Aquella exposición sobre la increíble evolución de la telefonía le había hecho remover viejos recuerdos del pasado.
El anciano, que acababa de recibir por su 90 cumpleaños el regalo deseado por muchos jóvenes, nada menos que un Iphone 6 de última generación, recordaba aquellos tiempos en que para hablar con su amada Manuela debía solicitar una conferencia, que tras horas de espera, le ponían las amables telefonistas de su pueblo.
Ahora, cuando únicamente pervivía como residuo de aquella entrañable figura de los telefonistas, los cansinos teleoperadores, que con sus interminables llamadas importunaban la siesta de miles de ciudadanos, echaba de menos a Amparo, Pilar o Conchita, las tres operarias que siempre con un guiño simpático le ponían en comunicación con Manuela.
Ellas, las telefonistas, en aquellos tiempos ya muy lejanos, fueron cómplices de tantas parejas de tortolitos separados por la distancia.
Fundamental fue su papel cuando los jóvenes tenían que cumplir separados de su tierra el servicio militar, o al ser enviados al frente de batalla durante la terrible Guerra Civil que asoló España.
Entonces, pese a la escasez y la poca calidad de las comunicaciones existentes, ellas – las telefonistas- sabían darle a aquel momento de encuentro a través de los hilos telefónicos ese aire de humanidad, que hacía mucho más llevadera la larga espera.
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