alrededor mientras lo hacía, no queriendo perderse ningún detalle del espectáculo desprovisto de color que le rodeaba. No había pájaros, ni ruidos, era como si el tétrico paisaje le mirase con desdén, preguntándole en silencio si estaba satisfecho con su trabajo de hacía una semana. Y no lo estaba. Se dijo así mismo que no tenía opción, que estaba obligado a hacerlo. Y se sorprendió al descubrir que se estaba mintiendo a sí mismo. Era ridículo.

  Sacó un cigarrillo sin filtro del bolsillo superior de su camisa y lo encendió lentamente.

  Pensaba mejor cuando fumaba, pero esta vez en su cabeza no había nada. ¿Acaso era un profundo y escondido sentimiento de culpabilidad lo que últimamente no le dejaba dormir?.

De todas formas no había solución, puesto que no había nada que solucionar. Quizás cuando todo esto llegase a su fin…

Un grupo de mujeres subía rápidamente por la pendiente, gritaban, parecían excitadas. Tardarían algunos minutos en llegar hasta donde él estaba sentado, a pocos metros del camino.

  Apagó el cigarrillo contra el negro suelo y se puso en pié, acercándose al grupo de mujeres. Al verlas llegar fue mirando los rostros de uno en uno, todos distintos entre sí, aunque todos mostraban lo mismo: Felicidad.

  Se acercó a una muchacha con la cara lavada de lágrimas.

  -.Hola, ¿sería tan amable de indicarme un lugar para pasar esta noche?, ya pronto oscurecerá y aún no tengo un sitio para dormir.-

  -.Abajo en el pueblo no tendrá problemas, puede alquilar una habitación en cualquier casa habitada que encuentre. No son muchas, pero tampoco tenemos a muchos forasteros por aquí últimamente.-

  La muchacha no paraba de llorar mientras contestaba, y se secaba las lágrimas con un pequeño y sucio pañuelo.

  -.¿Qué ocurre? ¿porqué lloráis y gritáis todas?.-

  -.¿No se ha enterado?. La guerra ha terminado y pronto tendremos de regreso a nuestros maridos y hermanos.-

  La muchacha corría para alcanzar a sus compañeras.

  Todo pareció desvanecerse a su alrededor. Volvió a caminar hacia la piedra y se sentó de nuevo. Se sentía ligero, como si se hubiese quitado un gran peso de la espalda. Tenía una extraña sensación. No era alegría, era…

  …Si la guerra hubiese terminado una semana antes…

  Había oscurecido y empezaba a hacer frío. No tenía ni idea del tiempo que llevaba allí sentado, escuchando la lejana algarabía de la gente que pasaba por el camino. Nadie parecía notar su presencia, sólo se preocupaban de romper la lúgubre monotonía, el solitario silencio que hasta ahora había reinado en aquel triste paisaje, con risas, gritos, llantos, abrazos…

  Un ruido a sus espaldas le sacó de aquel ensimismamiento. Giró la cabeza y observó a un muchacho justo detrás de él, inmóvil, mirándole fijamente con unos grandes y tristes ojos negros. En la mano derecha tenía un tosco avión de madera.

  -.Hola capitán, corre a tu casa, es casi de noche.-

  -.No tengo casa señor.-

  -.Entonces ve con tus padres, te estarán buscando.-

  -.No sé dónde está mi madre, señor. Esta es mi casa ahora.-

  El muchacho no movía un solo músculo. Las ropas que tenía estaban viejas y rotas. Seguramente no habría comido caliente en muchos días. Estaba pálido y parecía enfermo.

  -.Aquí no hay nada. No puedes vivir aquí.-

  -.Mi madre estaba aquí. Se la llevó el fuego pero ella volverá a buscarme.-

  No quería seguir hablando. No hacía falta.

  -.¿No conoces a nadie?.-

  -.A usted, señor.-

  El muchacho giró la cabeza y miró hacia la motocicleta. Tenía una fea herida en la parte superior de la mejilla. La sangre se había secado, pero aún se notaban los bordes oscuros y el cabello apelmazado por la hemorragia.

  -.Acércate capitán, déjame ver que tienes en la cabeza.-

  …Abuelo, abuelo despierta, todavía no me has contado mi historia.-

  La gorra negra bajó hasta casi taparle la cara a causa de los zarandeos del niño.

  El abuelo abrió un ojo y comenzó a reirse.

  -.Vaya, me he vuelto a dormir. ¿Porqué no me has despertado antes?.-

  -.Pues, te he dejado para que recordaras muchas historias y luego me las cuentes.-

  El abuelo soltó una sonora carcajada, levantando y poniendo sobre el suelo al niño.

  -.Seguro que ya me puedes contar la historia que me prometiste,  ¿verdad?.-

  -.Pero es muy tarde y tu padre no tardará en venir.-

  -.Dime solo como empieza la historia, abuelo.-

  -.Eres tan cabezota como tu padre.-

  Se levantó pesadamente del sillón y se dirigió hacia la puerta para encender la luz de la habitación. La tarde tocaba a su fin y estaba oscureciendo.

  -.Verás capitán, es mejor que te la cuente mañana, si te digo como empieza hoy después no me acordaré de cómo continuar.-

  El muchacho comenzó a recoger todos los trastos que tenía esparcidos por el suelo.

  -.Abuelo, ¿es verdad que fuiste piloto en la guerra y que mataste tú solo a todos los malos con tu avión?.-

  -.Sí, capitán. Yo era piloto.-

  Se arrodilló pesadamente al lado del chico para ayudarle a recoger los juguetes. Un pequeño trozo de madera sobresalía por debajo del sillón. Se inclinó hacia delante y sacó un viejo y tosco avión de madera. Una de las alas estaba ligeramente quemada.

  -.Capitán, ¿de dónde has sacado este avión?.-

  -.Estaba en la caja con todos los demás juguetes de cuando papá era como yo.- El muchacho se le quedó mirando fijamente.

  -.Es tuyo, abuelo. Papá dice que no me lo puedo llevar a casa.-

  Rozaba con las llemas de los dedos la tosca madera cuando sonó el timbre.

  -.Debe ser él, vamos los dos abajo a abrir la puerta y a darle una sorpresa.-

  El muchacho saltó a los brazos de su padre, que tuvo que soltar las bolsas que llevaba en ambas manos para atraparlo en el último momento.

  -.No habrás molestado mucho al abuelo, ¿verdad?.-

  -.Vamos, vamos, sabes de sobra que el capitán es un buen muchacho.- Miró hacia el niño y se guiñaron un ojo mutuamente, lo que provocó la risa de los tres.

  -.Mañana te lo traeré sobre las seis y media, y vendré a recogeros sobre las nueve. Vamos a ir todos a cenar a un sitio estupendo.-

  -.Ya lo has oido, mañana te contaré todas las historias que quieras.-

El abuelo estampó un rápido y sonoro beso en las mejillas de ambos.

-.Tened cuidado a la vuelta, ve despacio hijo.-

Justo cuando estaba cerrando la puerta oyó que el muchacho preguntaba a su padre insistentemente y con voz chillona  por la pequeña cicatriz que éste tenía en la cara.

Subió pesadamente las escaleras, fue hasta la cocina para prepararse la cena pero, al pasar por la puerta del salón se fijó en el pequeño avión de madera que reposaba encima de la mesa.

Lentamente se dirigió hacia él, lo cogió suavemente y se sentó en el sillón. Sin dejar de mirar el juguete sacó un cigarrillo sin filtro del bolsillo superior de la camisa. Lo encendió lentamente.

  Pensaba mejor cuando fumaba.

¿Cómo empezaría su última historia?, aquella que hablaba de una época en la que su trabajo era destruir colores y dejar las vidas de los demás en un triste blanco y negro…

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