Hola Pipo
Te lo cuento ahora porque a mamá no le gusta que hablemos de muertos en la mesa.
Esta vez se trata de un subsahariano sin filiación. Todo lo que sabemos de él nos lo contó Manolín, el pequeño de los Heredia, que lo conocía de trabajar en el campo y lo llamaba ‘Chita’ porque era un negro que le hacía mucha gracia. Aunque no sabía leer, siempre llevaba una carpeta llena de papales, como si viniera de estudiar o de hacer alguna gestión; tampoco tenía casa –según parece vivía con los demás en la fábrica de jabón–, pero solía llevar en la mano un manojito de llaves, como si estuviese a punto de llegar a su portal. Venían los dos de echar un jornal en la finca del feo y un cuatro por cuatro le pasó por encima en la calle del ambulatorio. No te puedes ni imaginar cómo lloraba Manolín cuando llegamos. La conductora y los testigos coinciden: el negro iba pendiente del teléfono móvil y cruzó sin mirar. El teléfono no tenía tarjeta ni batería. Manolín se lo había regalado.
Te veo el domingo (te toca a ti traer pasteles).
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