—Papa, ¿me lees un cuento?

—Hoy te relataré una leyenda que me narraba mi abuelo en las noches de tormenta al lado del fuego.

Cuentan que hace muchos, muchos años, la gente había dejado de hablar, de mirarse, de sonreír, sólo permanecían atentos a unos aparatos que en un principio parecieron útiles; sin embargo con el tiempo fueron evolucionando y consiguieron absorber la vida de las gente. Ya nadie paseaba, iba al cine o simplemente se sentaba frente al  televisor.  Miraras donde miraras solo veías ojos fijos en pantallas diminutas y seres que ya formaban parte de un mundo que nada tenía que ver con la realidad.

 La gente más anciana se reunió para buscar una solución a este terrible problema y encontrar la forma de deshacerse de esas infernales máquinas que estaban destruyendo la verdadera humanidad. Se destinaron naves enormes para la incineración de todos estos aparatos.

El cambio tan drástico trastornó la mayoría de las mentes, la locura y el caos se apoderó de casi todo ser vivo. El síndrome de abstinencia resulto fatal.

La tarea fue dura y larga pero al fin se consiguió erradicar el mal que habían producido aquellos artilugios. Los niños salían a jugar, las parejas a pasear, había tertulias en los cafés… en una palabra, las personas volvieron a ser personas.

—Papá, ¿tú crees qué eso pudo ser cierto?

—No lo sé, es difícil pensar que algo así existió siquiera. Tan solo es una leyenda, hijo mío.  Ahora duerme. 

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