Lo que comenzó siendo una conversación amigable en una cafetería se había convertido en un soliloquio fogoso.
—¿Como puedes decir semejante tontería?, Jamás, y escuchame bien, ¡Jamás!, deberíamos limitar el progreso tecnológico —afirmaba Ronald con contundencia—.
—Y hazme un favor, más te vale pedirte otro café, a ver si así pones un poco de claridad a tus ideas.
Ronald no había dejado de grabar la conversación que tenía con su amigo, no fuera que en un futuro tuviera que mostrarle lo equivocado que estaba.
—¡Progreso!, —volvió a remarcar—, ¿como es posible que veas perjudicial el uso de la tecnología para perfeccionarnos?, ¿no te das cuenta de que lo humano es algo frágil, limitado, finito y, digamoslo ya, un error?
Una mirada penetrante se posó sobre Ronald, si esa mirada hubiera sido una flecha lo habría atravesado.
—Perfeccionarnos, ¿pero hacia donde y para que?, insistes siempre. Esa cuestión no tiene el más mínimo sentido para mi. Ser mejor y más eficiente, superar los límites humanos y superar definitivamente el dolor y la muerte.
Los ojos de Martin no dejaban de observar a Ronald, intentando escudriñar los motivos profundos de sus palabras.
—Muy bien, —rompio el silencio Martin—, ya sabes que no me opongo al avance tecnológico en general, pero quisiera saber tu visión sobre la manera de vivir de este supuesto ser tan avanzado.
—Pregunta de evidente respuesta: una vida libre, sin sufrimientos, prolongada y feliz.
—¿Libre y sin sufrimiento?, explícame un poco más esto, —dijo Martin—.
—Configurar un tipo de ser que no tenga la necesidad de depender de nada externo a él, —dijo Ronald firmemente—.
—Que nada exterior interfiera en uno mismo, ¿es esa tu idea de un mundo feliz?
—La tecnología debe hacer un mundo cada vez más controlable y confortable Martin, facilitando asi las posibilidades de realización de lo que deseemos.
—Allanar y asfaltar el mundo para que todo sea más fácil —coligió Martin—. Permíteme que te pregunte nuevamente Ronald, ¿que es para tí lo que podría denominarse una vida satisfactoria?
—Resumido en dos palabras: «más y mejor».
—¿Más y mejor que?
—Pues mejor cuerpo, más inteligencia y más felicidad sin que interfiera ningún tipo de límite u oposición —respondió Ronald—.
—Mi querido amigo —dijo Martin sonriendo levemente—, creo que tu utopía esta basada en la aspiración de conseguir una felicidad perpetua, sin fisuras y ningún día nublado. Yo diría que cierto grado de sufrimiento soportable cumple una función necesaria en el desarrollo humano. Da la sensación de que tanto avance tecnológico no es más que la pretensión de querer vivir anestesiado hacia todo aquello que tenga que ver con las dificultades, pretendiendo así allanar lo diferente e incomodo para que sea predecible y controlable. Creo que lo escarpado de la vida y aquello que nos sorprende por impredecible es lo que nos permite la posibilidad de una existencia más profunda, elaborada y elevada.
—¡Bravo!, ¡menuda perorata Martin!, nadie te gana haciendo malabares con las palabras, —dijo Ronald sonriendo—, si fuera tú pediría otro café para ver si así despiertas de tu confusión.
—Lo pediré de inmediato, no sea que tu visión de futuro se materialize y el placer de tomar un café junto a un amigo ya no sea necesario. Y no te rias que es un asunto muy serio Ronald, no podría vivir en un mundo que prescindiera de la sencilla tecnología de las cafeteras. A veces en torno a enseres sencillos se comparten grandes cosas.
—Pero continuemos amigo mío —retomó Martin la conversación anterior—, y toda esta evolución tecnológica, ¿hacia donde crees que nos llevará?
—Pues ciertamente a lo que se podría considerar un paraiso feliz libre de sufrimiento, —concluyo Ronald—.
—Y en ese paraiso tuyo, ¿habrá otra cosa que hacer más alla del gozo perpetuo y solitario en torno al propio deseo? Ojala me equivoque Ronald, pero creo un futuro conducido por una evolución tecnológica irreflexiva desembocaría en el más feroz de los egoismos.
—Exageras —dijo Ronald—. Te guste o no y opines lo que opines el progreso tecnológico como modificación de lo humano es ya imparable. Llegará un momento en el que nos liberaremos de esta naturaleza hostil que nos limita. Que ocurra esto es solo cuestión de tiempo. Y mira, por ahí viene tu café.
«Fin de la reproducción, ¿que desea hacer ahora señor Ronald?»
La noche estaba haciendo acto de presencia. Ronald reproducía una vez más aquella conversación que tenía grabada. El tiempo había pasado con una celeridad inimaginable. El mundo fue asfaltado por la apisonadora de la tecnología. La evolución del ser humano fue tomada en sus propias manos. Aquella especie de equación profética: «más y mejor» se cumplió a rajatabla. Pequeñas modificaciones en el cuerpo llegaron a convertirse en monstruosidades que de nada servían si no era para acabar con el aburrimiento que producía el no saber «para que» vivir. Científicos de renombre consiguieron, tras muchísimo trabajo y errores desastrosos, traspasar un cerebro vivo e intacto a una máquina. Fue el triunfo definitivo, la superación de la biología. Ya no había que preocuparse por la muerte del cuerpo ni por sus limitaciones. Lamentablemente todo esto evolucionó más rápido que la adormilada reflexión. La propia humanidad fue desembocando hacia un caos desatroso motivado por la explotación de recursos cada vez más escasos. No se aprendió la lección de que es un error pretender un crecimiento ilimitado en un planeta limitado. Debido a la sobreexplotación y a la obediencia irreflexiva del dogma «más y mejor», el mundo se fue convirtiendo en un lugar yermo. La población se redujo notablemente. Todo esto aderezado con una sociedad cada vez más atomizada, la cual se desentendía de todo aquello que no tuviera que ver con los intereses propios.
De entre los humanos, o mejor dicho posthumanos, que aun vivian, Ronald era uno de ellos. Se había transformado por completo en una especie de artilugio que tenía forma de una antigua «tablet» pero infinitamente más avanzada. Se encontraba tirado en el frío suelo desde hacía muchísimo tiempo, en un lugar desierto lleno de escombros y tierra sin nadie alrededor. No podía moverse porque las hostiles circunstancias habían averiado su sistema de movimiento. Su única opción era ver como pasaba el tiempo en la más absoluta de las soledades. Pensaba mucho en su vida, en sus recuerdos, en sus vivencias pasadas. Tanta soledad colocó delante suyo el «para que» de una vida así. Enclaustrado en un aparato de lo más sofisticado, su única actividad era «nadar» entre datos y contemplarlo todo en la comodidad de su artilugio. Su soledad buscaba en ocasiones la reproducción de aquella conversación que tuvo lugar en aquella cafetería. Así transcurría su larga vida esperando a que definitivamente el sol se apagara.
Una vez más la noche llego y su aparato tecnológico, o mejor dicho «él mismo», se dispuso a entrar en una especie de modo reposo mientras decía: «son las 12 de la noche del 29 de Mayo del año 9453, cielo nublado pero aun así temperatura agradable y condiciones confortables para conciliar un sueño apacible». Antes de quedarse dormido un recuerdo muy vívido le asaltó. Un aparato obsoleto que se encontraba cerca de él bien podría haber sido el causante. Lo que quedaba de una antigua cafetera bastante deteriorada y rota asomaba medio enterrada en el suelo. Le vino repentinamente el recuerdo de Martin.
—Yo tampoco puedo vivir en un mundo donde la sencilla tecnología de las cafeteras ya no sea necesaria, —se dijo Ronald a sí mismo en voz alta—.
Mirandola fijamente y cerrando lentamente los ojos, fue quedandose poco a poco dormido.
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